Estamos atrapados. Suben preocupaciones que se suman a las que se han venido manifestando, poco a poco, en este último año de esta década. Los veintes de este siglo XXI estarán marcados por lo que queda después que se hayan apaciguado los tiempos, humeantes, mientras vemos la devastación que ahora consume el llamado “pulmón del mundo”, la Amazonía.
Ya no es solo la deforestación, ahora también son los incendios, que se han ido mostrando en las noticias y que nos alertan y alarman, porque al parecer –ahora sí-, nos daremos por enterados del radical problema que tendríamos si no nos detenemos a considerar la destrucción que hemos ido acumulando desde el comienzo de los tiempos (¡caos, caos, caos!), que había ido sin mayores sobresaltos pero que ahora se ha acelerado hasta hacernos voltear el rostro para evitar entrar en contradicciones: “ese tal calentamiento global no existe”.
Hablaremos mucho sobre este y otros eventos –como aquella vez que la plataforma de petróleo Deepwater Horizon ardió por varios días-, pero, después de la conmoción vendra la calma, y seguiremos como si nada, con nuestras rutinas contaminadoras, ya que ellas hacen parte de nuestro ambiente y somos ambiente con ellas.
Y al ser ambiente, sólo sabremos que debemos modificarlas cuando sea demasiado tarde (esperemos que no, o ¿sí?) y con la urgencia, haremos de lo queda, las bases de las dimensiones de lo que será nuestra vida por venir.
Lo ideal es que podamos mediatizar lo que acontece y ponerlo en tensión para predecir las actuaciones. Pero, como lo decía al comienzo, estamos atrapados. La envoltura que nos rodea hace que se estiren las pre-ocupaciones de gritos de separación para volver –así se muestra el mundo de la política democrática- a dividir el mundo entre ellos y nosotros, entre los otros que no son como nosotros y nosotros que no somos como ellos, continuando con esa replica peligrosa que reduce las capacidades de nuestra estabilidad social, cultural y económica: aún no hemos aprendido a vivir bien.
Tal es así, que las ideologías sempiternas que nos han venido gobiernando, seguirán duplicándose para mostrarse como las herederas de las verdaderas razones, buscando aislar en su recintos a los que profesan, dejando fuera a los “barbaros” que quieren “devastar” el orden establecido (¿natural?). Exclusión en lo que proponen y “conjuntos cerrados” en los que obtendremos.
En esto pasaremos nuestro tiempo, dejándonos llevar por la desolación de nuestros territorios para reconstruir, imperiosamente –en esos ciclos eternos de ordenamiento y des-ordenamiento (¡caos, caos, caos¡)-, lo que nos permitirá liberar las tensiones acumuladas, pero para ser más exactos, desde la Segunda Guerra Mundial.
De ahí la idea de McLuhan de revisar con atención las variaciones que se presentan en los medios, para intentar curas en los sistemas, enfriándolos o calentándolos, evitando que una estruendosa explosión de emociones disperse lo poco que aún tenemos.
Volteemos hacia el centro del Planeta para atender la devastación –manifestada hoy por el incendio amazónico- del territorio común de comunicación que nos ha mantenido unidos y que gira vorazmente para mostrarnos que aún debemos prepararnos para no acabar de destruirnos.
*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 22 AGO 2019