No es posible alejarse un poco de esas noticias inoportunas y caprichosas que se suceden sin control: unas semanas de receso sólo son un recordatorio que cada día se resquebaja más y más la poca estabilidad y tranqulidad de ese país sin guerras intestinas que habíamos intentado soñar hace poco.
El incendio de la Cátedral de Notre Dame, quizá fue una metáfora triste y oscura de lo que ha pasado en este país durante las dos últimas semanas. Nuestra errancia por la incertidumbre ya se asemeja más a los difíciles momentos que aparecen con fuerza en otras latitudes, y que aquí también recordamos con alarma y amargura ese relato de terror que se nos entrega: ejecuciones extrajudiciales, seguimientos ilegales, intimadaciones voraces.
Nos exponen a palabras dichas con furia –“sicario, sicario, sicario”- que atraviesan todas nuestras apuestas por la representación para horadar nuestros cuerpos ciudadanos, haciendo que ellos se tornen vulnerables para ser destruidos: estamos a merced de nuestra muerte.
No tenemos maneras para contener este aluvión de muerte y guerra que quiere mantener ese statu quo tenebroso que tanto fascina a unos pocos, a esos que prefieren “a los guerrilleros en armas” para poder, quizás, gritar la victoria que más les gusta: la victoria dicha por las armas.
Ya no quieren conversar y discutir (nunca lo han querido), solo quieren confundir y atemorizar para tener ese anhelado control opresivo sobre lo que consideran “el lado correcto de la historia”. Tendremos tragedias que seguiremos relatando con amargura, pues es cada vez más difícil contener la voracidad por el derramamiento de sangre que, masas lujuriosas contenidas, quieren poner en acción para acallar de una vez por todas las voces disonantes a su discurso.
No hay recesos en este carrera hacia la muerte. Los ataques son sistemáticos. Nuestra única contención es tratar de gritar y advertir el horror que se avecina, a ver si nos llega de una vez por todas un poco de cordura, para ver si eliminamos ese odio cansino que nos impide vivir con un poco de paz. ¿Será que lo lograremos? ¿Podremos rebatir con el poder de las palabras las malqueriencias que nos imponen las atroces armas?
No creo que esta sea la última vez que estaremos en tensión por cuenta de estos llamados a la guerra. Los seres humanos estaremos siempre en combate y la violencia primará en los momentos de dirimir objeciones y desavenciencias. Aunque hemos refinado nuestros sentimientos y emociones para minimizar nuestros impulsos bélicos, cada cierto tiempo entramos en ciclos de presión agresiva que erupcionan sin control ni racionio aparente, puesto que los liderazgos son enceguecidos por la constricción de nuestro pensamiento y los sesgos cognitivos que instauramos en los exiguos criterios con los que interactuamos.
La lucha real estará marcada por vencer las falacias que mueven la voluntad argumentativa y la marrullería con las que se quiere llevar todas las discusiones y debates.
Ante las falacias: confrontación, sin recelos ni recesos. Este es nuestro reto.
*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el O2 MAY 2019