Los días se suman y las noticias desbordan de terror. Las redes de comunicación alternativas tratan de sobreponerse a las voces alineadas que quieren esconder estados (para)reales de conmoción: no ha cesado la horrible noche, sólo ha sido encubierta por disparos para amedrentar espíritus llenos de revolución que quieren reorganizar lo que está fuera de juicio en este defraudado país.
Estamos yendo de una soterrada negación que durante décadas ha enmascarado las ejecuciones extrajudiciales, la persecución y el hostigamiento de todo aquel que es considerado un “enemigo interno”, a una ostentación obscena del autoritarismo (para)militar que muchos desean y con el cual se excitan, porque en su retórica obtusa sólo es posible la armonía vital sin nada más que ellos. Son esos “ciudadanos de bien” que adoctrinan con una paz muerta, un trabajo esclavo y una ciudadanía excluyente.
Sí, estamos en una dictadura (para)democrática; casi siempre ha sido así. El estado camufla sus ordenes y las presenta con dulzura para justificar sus acciones demenciales en contra de aquellos a los que se les ha encomendado cuidar. El miedo nos ha llevado a aceptar migajas – “menos impuestos, más salarios” – que se publicitan sin pudor como la salvación eterna de penurias infundadas – “vive Colombia, viaja por ella”. El miedo nos ha llevado a encerrarnos en condominios y en centros comerciales para salir a defendernos de otros que nunca hemos visto y que suponemos desiguales, porque no son como nosotros, los “ciudadanos de bien”, los “ciudadanos de mal”.
A los otros los queremos fuera, y si se desaparecen mejor; y si no vuelven mejor; y si no desparecen y se quedan, pues los amenazamos, los perseguimos y los “desaparecemos”. Vivir de esta forma durante décadas nos dio la certeza de reconocer que somos, en realidad, un país enfermo. Somos un país que ha aprendido a mentir para poder vivir, que ha puesto su mejor sonrisa para sentirse mejor, que ha querido reivindicar malsanamente símbolos que no suelen ya representar nada más que posturas chauvinistas.
Pero, lo cierto es que nuestro espíritu (público) como pueblo ha ido heredando la manifestación mafiosa y traficante que ostenta bucólicamente la riqueza efímera con retruécanos de gusto, de ese gusto privilegiado que se alimenta de expropiaciones amenazantes y que su pasatiempo favorito es ver como el dinero trabaja por él.
Y ese espíritu es el que se ha asomado con mayor seguridad, ahora que los pronunciamientos estatales y alienados legitiman su aparición, porque hay que “retornar a sus resguardos”, porque “ciudadanos e indígenas se están enfrentando”, porque ya se está en el punto del “yo no paro, yo dis-paro”. Es, entonces, ese espíritu racista y xenófobo que aun sigue colonizando conciencias y que prefiere seguir moralizando la segregación y deseando el uso de la violencia para sentirse seguro. ¿El que “peca y reza empata”? No hemos superado nuestras “cuestiones”.
Pienso con horror que este “escalamiento” del lenguaje continuará en efervescencia hasta “copar” y clausurar cualquier espacio que todavía se resiste a las privaciones. Es el mejor momento de poner más atención a esas acciones que se dan en la intimidad doméstica, en lo micro, que son reflejo de todas esas exclusiones que siempre cargamos en el habla.
También, debemos de pensar en el poder de lo simbólico, que es al final de cuentas lo que mayor molestia genera, porque ataca a esa ideologización malsana de conceptos mal comprendidos. Por eso se invita a “enderezar la bandera” para “enderezar el país”, ya que, al parecer, es más importante un símbolo profanado que un ciudadano muerto con el auspicio del Estado que debe cuidarnos. La vida, el Estado Social de Derecho que dice ser nuestro país, debe ser más importante que símbolos que necesitan, nuevamente, ser llenados de sentido.
No ha cesado la horrible noche. Envueltos aún en terror, ¡el clamor sigue en las gargantas! #SOSColombia #ColombiaSOS #SOSColombiaDDHH
*Publicado originalmente En Uso de Nuestra Facultades el 13 MAY 2021