Mi primera vez como candidato

Hace unas semanas terminó un proceso de consulta en el cual participé. Fue para la decanatura de la facultad a donde estoy vinculado. Participamos dos profesores y después de casi un mes de presentaciones, conversaciones, debates, entrevistas y publicidad por redes sociales, se hizo la votación respectiva.

Si mi memoria no me falla y el recuerdo no se desvía, creo que esta es la primera vez que concurro como candidato con elecciones formales incluidas a algún cargo. Si he estado en otro tipo de elección, seguro fue con nominaciones personales y votaciones inmediatas, del tipo asentir (¡Ese es!) o de levantar el brazo para manifestar el respaldo a esa nominación (¡Apruebo!). Sin embargo, he de reconocer que en las elecciones para integrar un equipo provisional de “banquitas”, siempre quedada dentro de ese residuo que casi nadie quiere llamar para evitar una derrota segura.

El estar en un proceso de elección por votos, me ha puesto en un estado particular del cuál aún estoy intentado comprender del todo, ya que, estar en campaña, lleva a modificar muchos de los hábitos con los cuales uno se relaciona con los demás. En mi caso particular, este “estar en campaña” me sacó de mi pretendido y cómodo anonimato para hacer videos (que quedaron un tanto tiesos); llenar de mensajes de correo electrónico los buzones institucionales con las actividades que iba realizando de la campaña (y por lo cual me llamaron la atención al ser ese spammer molesto que muchos odian); diseñar volantes para promocionar los encuentros con estudiantes y docentes; crear páginas de Facebook y canales de WhastApp; hacer entrevistas por radio; responder preguntas y pasar un tiempo considerable en Instagram subiendo algún tipo de información que me permitiera darme a conocer por más personas, además de ese grupo cercano de estudiantes, docentes y administrativos/as que me ha conocido desde que llegué a esta universidad y con el cual interactúo más a menudo.

Sigo pensando que este tipo de elecciones en las que participé son un tanto particulares por el carácter de la institución que las recibe. Aunque puede haber un tipo de analogía posible con la administración pública (municipios, gobernaciones o presidencia) o con la gestión legislativa (concejos, asambleas y congreso), liderar y orientar las acciones de una facultad supera las consabidas manifestaciones de “poder” que se congregan en ese tipo de cargos de elección popular a las que tanto estamos acostumbrados y a las que odiamos y queremos con tanta emoción. Lo es porque en las facultades, no sólo se administra un conjunto de trámites y procedimientos para garantizar el óptimo paso por los planes curriculares de estudiantes o la gestión de todo lo relativo a las clases y la investigación, sino que se busca promover un tipo especial de discusión —discusión y debate de la cual la universidad hereda y debe continuar promocionando— que permita ampliar, cuestionar y renovar los campos de conocimiento que se concentran en sus denominaciones.

Además de lo poco que conocemos de ese hábitat llamado facultad y universidad (estamos tan inmersos en nuestros nichos que lo poco que sabemos se da mediante el tradicional “conocimiento de oídas”), sus procesos de participación y elección arrastran muchos de los vicios con los cuales se ha caracterizado los procesos electorales en Colombia y otros países. Aun recuerdo con un poco de estupor la vez que llegué a la universidad y esta estaba llena de pasacalles publicitando los candidatos que se presentaban en esa oportunidad para las diferentes decanaturas. De ese contexto, ahora para estos procesos de elección, se generan “condiciones y acuerdos” que buscan minimizar esas prácticas ominosas que se repiten en todas las elecciones, como la coacción, el insulto o la descalificación o esas promesas electorales que ayudan a ganar adeptos pero que generalmente terminan sin cumplirse, porque no tienen posibilidades reales de ejecución o porque no están dentro del marco de acción del cargo que se ejercerá.

Es un tanto paradójico la existencia de estas “condiciones y acuerdos” para un proceso de consulta dentro de una universidad, ya que, de por sí, desvirtúa la misma esencia de lo que se ha configurado con el ser universitario, ese ethos que, tácitamente, todos concordamos y promovemos por sólo estar y ser parte de una universidad. Pero fue tan imperiosa su necesidad que se terminó volviendo un asunto de trámite. Y eso habla del talante con el cual enfrentamos estos procesos de elección. Lo es, porque más que “poder” lo que se debe buscar al estar en un cargo de elección universitaria es autoridad para determinar los procesos y las reflexiones con las cuales dar un poco más de sentido, tanto a esos procesos burocráticos derivados de lo académico-administrativo, como al mismo pensamiento epistémico que se concentra en cada una de estas facultades y en una universidad en general. Y claro, desde hace muchos años estamos más embelesados por esa acepción del poder que nos habla de fuerza y control que por la mejor acepción posible que esta palabra nos puede dar: la de la potencia.

En esta oportunidad no fui el ganador de la consulta. Pero, a pesar del respectivo menoscabo que afronta el ego por estas situaciones, pude pensar en la potencia que guarda mi personalidad para afrontar esos ejercicios de campaña (que pueden mejorar, eso sí) y en la imaginación (esa maravillosa potencia para proyectar lo que está por venir) —tan urgente como necesaria— para transformar y orientar cualquier acción en la que queramos trabajar. Y esto último, en especial, es lo que más le falta a las universidades (y a otras muchas cosas).

Presentado: Libro “(In)tensiones que (im)pulsan la formación de artistas

Este libro es el resultado de un proyecto de investigación y de creación que tuvo como nombre “Buena Copia / Mala Copia. Trayectos de creación en arteducación” que realizamos con la colega Ingrid J. Benítez.

Habíamos estado preguntándonos sobre lo que pasa en los procesos de realización de los Trabajo de Grado de los estudiantes que se encontraban con nosotros en los cursos Taller de Proyectos que se ofertan en el Programa de Artes Plásticas y Visuales de la Universidad del Tolima; y estas preguntas se volvieron un proyecto y el proyecto es ahora un libro que nos gustaría se convirtiera en un punto de encuentro para seguir la conversación sobre el arte y su educación.

No deja de ser apasionante todo lo que sucede cuando una idea o un interés se trabaja hasta convertirse en un pieza de arte plástico y/o visual. Como tampoco lo es el pensar las tensiones, intensiones e intuiciones que se junta entre estudiantes y artistas formadores/as cuando se encuentra en un taller a reflexionar y a pensar sobre el qué y cómo hacer arte. Indagar sobre esas cuestiones nos motivó intensamente y nos sigue motivando, pues son temas que no tienen una conclusión determinante.

Esperamos que la discusión continúe.

Pueden ver el libro en el siguiente enlace: https://repository.ut.edu.co/handle/001/3879

Invitando: Lo que el ambiente ve

Llevo unos buenos años pensando y reflexionando sobre la idea de escenificar un ambiente propuesto. Ahora que me dispuse y entré en el fazer saber del Doctorado en Artes Plásticas de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Oporto, la proyección ha tomado un grado de profundidad que aún me sorprende. Con el tiempo de concentración que tuve en este periodo de estudios, logré compilar las propuestas, tesis, impulsos e intentos que tenía ya casi olvidados para componer una “disertación” que se pasea y atraviesa por el ambiente, lo que este nos propone y, con la ayuda del arte, proponer un “ensamblaje” con el cual revisar los ambientes en los que estamos y cómo ellos nos pueden dar la razones del porqué vemos como vemos, cómo los sentidos filtran nuestra percepción y cuáles son las posibles consecuencias, tanto teóricas como prácticas, del encuentro dual de “realidades” “reales” y “virtuales”.

Aparece entonces la representación y la reproducción para construir una conceptualización que busca que, el hacer del arte, repare en la indefectible conjunción entre medios y conceptos.

Este avance cierra sus efectos y afectos este 31 de julio con una exposición y con la prueba pública que buscará poner en conversación esta “tesis” con un grupo de artistas y profesores para ver el alcance de lo que he pensado.

Pueden ver un poco más de lo realizado y pensando aquí

Ambientes distópicos: Campaña

Cuando el tiempo deriva se debe llenar de espacio; y, en este país de campañas eternas, ese espacio de deriva entre presidentes se llena de un tiempo de promesas, igualmente, eternas. Ni más ni menos. A casi un año para la elección del sucesor de esa línea del gobierno que hace “trizas” – ya sabemos que –, vemos con holgura cómo la imagen de “cercanía con” se exhibe sin pudor, a ver si por acaso, convence al medio de comunicación masivo “aliado” – que son muchos – para que posicione un mensaje cuya “empatía” se diluye no más conseguir la elección.

Así se está y se estará, envueltos en un sinfín de oposiciones y contradicciones para sacar lo mejor de ese centro que lleva con holgura, como no, a mover un extremo polarizado, invertido y revertido, a otro. Pero, eso sí, será un extremo más conservado que permita seguir asestando miedo a diestra y siniestra y que pregunte con fuerza feroz ¿ya viene la caída? o ¿ya sonaron las trompetas?: “Estoy dispuesto a sacrificarme otra vez si ocurre una hecatombe”.

El atrabiliario sonido que resuena quiere no más que seguir capitalizando lo común con rayos homogeneizadores para instalar en este país laico – encomendado a santos corazones y a cristianas sepulturas – lo más uniforme del discurso: “menos impuestos, más salario”. Se ven los uniformes no uniformizados – muy (para)militar todo – pasear por calles, avenidas, caminos y veredas, expeliendo castos improperios para acallar voces altisonantes, hablando y viajando con comodidad para mostrar con veracidad esa real campaña que nos acompaña: “la muerte… un compromiso de todos”.

Ya ni se esconde la pena y la vergüenza. Las “jugaditas” emocionan los consistorios alienados – siempre alineados – para dejar en alto campañas por la desaparición forzada de votos casi honestos y por la primacía en la estulticia, esa que oculta la preparación inadecuada y que hace funcionar el espectáculo de la oficial comunicación vacía: “salió mal, salió mal”.

Así es, así estamos, así estaremos. Lo que acompaña esta campaña no es otra cosa que un mismo eslogan, repitiéndose fuerte y claro, desde que se caldean ánimos y se muestran dientes chulavitas y cachiporros, desde que se señala que “plomo es lo que hay, plomo es lo que viene”, desde que la muerte es aceptada sí y solo sí es por esa atroz y mal-llamada “limpieza social”. No se aplican condiciones ni restricciones: todos podemos morir: escriba aquí su falta: __________.

Y claro, no faltaba más, llegarán sin falta las habituales acusaciones que permiten usar como excusa lo que está detrás de uno – “fue a mis espaldas” – y las conspiraciones fugaces, únicas y recurrentes – sucede de 4 a 4 años – que “ya ni se esfuerzan” en elaborarlas: son muestras de insospechadas injerencias de cercanos o lejanos enemigos de turno, de ideologías ya casi inexistentes y de manifestaciones abstractas, casi mágicas, de humanos comunes y corrientes llevados a culto por propagandas que glorifican esos ídolos que sirven a sus propios intereses: “ojo con el 22”.

Y ojo, a ponerle el ojo a la campaña. ¿O votamos por el que diga…?

*Publicado originalmente En Uso de Nuestra Facultades el 21 OCY 2021

Ambientes distópicos: (A)Normalidad

Después del amaine de las protestas, donde las espantosas cifras hacían ­–hacen– temer lo peor, están, una vez más, olvidados los muertos, desaparecidos y heridos. Ahora, con la “calma chicha” que se junta, podemos pensar que lo que ha pasado no es más que el reflejo de lo que ya sabíamos y de lo que siempre hemos visto: vivimos en guerra, somos un país de guerra: inspiramos, expiramos y suspiramos al ritmo de ella.

En un país en guerra eterna como el nuestro, ya es normal que las noticias nos muestren – como cualquier cosa – la masacre del día, ya sea por no dejar pasar, ya sea para decir “no estarían recogiendo café”. También es normal no sentir angustia, esa angustia que dice que el desplazamiento continuará sin reparos, cooptando tranquilidades y dando fortuna a grandes “empresarios” que suman armas a sus inversiones. ¿Será por eso que después de más de 200 años podemos decir que “Colombia es un país mejor”? Pero, se ve, lo vemos, la senda donde morir hace parte de nuestra geografía. Vivir tan cerca hace que sea (a)normal no estar muerto y que olvidemos sólo para continuar viviendo.

Y no estaría mal, entonces, recordar que a Jaime Garzón lo mataron en este “país de mierda” como a tantos otros. Que en Ruanda, las noticias radiales y televisivas cruzaron saña para azuzar matanzas genocidas. Que en todo el planeta lo (a)normal es que se asesine por incomodar o porque es, estratégicamente conveniente, ver en blanco y negro. Es esta normalidad la que tenemos por norma para nosotros. ¿Podremos escapar de ella?

Quizás no podamos porque a la vuelta se nota que “todo tiempo pasado fue mejor”. En este mundo de redes de hiper-representación, asoma el fascismo para decirnos que aunque estemos más cómodos, la esclavitud estará siempre al acecho para ponernos en trabajo extremo en el momento menos oportuno.

Esa es nuestra normalidad. Lo normal está ya con nosotros. Siempre lo ha estado. Es un agente viral: #lanuevanormalidad.

Y para dejar un micro rastro de esta geografía que sigue haciéndose “trizas” y arrasándose a sí misma, aquí una muy breve recopilación de esta nueva normalidad: Masacre en Tuluá cobró la vida de tres personas | Masacre en Kabul: entre la propaganda del Estado Islámico | La violencia en Arauca no para, tres personas fueron asesinadas | Masacre en Cauca: tres personas asesinadas en Santander de… | Masacre de Llano Verde (Cali): un año sin justicia y sin verdad | Asesinan a tres personas en Aracataca | Nueva masacre en Arauca, tres personas fueron asesinadas | Masacre en Balboa, Cauca: tres personas fueron asesinadas | Masacre en Yolombó, Antioquia, dejó cuatro víctimas | Masacre en Alcalá, Valle del Cauca: un menor de edad entre las … | Masacre en Ambalema, Tolima: cuatro personas fueron asesinadas … | Masacre en Caquetá: cinco hombres asesinados en San Vicente … | Nueve personas muertas deja masacre en Algeciras, Huila | «Limpieza social»: una versión nueva y más oscura sobre la … | Denuncian masacre de cuatro personas en Santander de Quilichao … | Van 164 masacres desde que se firmó el Acuerdo de Paz | Impunidad, el sello de las historias de líderes ambientales asesinados | Ya no importa si fue ayer, hace un mes, hace un año. El repertorio es NORMAL, todo está muy a-Norma-l.

No ha cesado la horrible noche. Podemos decir: es normal.

*Publicado originalmente En Uso de Nuestra Facultades el 7 OCT 2021

Ambientes distópicos: Enmudecer

No pasa un día, desde hace un mes, en que podamos dejar de presenciar la horror-ización de las imágenes. Las reproducciones alineadas y no alineadas nos muestran sin censura el desborde de locura y paroxismo en que nos encontramos. Una nota, una publicación, una transmisión, nos permite ver, sin asomo de sonrojo, la cruenta degradación de nuestros sentidos.

Todo obsceno, todo perverso. El escarnio es el mecanismo que tuerce nuestra comprensión. Nos quieren hacer comprender por la fuerza, quienes son esos “otros” que sí conocen con holgura la razón de las razones del porqué estamos así, del porqué no es necesario protestar, del porqué “yo no paro, yo dis-paro”. Son esos (para)yoes que buscan “solidariamente” (¿?) apoyar con “todas las formas de luchar”, esa mal-comprendida institucionalidad: sólo hay que cumplir con lo propuesto en la Constitución, la de 1991 – no la de 1886 – con sus enmiendas y desenmiendas, nada más. Pero, ya ni eso: los pesos y contrapesos diseñados también están desapareciendo, se están alienando con única voz: la voz de un partido, de un gobierno, de un desgobierno.

Y en este país que escogimos, es el país que no nos deja dormir y que nos despierta con susto sólo para ver – no puede ser otra palabra, tiene que ser sólo esta palabra – con horror cómo el Estado Opresor (ese macho violador) lleva con orgullo su agenda que cumple dictados para mostrarse, doctrinariamente, como un emancipador (conquistador) que “tiene el país en la cabeza”. Pero, esa emancipación es, no lo dudemos, la legitimación de la (para)dictadura.

No hay posibilidad de reacción ante las muertes, golpes, disparos; ante los argumentos vacuos que se institucionalizaron en ese “Protestódromo”, como lo describe Ricardo Silva, que es el Congreso. Estamos asistiendo “en vivo” y “en directo” – o en un “falso directo” – al comienzo de una oscura época.

Pero, eso ya lo sabíamos. Lo intuimos desde que se quiso “hacer trizas los acuerdos de paz”, desde que los movimientos se fueron alienando hacia el favoritismo amistoso, desde que se acrecentó la perdida de la confianza por lo público. Y, lo vemos ahora, cuando se amenaza a los que proponen otras visiones, a los que nos alertan de las consecuencias nefastas que están por venir, a los que sólo reclaman un trato digno de su dolor. ¿Nos zafaremos de esta intuición?

No habrá maneras ya de entrar en cordura. Nos impondremos como sobrevivencia, el silencio.

No ha cesado la horrible noche. Envueltos aún en terror, ¡el clamor sigue en las gargantas! #SOSColombia #ColombiaSOS #SOSColombiaDDHH

*Publicado originalmente En Uso de Nuestra Facultades el 3 JUN 2021

Ambientes distópicos: Impotencia

La esperanza estaba en que el poco juicio que teníamos se fuera estabilizando con el pasar de los días. Ahora, sabemos que la herencia que cargamos no dejará que nuestras heridas sanen pronto: seguimos en el sendero de la desaparición.

Con transposiciones semánticas se abusa libremente de la voz pública para generar el tono necesario de convencimiento que justifica el accionar represor. Las voces alineadas – sí, al estilo militar – llevan tras sí la estela que pondrá armas en aquellos que ven como única salida la descalificación, la amenaza y la muerte.

Podríamos buscar ejemplos para tratar de pensar con ellos, pero ya la degradación de nuestra esperanza sólo nos lleva a tratar de imaginar – no sólo en la fantasía – un nuevo recorrido dictatorial. Estamos repitiendo otra vez lo que ya ha sucedido en otras partes de este planeta, en esta y en otras épocas, todas por la misma especie, esa especie que alza la voz para dejar en claro que es más fácil hacer la guerra que la paz.

Y, si pensáramos en frases, la única que podría ilustrar esta situación es aquella que dice: “la primera vez como tragedia, la segunda como farsa”. Estamos envueltos en la repetición de lo que nos dijeron que no iba a pasar; pero ahora que sucede, solo vemos cómo se crecen sus efectos. Contaremos con horror que esos modos y maneras con las que se quiso solapar la democracia ya no son necesarios: estamos asistiendo al nacimiento de esos estados donde los dictados se deben cumplir “a pie juntillas”.

Por eso se defiende “de facto” la pena de muerte, se amenaza a las misiones médicas, se uniformiza los gestos violentos en la expresión representativa de la política. Esos son los restos que se han ido sumando a lo poco que nos queda, pues como ya lo sabemos, somos un país que siembra siempre ideas paramilitares y con ellas consume, con mucha ligereza, la supuesta valía del ser (“gente de bien”) democrático: “si no se callan, los callamos”. Es la imponente costumbre de silencio para evitar morir en manos ajenas.

Teníamos confianza en transitar hacia un país en el que la vida tuviese un poco de valor, de permanencia, de fraternidad; pero, ya no tenemos casi nada, solo miedo, temor, horror de no caer en las redes que quieren acallarlo todo. Con las “trizas del acuerdo de paz” – que ya es el culpable de todo lo que siempre ha pasado en el país – vamos a revisar el cumplimiento del listado de la suspensión de las garantías civiles. ¿Hasta donde llegaremos? ¿Acaso el blanco no era el símbolo de la paz?

La suma de tristezas no nos va a dejar sobrevivir, o mejor, nos llevará al malvivir. Habituados ya a los senderos de muerte, con impotencia y con la esperanza escondida en cajas de Pandora, apretaremos el alma para cerrar el paso a lo hostil y quedarnos con la poca vitalidad que nos permita continuar.

Pero, pervivirá durante un buen tiempo un escepticismo exacerbado que lo impedirá. Esperemos que no tengamos que decir que “el último que salga apague la luz”.

No ha cesado la horrible noche. Envueltos aún en terror, ¡el clamor sigue en las gargantas! #SOSColombia #ColombiaSOS #SOSColombiaDDHH

*Publicado originalmente En Uso de Nuestra Facultades el 27 MAY 2021

Ambientes distópicos: (Para)Símbolos

Los días se suman y las noticias desbordan de terror. Las redes de comunicación alternativas tratan de sobreponerse a las voces alineadas que quieren esconder estados (para)reales de conmoción: no ha cesado la horrible noche, sólo ha sido encubierta por disparos para amedrentar espíritus llenos de revolución que quieren reorganizar lo que está fuera de juicio en este defraudado país.

Estamos yendo de una soterrada negación que durante décadas ha enmascarado las ejecuciones extrajudiciales, la persecución y el hostigamiento de todo aquel que es considerado un “enemigo interno”, a una ostentación obscena del autoritarismo (para)militar que muchos desean y con el cual se excitan, porque en su retórica obtusa sólo es posible la armonía vital sin nada más que ellos. Son esos “ciudadanos de bien” que adoctrinan con una paz muerta, un trabajo esclavo y una ciudadanía excluyente.

Sí, estamos en una dictadura (para)democrática; casi siempre ha sido así. El estado camufla sus ordenes y las presenta con dulzura para justificar sus acciones demenciales en contra de aquellos a los que se les ha encomendado cuidar. El miedo nos ha llevado a aceptar migajas – “menos impuestos, más salarios” – que se publicitan sin pudor como la salvación eterna de penurias infundadas – “vive Colombia, viaja por ella”. El miedo nos ha llevado a encerrarnos en condominios y en centros comerciales para salir a defendernos de otros que nunca hemos visto y que suponemos desiguales, porque no son como nosotros, los “ciudadanos de bien”, los “ciudadanos de mal”.

A los otros los queremos fuera, y si se desaparecen mejor; y si no vuelven mejor; y si no desparecen y se quedan, pues los amenazamos, los perseguimos y los “desaparecemos”. Vivir de esta forma durante décadas nos dio la certeza de reconocer que somos, en realidad, un país enfermo. Somos un país que ha aprendido a mentir para poder vivir, que ha puesto su mejor sonrisa para sentirse mejor, que ha querido reivindicar malsanamente símbolos que no suelen ya representar nada más que posturas chauvinistas.

Pero, lo cierto es que nuestro espíritu (público) como pueblo ha ido heredando la manifestación mafiosa y traficante que ostenta bucólicamente la riqueza efímera con retruécanos de gusto, de ese gusto privilegiado que se alimenta de expropiaciones amenazantes y que su pasatiempo favorito es ver como el dinero trabaja por él.

Y ese espíritu es el que se ha asomado con mayor seguridad, ahora que los pronunciamientos estatales y alienados legitiman su aparición, porque hay que “retornar a sus resguardos”, porque “ciudadanos e indígenas se están enfrentando”, porque ya se está en el punto del “yo no paro, yo dis-paro”. Es, entonces, ese espíritu racista y xenófobo que aun sigue colonizando conciencias y que prefiere seguir moralizando la segregación y deseando el uso de la violencia para sentirse seguro. ¿El que “peca y reza empata”? No hemos superado nuestras “cuestiones”.

Pienso con horror que este “escalamiento” del lenguaje continuará en efervescencia hasta “copar” y clausurar cualquier espacio que todavía se resiste a las privaciones. Es el mejor momento de poner más atención a esas acciones que se dan en la intimidad doméstica, en lo micro, que son reflejo de todas esas exclusiones que siempre cargamos en el habla.

También, debemos de pensar en el poder de lo simbólico, que es al final de cuentas lo que mayor molestia genera, porque ataca a esa ideologización malsana de conceptos mal comprendidos. Por eso se invita a “enderezar la bandera” para “enderezar el país”, ya que, al parecer, es más importante un símbolo profanado que un ciudadano muerto con el auspicio del Estado que debe cuidarnos. La vida, el Estado Social de Derecho que dice ser nuestro país, debe ser más importante que símbolos que necesitan, nuevamente, ser llenados de sentido.

No ha cesado la horrible noche. Envueltos aún en terror, ¡el clamor sigue en las gargantas! #SOSColombia #ColombiaSOS #SOSColombiaDDHH

*Publicado originalmente En Uso de Nuestra Facultades el 13 MAY 2021

Ambientes distópicos: Terror

¡Esperan la noche para disparar! Esperan esa oscuridad cómplice, que desconoce y desaparece, para alzar la vejación al rango de lo normal. Esperan así, agazapados, instaurar esa dictadura con la que han soñado, pacientemente, desde que se parapetaban en esas ideas de “seguridad democrática”.

Pensar en voz alta sobre lo que subyace en este país, no puede ser de otra manera que expresar con amargura, la triste desesperanza que se suma sobre cada pedazo de Colombia. Están desangrando, ¡nos están desangrando! Ya no podremos seguir soportando la serie de acciones tanato-discursivas que continúan separando con rudeza, la poca estabilidad que teníamos.

Por eso gritamos con furia y ahogo la injustica que supera nuestra compresión para ver si quizás así, reorganizamos lo que está ahora fuera de juicio. Pero, la tanatología de partidos nos sanciona y condena con un confuso vacío semántico, imponiendo eufemismos para instaurar el nuevo orden al que aspira: pérdida de libertades civiles, esclavitud, desaparición, destrucción.

Con arrogancia, señalan con una indicación sin rostro, quién es el que sigue en esta sentencia sumaria de muerte: “¿quién dio la orden?”. Esos que se llaman a sí mismos “ciudadanos de bien” (¿?) son los que quieren, “democráticamente”, denostar pueblos – “plomo es lo que hay, plomo es lo que viene” – para controlar a su antojo, ese terror que los emociona y los invita a cazar a esos “otros”, los “incorregibles”, los “disipados”, los “vándalos”.

Ahora no sobran los pretextos. Cualquiera será, es, un blanco del terror. Cada noche se cierra la tragedia. Los gritos desesperados no dan abasto para denunciar la matanza que siempre ha estado en los campos y ahora se ha tomado las ciudades. Estamos en un lugar extremo que hará que ánimos exacerbados sigan proponiendo un camino sin retorno, de un país sin porvenir. Y, con desazón, se ve que se cumplen las profecías del autoritarismo: gritan con mas fuerza las voces alineadas, acallan con dureza las voces disidentes. Negarán sin sonrojo la voz que llama a una cordura que no es la de ellos.

El extremo más cruel del espectro político está copando nuestros sueños. Nos sumamos a ese rastro de autoritarismos y dictaduras que están asolando a todo el planeta. Comenzará un nuevo ciclo mundial de opresión, aupado por ansias económicas y teorías de la conspiración. Son esos modelos los que construirán nuevos significados déspotas a las palabras que teníamos. En ese nuevo lenguaje, la libertad dejará de ser libertad, la vida se hará terror.

Después de décadas de matanzas sistemáticas, de destierros y exterminios rurales, hemos llegado, una vez más, a la expresión máxima de lo que se ha cultivado: ser un estado “democráticamente” (para)militar. Estaremos aislados, asolados, trastornados, temblando con fuerza esperando no morir en el intento de impedir la barbarie.

No ha cesado la horrible noche. Envueltos aún en terror, ¡el clamor sigue en las gargantas! #SOSColombia #ColombiaSOS #SOSColombiaDDHH

*Publicado originalmente En Uso de Nuestra Facultades el 6 MAY 2021

Ambientes distópicos: Libertad

El domingo de esta semana, 25 de abril, Portugal conmemoró 47 años de caída de la dictadura del Estado Nuevo con el Día de la Libertad. Cada año en este día, se habla, se dice, se recuerda la libertad como estandarte de las sociedades democráticas, como la posibilidad de poder comentar, contradecir acciones, oponer decisiones, entre dichos y contradichos de los gobiernos, sin pasar y sentir la censura o la persecución oprobiosa que encarcela a quienes proponen alternativas diferentes a las deficientes y erradas percepciones de los que intentan “salvar” países de “debacles” autoinfringidos.

Pero, la libertad es un valor muy escaso y frágil. También, es casi siempre incomprendida.

En momentos donde la opinión pública está saturada por excesos ostensivos de manifestaciones “virales” con alto grado de ecos sociales vacuos, es cuando podemos sentir que la libertad está apabullada por ataques que buscan instaurar movimientos que van, precisamente, en contra de lo que su voz invoca.

Se ha intentado por todos esos alienados medios de comunicación masiva, propagar, posicionar, influir, en ese alucinatorio “estado de opinión”, las más diversas ideas para restringir las garantías que las comunidades habían tenido y que entregan, con la mayor libertad y sin mayores cuestionamientos, en nombre de un “bien” mayor que casi siempre no es muy claro. Así fue, por ejemplo, lo que sucedió en los Estados Unidos después del 11 de septiembre: a nombre de la “seguridad nacional” se restringieron aun más las libertades civiles de los estadounidenses. Estas acciones – que han pervivido en toda la historia– se han replicado con éxito en todo el planeta, y no han podido ser contenidas por las apuestas de conceptualización de estas situaciones complejas y acríticas que se “filtran” a cada momento.

Acontece entonces que, nuevamente, se influye en nuestras emociones para transformar nuestra concepción de libertad: ahora pensamos ser libres al dejar hablar a todos, al no dejar hablar a todos, al dejar a todos y a ninguno en un estado acrítico de indefensión, como si la libertad fuera una palabra inflada aconceptualmente y no una acción inmanente y conjunta. La libertad se comprende como “cancelar”, apartar, constreñir, cuando no me gusta lo que dicen y hacen los otros que no son como nosotros, porque somos nosotros los que sí sabemos lo que está bien, los que sabemos qué es ser libres, los que sabemos qué es ser libertario.

Y así vamos por el mundo, interpelando, depredando, esclavizando. Lo hacemos a nombre de la libertad que tenemos, del supuesto poder que la libertad nos otorga, de los límites que la libertad nos impone. Lo hacemos para olvidar que mi libertad termina donde comienza la libertad del otro, la libertad de los otros. Lo hacemos así para seguir pensando que la libertad me permite hacer lo que quiera, cuando quiera, sin importar otra cosa más que mi volición, ya que “usted no sabe quién soy yo”. En otras palabras, ahora sólo sabemos de libertinaje puro y duro.

La libertad es un valor muy escaso y frágil. Debemos comprender sus alcances.  

Y, con la suma democrática de alertas virales que golpean la libertad, no puedo dejar de pensar, como lo escribía aquí la semana pasada, que la única certeza que tenemos es que ningún país está exento de perder su estabilidad y sus exiguas comodidades: siempre podemos estar peor de lo que estamos ahora.

Que no se nos olvide, no vaya a ser que perdamos la libertad de saberlo.

*Publicado originalmente En Uso de Nuestra Facultades el 29 ABR 2021