Parece ser que vamos en el sentido opuesto al que nos han dicho que debemos ir. La sabiduría popular podría decir que borramos con el codo lo que hacemos con la mano: lo que hemos escrito en las últimas décadas y que ahora notamos como ineludible, se está diluyendo para favorecer –como siempre ha sido- los intereses de unos pocos, de esos pocos que han tenido y detentado el control poderoso de las decisiones.
Aunque la amenaza tangible de la modificación del clima global –clima de por sí siempre variable- se ha tomado las agendas de medios de comunicación masiva y de los gobiernos de algunos países, la depredación de los entornos no deja de ser noticia en algún rincón del planeta.
En estos días, por ejemplo, se recordaba con terror que una gran mayoría de líderes y activistivas que ponen en evidencia la destrucción del medio ambiente en sus regiones, son asesinados impunemente, para así continuar los proyectos de todo tipo, que nunca tiene en consideración el equilibrio que hay que mantener para preservar las cadenas de cooperación biológica, tan necesarias para nuestra supervivencia.
No es más que recordar que cada ecosistema es un entramado complejo de relaciones entre especies, para saber que la más minima modificación de un hábitat hace que se transforme súbitamente los frágiles equilibrios ganados por milenios. Pero este conocimiento que se nos ha presentado desde las épocas escolares, es desconocido, sin mayor remordimiento, por el impulso generador de ganancias en el que se ha convertido nuestro raciocionio, y aún con más insistencia, el raciocionio de muchos gobernantes que, enmascarados en consignas atrapavotantes, consideran que lo mejor es hacer caso omiso a las alertas –“el calentamiento global no existe”- y procuran continuar con las políticas fáciles –“es necesario aspejar con glifosato”- de extracción de todo lo que naturalmente no cuesta nada en producir, puesto que el planeta ya lo ha producido por nosotros.
De esta manera, continuaremos deforestando hectáreas y hectáreas de bosques, monocultivando para destruir la diversidad, envenenando fuentes de agua para la extracción de un poquito de sobrevalorados metales, ocupando tierras para tener exclusividad en los dividendos; mientras intentamos convencernos, torpemente, que debemos modificar nuestros hábitos para aportar en algo a la contención de esta debacle.
No aprendemos con rápidez de nuestros errores. Como soy pesimista, pienso que los cambios se producen por la inercia de los acontecimientos o por el devenir majestuoso de lo inevitable.
En unas décadas, quizás, cuando se hayan cambiado todas las condiciones de nuestro entorno, será el momento justo en que empezaremos a considerar los cambios que tendremos que hacer para continuar conviviendo con nosotros mismos y con las otras especies. Y puede ser que sea tarde: vivímos la distopía negándola.
O puede ser que esto que pensamos ahora –“el clima se está calentando”- sólo sea una alerta totalitaria que trata de ver apocalipsis en algo que aún no comprendemos del todo y que sólo necesita del tiempo de la biología para que se realicen las respectivas transformaciones que equilibren lo que se ha desequilibrado.
¿Contradictorio? No puede serlo más: de eso estamos hechos y de eso vemos mucho últimamente: me quejo y alerto a otros del “fin del mundo”, pero ya con el mundo en la mano, hago todo lo que dije que iba a pasar en el “fin del mundo”.
Por eso, esperemos con tranquilidad el lucro ajeno de la venta sin control de los recursos comunes. Algo nos tocará a nosotros, sí nos quedamos callados y no decimos nada.
*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 01 AGO 2019