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Mi primera vez como candidato

Hace unas semanas terminó un proceso de consulta en el cual participé. Fue para la decanatura de la facultad a donde estoy vinculado. Participamos dos profesores y después de casi un mes de presentaciones, conversaciones, debates, entrevistas y publicidad por redes sociales, se hizo la votación respectiva.

Si mi memoria no me falla y el recuerdo no se desvía, creo que esta es la primera vez que concurro como candidato con elecciones formales incluidas a algún cargo. Si he estado en otro tipo de elección, seguro fue con nominaciones personales y votaciones inmediatas, del tipo asentir (¡Ese es!) o de levantar el brazo para manifestar el respaldo a esa nominación (¡Apruebo!). Sin embargo, he de reconocer que en las elecciones para integrar un equipo provisional de “banquitas”, siempre quedada dentro de ese residuo que casi nadie quiere llamar para evitar una derrota segura.

El estar en un proceso de elección por votos, me ha puesto en un estado particular del cuál aún estoy intentado comprender del todo, ya que, estar en campaña, lleva a modificar muchos de los hábitos con los cuales uno se relaciona con los demás. En mi caso particular, este “estar en campaña” me sacó de mi pretendido y cómodo anonimato para hacer videos (que quedaron un tanto tiesos); llenar de mensajes de correo electrónico los buzones institucionales con las actividades que iba realizando de la campaña (y por lo cual me llamaron la atención al ser ese spammer molesto que muchos odian); diseñar volantes para promocionar los encuentros con estudiantes y docentes; crear páginas de Facebook y canales de WhastApp; hacer entrevistas por radio; responder preguntas y pasar un tiempo considerable en Instagram subiendo algún tipo de información que me permitiera darme a conocer por más personas, además de ese grupo cercano de estudiantes, docentes y administrativos/as que me ha conocido desde que llegué a esta universidad y con el cual interactúo más a menudo.

Sigo pensando que este tipo de elecciones en las que participé son un tanto particulares por el carácter de la institución que las recibe. Aunque puede haber un tipo de analogía posible con la administración pública (municipios, gobernaciones o presidencia) o con la gestión legislativa (concejos, asambleas y congreso), liderar y orientar las acciones de una facultad supera las consabidas manifestaciones de “poder” que se congregan en ese tipo de cargos de elección popular a las que tanto estamos acostumbrados y a las que odiamos y queremos con tanta emoción. Lo es porque en las facultades, no sólo se administra un conjunto de trámites y procedimientos para garantizar el óptimo paso por los planes curriculares de estudiantes o la gestión de todo lo relativo a las clases y la investigación, sino que se busca promover un tipo especial de discusión —discusión y debate de la cual la universidad hereda y debe continuar promocionando— que permita ampliar, cuestionar y renovar los campos de conocimiento que se concentran en sus denominaciones.

Además de lo poco que conocemos de ese hábitat llamado facultad y universidad (estamos tan inmersos en nuestros nichos que lo poco que sabemos se da mediante el tradicional “conocimiento de oídas”), sus procesos de participación y elección arrastran muchos de los vicios con los cuales se ha caracterizado los procesos electorales en Colombia y otros países. Aun recuerdo con un poco de estupor la vez que llegué a la universidad y esta estaba llena de pasacalles publicitando los candidatos que se presentaban en esa oportunidad para las diferentes decanaturas. De ese contexto, ahora para estos procesos de elección, se generan “condiciones y acuerdos” que buscan minimizar esas prácticas ominosas que se repiten en todas las elecciones, como la coacción, el insulto o la descalificación o esas promesas electorales que ayudan a ganar adeptos pero que generalmente terminan sin cumplirse, porque no tienen posibilidades reales de ejecución o porque no están dentro del marco de acción del cargo que se ejercerá.

Es un tanto paradójico la existencia de estas “condiciones y acuerdos” para un proceso de consulta dentro de una universidad, ya que, de por sí, desvirtúa la misma esencia de lo que se ha configurado con el ser universitario, ese ethos que, tácitamente, todos concordamos y promovemos por sólo estar y ser parte de una universidad. Pero fue tan imperiosa su necesidad que se terminó volviendo un asunto de trámite. Y eso habla del talante con el cual enfrentamos estos procesos de elección. Lo es, porque más que “poder” lo que se debe buscar al estar en un cargo de elección universitaria es autoridad para determinar los procesos y las reflexiones con las cuales dar un poco más de sentido, tanto a esos procesos burocráticos derivados de lo académico-administrativo, como al mismo pensamiento epistémico que se concentra en cada una de estas facultades y en una universidad en general. Y claro, desde hace muchos años estamos más embelesados por esa acepción del poder que nos habla de fuerza y control que por la mejor acepción posible que esta palabra nos puede dar: la de la potencia.

En esta oportunidad no fui el ganador de la consulta. Pero, a pesar del respectivo menoscabo que afronta el ego por estas situaciones, pude pensar en la potencia que guarda mi personalidad para afrontar esos ejercicios de campaña (que pueden mejorar, eso sí) y en la imaginación (esa maravillosa potencia para proyectar lo que está por venir) —tan urgente como necesaria— para transformar y orientar cualquier acción en la que queramos trabajar. Y esto último, en especial, es lo que más le falta a las universidades (y a otras muchas cosas).

Como si fuera un microrelato

Es como empezar, un día, a caminar unos 15 minutos para ir a mi trabajo y mientras camino, recordar las veces que andaba perdido, dejando que un taxi me mostrara un posible camino a un lugar ahora no tan desconocido, imaginando lo que sería vivir en una ciudad diferente a la que había vivido y quizás, lo mejor de todo, tener la posibilidad de hacer lo que después llegué a decir que era mi deseo: pensar. Recordar que ese deseo se atraviesa por otros que habían tomado forma poco a poco, deseos que me llevaron a estar caminando ahora a mi trabajo: el deseo de redefinir el tránsito que me había trazado para mí, buscando la posibilidad de lograr una (¿anhelada?) estabilidad laboral; y el deseo de marcar diferencias por lo que había hecho hasta ese momento para volver a sentir la extrañeza de lo desconocido.

(Relato escrito durante el Momento 3 del Seminario “Preguntas por las epistemes y los métodos de investigación de un colectivo” del Colectivo de Investigación en Arte y Cultura del semestre A-2018, en la conversación liderada por Patricia Triana)






22.04.2017

Una nueva marca. Un nuevo registro. Un cuerpo marcado (violentado). Un nuevo inicio. Nuevos pensamientos. Contemplación. Detenerse. Comenzar de nuevo. Un nuevo tiempo para el pensamiento. Detenerse. Pensar.

Susto. Compañía. Amor. Amistad. Cadena de bienestar.

Ahora es un recuerdo.






Presentando

Sigo con la aceleración. Dicen últimamente que el tiempo se está acelerando, que la expansión del universo ha llevado a que nuestra percepción se acople a esta nueva dimensión y que estemos ahora dados a vivir en ingentes velocidades. ¿Estamos acelerados?

Desde hace unos buenos meses ando metido en la pintura tratando de hacer que ésta se muestre “acelerada”. Había presentado antes una fotografía en dónde se mostraba parte del proceso de realización de estas pinturas  que presento hoy. En estas siete pinturas (más otras dos que están a punto de ser presentadas) intento, trato (con la maravillosa fuerza del hacer una y otra vez) de construir un ambiente en el cuál nuestra propuesta de percepción sea dada por las líneas, colores y texturas que se desvanecen con la velocidad de nuestra mirada. Así, como en la contemplación (de un paisaje) se estabilizan los entornos (quietud (in-móvil)), en la aceleración (de un paisaje) se recomponen los elementos (agitación (móvil)) que se vuelven determinantes en la construcción de cada pedazo de ambiente que es recortado, extraído, tanto en una pintura como en un fotografía. Todo depende de la dirección que le imprimamos a la extracción y de la velocidad en que nos movemos.

Así es pues, esta pintura que se acelera.






(En) estos tiempos (¿modernos?)

Mucho creo ahora, con los vertiginosos cambios de dirección de este mundo, al que nos hemos acostumbrado desde mediados del siglo pasado (y por sí, hay que tener en cuenta que sólo es poco tiempo, si vemos estos acontecimientos humanos desde una perspectiva geológica), que estamos viendo aparecer, de nuevo, mucho de lo que supusimos y decidimos que habíamos superado.

Habíamos pensado y conducido con nuestra más alta pretensión de racionalidad, que después de la Segunda Guerra Mundial todo movimiento ideológico que manifestará sus alcances con la furia de los totalitarismos, era algo que podríamos manejar, neutralizar, para elevar nuestro maltratado “ser racional” y decirnos que cada día nuevo, cada mes nuevo, cada año y siglo nuevo, que llegaríamos a convertirnos en lo más civilizado que aún no hemos conocido, pero que proyectamos al tiempo por venir, con las creencias en que nuestros más afamados avances en las áreas que más queremos, nos dan el prestigio (lo que es llamado ciencia y lo que es llamado tecnología) para ponernos en ese lugar que proyectamos como nuestro sueño ideal (un sueño que hoy es perversamente “americano”).

Lo cierto es, que estamos frente a un espectro que siempre ha estado con nosotros y que afanosamente olvidamos, por lo maravilloso con lo que nos han vendido el progreso, ese progreso que se nos presenta bajo esa “cultura” (subsumida y subvalorada a ese terco llamado de “tecnología y tecnológico”) que nos hace pensar en prótesis (extensiones) de nosotros mismos.

Quizás, si vemos de cerca, el tiempo -ese tiempo que queremos modernizar bajo cualquier pretexto y excusa-, es un tiempo circular. En ese interminable ciclo del RE, es que venimos reciclando ideas que quisimos olvidadas, pero que están ahí, acechándonos de cerca, para cuando las pensemos perdidas, vuelvan sobre nosotros, buscando ver si hemos aprendido, preguntándonos si ya nos hemos (des)acostumbrado, llevándonos de nuevo al punto de tomar la fuerza necesarias para modularlas y transformarlas.

Estos cambios de polo (como si ya se nos cayera encima la inversión de polaridad) me hacen recordar algunas palabras que escribió Roberto Esposito en su libro El dispositivo de la persona (2011), ahora que la velocidad de lo que suponemos que cambia se nos aproxima. Palabras que debemos contemplarlas en su extensión, palabras que suenan así:

Se trata de la hipótesis, (…), de que el pasado o, por lo menos, algunas de sus figuras decisivas, (…), retornan en tiempos posteriores a causa de su inactualidad, de su carácter anacrónico o “anacronizante”. 

(…)

Lo extraño -aún en el plano temporal- es, como se sabe, el núcleo escondido de lo familiar, así como lo arcaico a menudo se halla tan indisolublemente conectado con lo contemporáneo, que constituye su arista más marcada. Pero, como ya se dijo, no se debe perder de vista que lo que podemos definir como resurgimiento de lo arcaico en lo actual no ocurre por la proximidad de segmentos temporales consecutivos, sino precisamente por su distancia. En otras palabras, la distancia, la ruptura de continuidad cronológica -implantada por lo que se ha dado en denominar “futurización” de la historia-, es justamente la que abre, en el flujo del tiempo, esos vacíos, esas fracturas, esas hendiduras por las que lo arcaico puede volver a surgir, aunque, sino como espectro o fantasma que se despierta, o que es despertado, por los brujos de turno (a menudo despertado, precisamente -entendámonos-, también por negación absoluta). (Pág. 81-82).

Aunque creamos firmemente que hemos cambiado, seguimos siendo los mismos humanos que buscamos hacernos espacio, con nuestras ideas idealizadas, tratando de conquistar el mundo desde que eramos cazadores y recolectores, un mundo que cada vez se deshace (y se renueva), inevitablemente frente a nosotros mismos.

[Loop playback]






Una cuenta de 10 (disco eterno)

Hace unos días un amigo (si Miguel, sos vos) me retó a que hiciera una lista con 10 álbumes, “basada en aquellos que más he disfrutado y más han influido en la definición de mi gusto musical”. Acepté el reto, y estuve pensando unos días, recopilando esos álbumes que podrían integrar ese listado. Ahora, con la lista en mis recuerdos, presento esos discos (un disco eterno) que estuvieron conmigo en un momento específico  y que serán parte de eso que siempre digo que soy. La lista es así:

  1. Nirvana. (1993). In Utero[Fue unos de los primeros álbumes que me compré (los anteriores son, consiente-mente censurados). Llevaba unos años de haber entrado en la sonoridad del rock, puesta de manifiesto a través de la Radioactiva y su antigua y ya cerrada frecuencia de la ciudad de Bucaramanga (puede sonar un poco anacrónico y tal, pero como ahora pasa con Mtv, en esos años Radioactiva era “una buena emisora”); cuando conocí a Nirvana y de una se convirtió en uno de mis grupos favoritos. In Utero marcó un punto importante de lo que pensaba durante el final del colegio. Sonidos un poco oscuros, profundos (pero no tan oscuros como el sonido del Incesticideque aún me llevan a pensar que es uno de los mejores álbumes de Nirvana. (En mi colección de vinilos están también Bleach, Nevermind Incesticide)].
  2. Caifanes. (1992). El Silencio[Caifanes, siempre. Es uno de esos grupos que marcaron a un buen número de personas (yo incluido). Es algo que se comparte, que está en el ambiente. Lo que más me ha llamado la atención de Caifanes, es la complejidad de las metáforas que presentan en sus letras. Escuchaba y pensaba en lo eterno con cada uno de estas canciones. Hace poco recordaba con insistencia una de las canciones de este álbum: Piedra. Así era el nivel, así, trascendental, como suele ponerse uno durante unos años de nuestra cuenta de años, y Caifanes ayudaba a entrar en esa sintonía].
  3. Smashing Pumpkins. (1993). Siamese Dream[Conocí a los Smashing Pumpkins por intermedio de una prima (Gracias Yenny). Recuerdo estar haciendo la copia de ese álbum a un casete, siguiendo esa particular manera tradicional de intercambio musical que se frecuentaba por esos días, para poder tenerlo. (Mi prima ya compraba álbumes en CD y tenía su propio equipo musical, cosa que yo carecía en ese momento). Hay muchas canciones que me gustan de este álbum y también pienso que es uno de los mejores que ha hecho los Smashing. Lo más bonito de todo, es que los pude ver cuando tocaron en Bogotá, y junto con mi prima disfrutamos  y recordamos de una parte de nuestra adolescencia. Buena sonoridad].
  4. Café Tacvba. (1994). Re[Este es uno de los álbumes que escucho a menudo y no deja de sorprenderme. Tiene canciones super famosas que pondrán siempre en cualquier reunión, como La Ingrata. Café Tacvba tiene unas de las ideas con las que uno siempre trabaja: la repetición. Este álbum y el Reves / Yo soy lo trabajan seriamente. De hecho, es algo que les preguntan mucho en las entrevistas. (“La vida siempre vuelve a su forma circular”). Los ví en su concierto en Bogotá de la gira 20 años, 20 ciudades. Concierto apoteósico ese. Café Tacvba también es uno de bandas que me acompañado harto rato, y lo seguirán haciendo, especialmente con este álbum].
  5. Jamiroquai. (1994). The Return Of The Space Cowboy[Saltos de sonoridades y genéricos asociados a las búsquedas elocuentes del tipo “¿qué es eso que suena?”. Así fue que llegué a Jamiroquai. (Igual me pasó y me pasa con casi todo lo que escucho ahora). De ahí solo fue seguir viajando, con los sonidos, con las armonías, con todo y con bailar tanto hasta terminar diciendo: “Me encanta Jamiroquai” (y que los demás presentes lo utilicen para hacer bromas después (afortunadamente no fui yo el que dijo eso)). Jamiroquai es una banda para viajar sin movimiento. Insuperable en las fiestas].
  6. Primus. (1993). Pork Soda[No puedo dejar de decir que es uno de mis mejores encuentros sonoros. Llegué a él por intermedio de un amigo de la escuela de artes en la que estudiaba (Gracias Max). Es un tanto la sonoridad que más me atrae en la música que escucho. Y ésta álbum es uno de los que más que gusta de Primus. Sonoridad construida por el bajo (“potente bajo de Les Claypool” como lo dice Wikipedia) que hace un ambiente muy extremo y extraño de no deja de seducirme].
  7. Portishead. (1994). Dummy[No puedo escuchar este álbum sin entrar en una especie de trance musical que me lleva a exclamar: ¡ay! Estuve muy interesado en escuchar lo que en su momento se denominó trip hop. Esta banda, es uno de los exponentes más reconocidos del trip hop. No han producido muchos álbumes, pero los tres que tienen, son extremadamente facinantiformes. Soñaré (y sueño aún) con poder verlos en vivo, y disfrutarlos como en ese concierto famoso que hicieron en el teatro Roseland en Nueva York. En algún momento estuve muy entretenido con los videos que producian los Portishead, especialmente su Road TripDespués que lo ví quise hacer uno parecido. (Aún lo quiero hacer). Y eso es lo que pienso del sonido de Portishead: que es muy urbano, que es muy (bueno, lo que uno ha visto de) Reino Unido, muy Londres (Por eso ahora quiero ir a Londres (¿podré?))].
  8. Morcheeba. (2000). Fragments Of Freedom. [Cuando escuché a Morcheeba ya compraba CDs y tenía un CD player. Recuerdo ir a la tienda de discos, buscar este álbum y sentarme a escucharlo. Fue más que todo una sorpresa, pues no había escuchado nada de ellos antes. Sólo tenía referencias que decían que era una buena banda. Pero, desde ese momento que los escuché, me dejaron atados a su música (y que he seguido coleccionando, aún después que saliera del grupo la maravillosa voz de Skye Edwards). De este álbum me gusta mucho la canción Shallow End. Moorcheeba es música para disfrutar].
  9. Interpol. (2004). Antics. [La primera vez que escuché a Interpol fue por pura casualidad. Estaba acompañando unos cursos de artes, y mientras dibujaba, mi compañera de trabajo puso este álbum para acompañar nuestro dibujar. Fue amor a primer sonido (igual me pasó con Silversuns Pickups, otra de mis banda preferidas). No dejo de escuchar a los Interpol (algunas veces hago maratones que duran días) y casi lloro de la emoción en su concierto en Bogotá. Su sonido, tan directo, no deja de emocionarme por la urbanidad que contiene. Y si con Portishead quiero conocer Londres, con Interpol quiero conocer NY. Así es el poder musical].
  10. Metric. (2003). Old World Underground, Where Are You Now? [Conocí a Metric gracias a Jaime (Saludos Jaime). Estuvo dentro un intercambio musical que hicimos una vez (intercambio del que yo salí ganando, pues él no se llevó casi nada de lo que yo tenía en ese entonces), y cuando pude escucharlo, ya no pude dejar de escucharlo. Con Metric (¡Metric for the soul!) también suelo hacer maratones que duran días, y que me acompañan cuando voy de viaje largo (así, perderme por la ventana del autobús mientras observo pasar la geografía). Este es para mí, uno de los mejores álbumes de Metric. Música poderosa, letras poderosas. Así es Metric. (Actuan como Metric en la película Clean de Oliver Assayas)].

Bonus 1: Rage Against The Machine. (1992). Rage Against The Machine. 

Bonus 2: Björk. (1997) Homogenic

Bonus 3: Incubus. (1997). S.C.I.E.N.C.E.

[Casi todos estos álbumes (y como casi todo) los escuché años después de su lanzamiento (con excepción de algunos, que el tiempo entre el lanzamiento y su escucha fue menos de un año). Pero así y todo, puedo decir (y redescubrir) que mi sonoridad musical está anclada en la década de 1990].

Eso, así es. Una lista. Música. Me pondré mis audífonos y disfrutaré mientras camino.






EL PRINCIPIO DEL PRINCIPIO O LA BÚSQUEDA DE UN ORIGEN (SI ESTE EXISTE, REALMENTE). Breve, muy breve comentario a partir del taller de PEI de la Facultad de Ciencias Humanas y Artes – UT del día 5 de agosto de 2013 en la mesa sobre docencia. (Contiene un nuevo comentario escrito unas semanas después)

Desde hace un tiempo estoy tentado a insistir, tercamente, en lo que se puede llamar la permanencia de la pregunta[1]. Permanecer en una pregunta es darse un tiempo para que ella se acentúe y permita abrir diálogos con todas las ideas con las que uno usualmente se construye. Permanecer en la pregunta, es tratar de hallar los elementos con los cuales construimos nuestros discursos, que terminan atravesándonos y que son puestos a prueba a cada momento que ejercemos nuestros diferentes roles. En otras palabras, permanecer en la pregunta, es ahondar en la búsqueda de los principios que rigen nuestro pensamiento. Y al ser pregunta, cada uno de nosotros, sólo se está buscando el origen de cada una de las decisiones con las cuales uno se enfrenta a un mundo.

En esto pensaba cuando me acerqué como participante de la mesa de docencia del taller de construcción del PEI (Proyecto Educativo Institucional) para la Facultad de Ciencias Humanas y Artes de la Universidad del Tolima. Y es desde allí, que presento estas breves, muy breves reflexiones (que están aún en un estado inicial, casi ‘bruto’), que por lo mucho, tratan de pensar en esos principios (inicios, orígenes) que se deben tener en cuenta (presentes) para pensar unos ‘principios’ que guíen el trabajo en unos de los ejes más importantes de una institución educativa: la docencia.

Y en el estado ‘bruto’ de esta reflexión, necesariamente se tiene que acudir a la pregunta (que no teme, que no se sonroja, que sólo quiere saber), para poder iniciar (así es en principio) con la búsqueda de esos elementos (momentos) con cuales se debe pensar (en principio) para reconocer y construir los principios con los cuales guiar un trabajo (docente).

Empecemos con las preguntas, y con la pregunta que pregunta:

¿Por qué me interesa la docencia? Y más que eso, ¿qué de lo que me interesa de la docencia se puede trasladar (¿traslapar?) a un proyecto (principio) de una facultad, como la Facultad de Ciencias Humanas y Artes de la Universidad del Tolima?

Pero antes de iniciar siquiera a intentar dar una respuesta a estas preguntas, habría que formular una sola pregunta. Esa primera (originaria) pregunta sería: ¿qué es ser docente? Y esta pregunta detonante, explosiva, expansiva, hace que más preguntas empiecen a caer, por el propio peso del ser docente, preguntas que aparecen así: ¿Por qué hago clases? ¿Qué es lo importante de ser profesor? ¿Enseñar? ¿Educar? ¿Qué busca un estudiante, uno de tantos, cuando viene a una Universidad que tiene una facultad que se llama de Ciencias Humanas y Artes? ¿Busca una persona, que recibe la denominación de ‘estudiante’ que lo eduquen sobre una serie de conocimientos que se denominan así mismos como ‘ciencias humanas y artes’? (¿Desde cuándo existen las ciencias humanas y las artes?) ¿Busca una persona, un estudiante, que le enseñen conocimientos y relaciones con las ciencias humanas y con las artes? ¿Qué es ser estudiante? ¿Qué es un ciencia?, y además de ciencia, ¿qué es una ciencia ‘humana’? ¿Es necesario tener una ciencia que nos estudie y que enseñe algo que tiene que ver con nosotros, los humanos? ¿Somos nosotros los humanos, susceptibles de ser educados y enseñados? ¿Cuál es la diferencia entre cada uno de los conceptos que más sobresalen en el ámbito ¿educativo?, ¿pedagógico?, educar o enseñar? Yo, como docente-profesor, que hago: ¿educar o enseñar?

Podemos pensar que estas preguntas en cascada, ruidosas y sin consenso sólo intentan crear un hálito de dirección para indagar la diferencia entre educar y enseñar, tanto para el grupo que compone una facultad que recibe la denominación de ‘docente’ (profesor), como para el otro grupo que recibe la denominación de ‘estudiante’ (alumno).

La ‘educación[2]’ como la ‘enseñanza[3]’ termina siendo, como todo, una mitología, y por lo tanto, una opción política. Y la política, es mejor considerarla como la piensa Rancière bajo su argumentación sobre el disenso, la partición de lo sensible, el desacuerdo, la parte de los que no tienen parte, la parte que siempre busca negociar las partes de lo común que son comunes a todos y que siempre deben ser puesta en discusión, en desacuerdo. Podemos recordar esta noción de política en Rancière siguiendo lo escrito por Juan Carlos Arias en el artículo “Infancia y conflicto: sobre la tendencia a un cine ‘no político’ en Colombia” (Arias, 2013, p.   15-16) (vale la pena la extensión de la cita):

 Rancière retoma el sentido original de la política expuesto por Aristóteles y señala que ésta no se refiere –como hoy creemos de un modo un tanto reductivo- a un sistema de gobierno o a un conjunto de ideologías particulares relacionadas con el poder, sino a cierta relación entre lo justo y lo injusto. La política se refiere, en principio, a un problema de repartición justa o injusta de lo común: “lo que los ‘clásicos’ nos enseñan es en primer lugar esto: la política no es un asunto de vínculos entre individuos y de relaciones entre éstos y la comunidad, compete a una cuenta de ‘partes’ de la comunidad. (1996, p. 19). Ahora bien, el eje del asunto radica en que lo político no es simplemente un ejercicio de administración de lo común; no se trata de un problema de planeación en el que se define la distribución de lo común en las partes que de hecho constituyen una comunidad. Para Rancière lo político es, ante todo, el conflicto acerca de la existencia misma de un escenario común. Esta es la base de la famosa distinción entre política y policía. Esta última se reduce al ejercicio de distribución y administración de un común preestablecido. La política, en cambio, establece siempre un litigio por la definición misma de ese común por distribuir.

 (…)

 … se hace evidente que la política como desacuerdo, para Rancière, es el litigio sobre la distribución de lo común, sobre la definición de las partes que participan de lo común, sobre la definición de las partes que participan de lo común, a partir de una parte de los que no tiene parte. El desacuerdo no se da entre partes dadas. Si lo que pone en juego es la definición misma de lo común es porque el litigio supone una ‘parte sin parte’, una parte de la comunidad que no participa de lo común. En los términos planteados anteriormente, una parte sin voz en medio de una discusión sobre la palabra misma. La política es, siguiendo a Rancière, ese acto por el que una parte sin parte toma la voz para fundar un litigio sobre lo común. Un desacuerdo por el cual se hace necesaria no sólo una repartición de lo común dado, sino una redefinición de qué es aquello que como comunidad entendemos por común.

¿Y qué sería eso común dentro del ámbito universitario, eso que entenderíamos como común? No es conducir a alguien al conocimiento. Tampoco es darle una orientación sobre lo que tendría que hacer. Lo común debe ser aprender. Y es desde el acto de aprender, en que debemos fundar (principio originario) el litigio, ya que para aprender, todos somos esa parte sin parte que debemos capturar un conocimiento. El aprendizaje es un litigio (eterno) sobre la parte sin parte del conocimiento.

Y en este momento, entonces, y como conclusión (que puede ser igualmente ‘bruta’) las preguntas que se hicieron al inicio, deben ser formuladas así: ¿Qué aprende un docente? ¿Qué aprende un estudiante? ¿Qué aprende una facultad que se denomina ‘de Ciencias Humanas y Artes, de su ciencia, de lo humano demasiado humano, del arte, de sus docentes, de sus estudiantes?

Creo que ahora hay un principio. Y lo que pasa, es que siento que no he dicho nada nuevo, porque lo originario es así, una repetición que se ha endurecido.

Pero antes que seamos endurecimos (originalmente), unas preguntas más, así como para terminar (algo que ni siquiera ha empezado, que ni siquiera ha tenido un principio): ¿Qué aprendo? ¿Cómo aprendo? ¿Quién aprende? ¿Con que impacto aprende?[4]

 ***

Semanas después, las comisiones iniciales (docencia, investigación y proyección social) con las que se inició el trabajo de construir un Proyecto Educativo para la Facultad de Ciencias Humanas y Artes se diversificaron para tratar de abarcar diferentes aspectos que pueden ser considerados en esta Facultad. Estas comisiones son: humanismo, humanidades, ciencias humanas y/o sociales; Interdisciplinariedad, multidisciplinareidad y transdisiciplinareidad; investigación; proyección social; género, otredad y alteridad. Adicional a esto, el Consejo de la Facultad instaló otras comisiones, con las cuales inició el trabajo de construcción del proyecto educativo para la Facultad: comisión técnica – asesora; comisión de diagnóstico y reseña histórica; comisión para el diseño de la estructura del PEF; comisión para plantear un primer esquema de Plan de Desarrollo; comisión de análisis y propuesta del componente académico.

Sólo pienso que son muchas comisiones. Sólo pienso que el solo trabajo se está diluyendo y que esta búsqueda de los principios con los cuales se nos invitó a participar, a nosotros profesores de la Facultad, se está perdiendo bajo una progresista idea que dice que para participar hay que incluir y deglutir. No sé si sólo es un supuesto. No sé si todo este trabajo nos ayudará a construir, entre todos, está Facultad en la que nos encontramos, ahora.

Lo que sí sé, es que ya no estamos buscando el principio, un origen para esta Facultad que dice llamarse de Ciencias Humanas y Artes.

Nos estamos olvidando, de nuevo, de hacernos preguntas.

 

REFERENCIAS

Arias-Herrera, J.C. Agosto de 2013. Infancia y conflicto: sobre la tendencia a un cine ‘no político’ en Colombia. Palabra Clave 16 (2), 585-606.



[1] Esta, como casi todas las ideas y conceptos, no es nueva u original (innovadora como se suele decir hoy). Esta idea la he recogido de mi permanencia en el Seminario Metodológico de la Especialización en Educación Artística Integral de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Colombia sede Bogotá, a cargo de los profesores Patricia Triana y William Vásquez en los años 2008, 2009, 2010, 2011 y 2012.

[2] Un breve incursión recordatoria en la etimología, nos indica que la palabra “educar lleva la raíz de la palabra latina ducere (educare >> educere) (…) que significa guiar. (…) Con lo que educar sería “guiar o conducir” en el conocimiento. Idéntico significado tiene la palabra griega “pedagogo”, paidos (niño) y agogós (que conduce)”. Tomado de http://etimologias.dechile.net/?educar (Revisado 05/08/13)

[3] “La palabra enseñar proviene del latín insignare, compuesto de in (en) y signare (señalar hacia), lo que implica brindar una orientación  sobre qué camino seguir”. Tomado de http://etimologias.dechile.net/?ensen.ar (Revisado 05/08/13)

[4] Y este parafraseo (por supuesto, nada original), lo extraigo de las palabras de William Vásquez en su trabajo de investigación sobre la Escuela Nacional de Bellas Artes, que escuché alguna vez cuando hizo la presentación del mismo.