La fuerza de los cambios se manifiesta sobre lo doméstico de manera geológica: las variaciones sólo son perceptibles si se ven georreferenciadas desde “nuestro territorio” futuro. Ahora, por ejemplo, es casi imposible dimensionar las reales consecuencias que se tendrían si abusamos de los mal llamados “recursos naturales” – que no dejan de considerarse renovables e infinitos –; pero no por ello, debemos desatender las alertas que se suman insuficientes pero cada vez más frecuentes y fuertes: hay que volver a preguntarnos por lo que pasaría si dejara de llegar el agua cada vez que tomamos una ducha o si no pudiéramos cocinar nuestro desayuno al no tener acceso a una fuente de combustión estable.
No es necesario pensar en lo dramático del asunto, no por ahora. Lo que se requiere con urgencia es ver desde el futuro, cómo el pasado se ha ido acumulando hasta nuestro presente para dejarnos sumidos en extensiones de territorios ya casi desconocidos, que, como manifestaciones fantasmales, aún perviven dentro de nuestras comodidades.
¿Qué es la colonia? No es más que una extensión territorial de nuestros afectos y efectos. Por eso, el ahora occidente dominante ha puesto sobre nuestras mesas diferentes variantes de su única acción hegemónica y con ellas, ha generado el estado de conservación de actitudes con las cuales maneja a su antojo, el porvenir de su prevalencia. Esto ha sido así desde por lo menos, unos 500 años, y continúa bajo eufemismos capitalistas dilatorios su sesgo sobre el proceso cognitivo, con el afortunado atenuante de ser cuestionado por la consciencia necesaria de la contrariedad social.
Se podrá decir hasta el perjurio que este sesgo no actúa ya con nosotros, que no somos así, que hemos superado nuestros colonia-L-ismos, que ya integramos en una felicidad trasnacional – confesional y laica – a todos los Otros que no son como nosotros y ver con esto, los beneficios del desliz productor de variedad con los intercambios genéticos y meméticos. Pero, el falso positivo de esta felicidad radica en que el “recurso natural” sigue siendo – aun no podrá ser de otra forma – el mayor productor de privilegios y así será hasta el momento que la moneda de cambio sean los suspiros.
Y suspirando con rabia y amargura, vemos cómo se intenta salvar los páramos, para seguir extrayendo con paciencia las entrañas de nuestras montañas, para dejar el agua que bebemos con restos contaminados de ilusiones doradas. O, continuaremos “CO2lonizando”, expropiando espacios vitales para consagrar la capitalización de las energías limpias mientras se despojan tradiciones y se confiscan recursos. O, descongelando los trazos comerciales para mantener la colonia de rutas para tráficos meméticos de emociones.
Desde nuestros primeros pasos mundanos estamos ligados a esa acción extensiva que ha llevado el recorrido – en tono occidental – desde Egipto, pasando por Grecia, Roma, Portugal, España, Francia, Inglaterra, Estados Unidos para asomar su coalición y colisión a China y Rusia. Y, antes de este recorrido, no podemos dejar fuera de tono, el trote extensivo que se construyó desde el Ardipitecus ramidus, Australopitecus anamensis, Australopitecus afarensis, Australopitecus africanus, Homo habilis, Homo eregaster, Homo antecessor y Homo sapiens para arrasar con el Homo neandertalensis y colonizar la Tierra.
Cada uno de estos recorridos no están exentos de falsos negativos y positivos, de malcomprensiones y de evoluciones que constriñen y catalizan algunas otras historicidades, dejando en relevancia aquella voz tan fuerte que ya ha colonizado todo el planeta con su (im)pulsión homogenizadora: ya estamos envueltos en esa colonia que nos expulsa de este planeta, como lo predijo Stanley Kubrick en 2001 Odisea en el Espacio: ¡Bienvenidos a Marte!
Por eso prefiero meditar sobre los “ismos” recordando a Marshall McLuhan con “todos los medios son extensiones del cuerpo y los sentidos”: he aquí nuestra más primitiva colonia que está siendo de nuevo arrasada.
*Publicado originalmente En Uso de Nuestra Facultades el 15 ABR 2021