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Ambientes Distópicos: Conectados

Parece ser que la condición que mejor expresa nuestra actualidad se basa, únicamente, a partir de las conexiones. Llevamos poco tiempo jugando a vivir “conectados” (como si nunca lo hubiésemos estado), esperando que en ese juego podamos encontrar el carácter que guíe nuestros pensamientos. Y es tanta la importancia que se le imprime a eso de “estar conectados”, que la mayoría de las políticas públicas se trenzan bajo este matiz.

Una de ellas es el proyecto de ley que lidera el Ministerio de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones para la modernización del sector de las TIC’s. Este proyecto –de ser aprobado- hará un gran revolcón en el manejo de estas “nuevas” tecnologías e influirá también en el manejo que, hasta ahora se le ha dado a la televisión –y en especial la pública-, puesto que considera suprimir la Autoridad Nacional de Televisión para proponer un sólo ente regulador en el país para estas “tecnologías de la información y la comunicación” y para la, un tanto “vieja”, televisión.

Este proyecto de ley se ha estado cabildeando, principalmente, con esa idea del “estar conectados”. No más. No hay otro punto que se pueda resaltar o del cuál se pueda presentar como reflexión para mostrar la necesidad de modificar las maneras como se regula el espectro electromagnético, la televisión y los contenidos y, con mayor atención, los productores de contenido que transmiten sus producciones por la Internet (las conocidas OTT – Over The Top, YouTube, Netflix, Facebook, Twitter, Instagram).

Y con tanta insistencia en la conexión –“La mitad del país carece de acceso a la Internet. Veinte millones de colombianos no tienen conectividad de banda ancha”-, nos podríamos preguntar: ¿por qué necesitamos estar “conectados” (a la Internet)? Esta pregunta sólo se responde desde la confianza absurda que le hemos puesto a los artilugios construidos por arte de tecnología (ese arte de magia de otras épocas), cómo si lo “mágico” que se supone que hacen cada uno de estos artefactos interconectadores, pudieran remediar por su uso, las inequidades sociales y económicas que en nuestro país son “el pan de cada día”.

Cada tanto muchos países inician campañas públicas con este mismo tono. Se puede recordar como sí fuera ayer esas iniciativas de “Computadores para educar” o “Tabletas para educar”, que repartían equipos con alto grado de complejidad manufacturada para apoyar el desarrollo de las clases y construir un tipo de conexión pedagógica con las nuevas generaciones, pero que olvidaba, casi siempre, la necesaria alfabetización de todo lo que ese “nuevo” ambiente crea.

El estar conectados no lo es todo. Podemos estar, por ejemplo, en un ambiente con conectividad análoga –una reunión de amigos y recién conocidos- y no entablar comunicación alguna con nadie, por tener en el momento de la reunión un episodio de ansiedad extrema que censura cualquier intento de conexión; y, aun así, disfrutar de la reunión y pasar un rato ameno.

Pensar, como lo hace el MinTic, en que lo más importante para darle equidad a este país inequitativo es ofrecerles banda ancha a veinte millones de personas (¿Internet para educar?), es seguir replicando confianzas ciegas en soluciones ficticias que cada tecnología reproduce: la invención del automóvil no solucionó las necesidades de transporte individual y colectivo de nuestras ciudades.

Cada tecnología debe ponerse siempre en tensión para saber sus reales implicaciones sobre las políticas públicas, que son las que realmente van a impactar a un grupo de ciudadanos. Mas que dar conexiones a Internet, se deberían crear conexiones educativas para fortalecer la alfabetización que se necesita para la interacción con estos ambientes mediáticos. ¿Qué razón tendría una persona para estar conectado (a la Internet) sí no tiene vías en buen estado para comercializar los productos que cultiva? ¿Sólo tener “indignación” de red social?

Debemos conectar nuestra atención a estos proyectos de ley para saber sus implicaciones, ya que lo que está en juego, son las “nuevas” soberanías. #chaoleytic

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 30 MAY 2019

Ambientes distópicos: Desazón

No es mucho lo que se puede decir en una distopía como la colombiana que, minuto a minuto, se torna más y más enrevesada. Si hacemos un recuento, tendremos a la vista las predicciones que corroboran lo que hemos sabido desde el comienzo de lo que se insiste en llamar, tontamente, “el lado correcto de la historia”.

La desazón es nuestro ambiente y “grotesco” es la palabra que nos define, ya que la tortuosa situación por la que atravesamos está para mostrarnos los sinsabores de la espectacularidad vacia que exhibe el doblez de personalidades insustanciales. Por eso el país pierde su respeto al venerar “constitucionalidades” ajenas que presionan con “descertificar” por las consecuencias de una guerra que ellos inventaron; por eso renuncia el fiscal que no investiga nada pero que alienta con sus acciones la pérdida de la institucionalidad; por eso se alebresta la inconsciencia oscura que clama por la transparencia en las informaciones y reniega de las fuentes que desdicen su macabro hacer.

Pero lo que no es banal –como lo pensara Hannah Arendt-, es esa “banalidad del mal” que activa nuevamente las estrategias para continuar, con la lentitud certera de la costumbre, el extermino de todo lo que huela a “otro”. El “lado correcto de la historia” no puede permitirse que la memoria diga que fueron los hacedores de la paz, porque para ellos, lo que importa es el lucro que nace de la guerra: se muestran impolutos –como un “ladrón de cuello blanco”- en su esplendorosa y ya perdida, inane, representación política.

Y, en su cosmovisión abyecta, escupen justificaciones amañadas que remarcan su compromiso por mostrarse obsecuentes con su versión de los hechos, así en el intento, se tuvieran que beber las mieles del glifosato y ver nuestra geografía fracturada por la incesante búsqueda de recursos no renovables, con los que tradicionalmente comerciamos y depreciamos nuestro exigente modo de vida.

No es la primera vez que el ambiente se dispone así. No es la primera vez que sufrimos las consecuencias de las ideologías extremas. No es la primera vez que las predicciones se cumplen. Como se ha escrito antes en estos ambientes distópicos, a lo que nos enfrentamos es a la desaparición de lo conocido y a la aparición de una ciudadanía que caminará como muertos en vida.

Vamos a llamar, como lo decía Juan Esteban Constaín en su última columna, la “voz del diablo”: este pueblo que habrá de perecer, será el encargado de aplacar con su voz esa “inconsciencia e insensatez” de vivir en “paz”, sólo para poder tener un poco del dinero que se ofrece por vivir en “guerra” y así, tener que gastar en unas siempre insuficientes comodidades y, de vez en cuando, seguir yendo de viaje por el país en caravanas como las que se ofrecía años antes: “Vive Colombia, viaja por ella”.

También, tendría que llamar a la sensatez, para ver sí –como lo ha hecho Estebán Carlos Mejía- dejo de ambientar distópicamente este único relato de desazón que nos atrapa; y me dedico mejor a ambientar el arte –no sé si distópicamente-, como lo he hecho en estos días con una exposición que titulé “Estamos despiertos más tiempo”. Y, para ello, sólo debo incluir la invitación a la Sala de Exposiciones Darío Jiménez del Centro Cultural de la Universidad del Tolima[1].

¿Estaremos despiertos más tiempo para no ver esta desazón?

[1] La exposición estará abierta hasta mediados de junio de 2019.

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 23 MAY 2019

Ambientes distópicos: Sin receso

No es posible alejarse un poco de esas noticias inoportunas y caprichosas que se suceden sin control: unas semanas de receso sólo son un recordatorio que cada día se resquebaja más y más la poca estabilidad y tranqulidad de ese país sin guerras intestinas que habíamos intentado soñar hace poco.

El incendio de la Cátedral de Notre Dame, quizá fue una metáfora triste y oscura de lo que ha pasado en este país durante las dos últimas semanas. Nuestra errancia por la incertidumbre ya se asemeja más a los difíciles momentos que aparecen con fuerza en otras latitudes, y que aquí también recordamos con alarma y amargura ese relato de terror que se nos entrega: ejecuciones extrajudiciales, seguimientos ilegales, intimadaciones voraces.

Nos exponen a palabras dichas con furia –“sicario, sicario, sicario”- que atraviesan todas nuestras apuestas por la representación para horadar nuestros cuerpos ciudadanos, haciendo que ellos se tornen vulnerables para ser destruidos: estamos a merced de nuestra muerte.

No tenemos maneras para contener este aluvión de muerte y guerra que quiere mantener ese statu quo tenebroso que tanto fascina a unos pocos, a esos que prefieren “a los guerrilleros en armas” para poder, quizás, gritar la victoria que más les gusta: la victoria dicha por las armas.

Ya no quieren conversar y discutir (nunca lo han querido), solo quieren confundir y atemorizar para tener ese anhelado control opresivo sobre lo que consideran “el lado correcto de la historia”. Tendremos tragedias que seguiremos relatando con amargura, pues es cada vez más difícil contener la voracidad por el derramamiento de sangre que, masas lujuriosas contenidas, quieren poner en acción para acallar de una vez por todas las voces disonantes a su discurso.

No hay recesos en este carrera hacia la muerte. Los ataques son sistemáticos. Nuestra única contención es tratar de gritar y advertir el horror que se avecina, a ver si nos llega de una vez por todas un poco de cordura, para ver si eliminamos ese odio cansino que nos impide vivir con un poco de paz. ¿Será que lo lograremos? ¿Podremos rebatir con el poder de las palabras las malqueriencias que nos imponen las atroces armas?

No creo que esta sea la última vez que estaremos en tensión por cuenta de estos llamados a la guerra. Los seres humanos estaremos siempre en combate y la violencia primará en los momentos de dirimir objeciones y desavenciencias. Aunque hemos refinado nuestros sentimientos y emociones para minimizar nuestros impulsos bélicos, cada cierto tiempo entramos en ciclos de presión agresiva que erupcionan sin control ni racionio aparente, puesto que los liderazgos son enceguecidos por la constricción de nuestro pensamiento y los sesgos cognitivos que instauramos en los exiguos criterios con los que interactuamos.

La lucha real estará marcada por vencer las falacias que mueven la voluntad argumentativa y la marrullería con las que se quiere llevar todas las discusiones y debates.

Ante las falacias: confrontación, sin recelos ni recesos. Este es nuestro reto.

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el O2 MAY 2019

Ambientes distópicos: Desquicia

No es para nada extraño, decir ahora que la locura es la particular forma de ser y la manera de estar de este país. Cada semana desde hace dos siglos, aparecen una y otra vez los signos que muestran nuestra particular tragedia. Algunas veces serán los unos, otras veces serán los otros; y todos estarán para mostrar que vivimos de oscuros pensamientos.

Pensamientos como aquellos de un expresidente eterno, que claman por una “masacre social” destinada, únicamente, para aquellos que se salen de un relato glorioso de progreso envenenado con glifosato. No queremos nada más que muerte, así se nos insista con retruecanos, que una masacre no tiene los significados que son conocidos por todos.

Si este insistente influenciador ya no tiene arropo de vergüenza (bueno, nunca la ha tenido) para llevar su furia desquiciada a todo un país, es porque nosotros también queremos ser despojados de la poca cordura que aún nos queda.

Ya roto todos los acuerdos, ponemos en contexto la demencia que nos carcome, y junto con las manifestaciones de pensamiento recurrente en una mayoría de países, tendremos la más grande inversión de la polaridad para crear un planeta balanceado hacia la derecha, planeta que será mas exclusivo del que ahora tenemos.

Tendríamos quizás, como se pone en las Piedras de Georgia, “un mundo que estaría por debajo de los 500.000.000 habitantes, guiados por pasión, fé y tradición con razón templada”, en dónde lo más importante sería acrecentar hasta el borde de la gula, la malsana acumulación privilegiada de unos pocos que querrán ser esos nuevos humanos que vivirán en fortalezas cerradas con el dominio absoluto de sus vasallos.

Por eso es que se propone de todas las formas y de todos los tonos posibles, la segregación de pueblos (mestizos a un lado, blancos al otro, indígenas…) y la destrucción de la comunicación –“es preferible cerrar esa carretera…”-, para entregar a esas tan mentadas “personas de bien”, los réditos de la desaparición: ellos tendrán sus tierras prometidas lejos de eso que se considera insalubre.

Estaremos tan perdidos en nuestra psicosis, que nos conformamos con la fabulación insana que alienta humores malignos, como esa de seguir la línea de nuestra destrucción. Pienso, que muy pronto, sacudiremos toda esta tensión de la forma más brutal que hemos conocido: el genocidio. Pasó hace 25 años en Ruanda: 800.000 personas muertas en un periodo de aproximadamente 100 días: discursos de odio difundidos y replicados para crear realidades dislocadas que producen tránsitos veloces que van de la normalidad a la efervescencia de la locura: de vecinos queridos y amados a despiadados asesinos.

Creo que muchos de nosotros no queremos esto. Por eso intentamos hacer llamados desesperados para no alejarnos de la cordura, para que no sea visto como un triunfo la sensatez de las voces que quieren seguir defiendo lo poco que queda de las palabras de paz acordadas: nuestra constitución (moderna) nos impele a buscar la paz: este es nuestro deber.

Hay que continuar buscando las estrategias para inhibir los desafortunados y ominosos llamados al odio; hay que desactivar su influencia sobre nuestra incipiente cordura. Entremos en terapia.

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 11 ABR 2019

Ambientes distópicos: Sumisión

No es mucho lo que se puede decir cuando, por alguna razón, se muestra ese estado perverso –por no decir estúpido-, donde se notan las relaciones asimétricas de poder entre personas, entre países. Quizás, sólo se pueda percibir vergüenza, en especial, esa sensación de vergüenza ajena que se siente cuando alguien hace maromas para no quedar en ridículo.

No nos debe parecer extraño en un país como el nuestro, que aún existan gobernantes que se plieguen a los dictados de otros. Muchos de ellos, pareciera que aún les falta construir un poco el criterio que les permita reconocer, que en este mundo globalizado, las estrategias geopolíticas están mutando y que, ya no basta con seguir la relación consetudinaria de décadas pasadas, donde esos países llamados “subdesarrollados” intentaban arañar un poco de atención de los países “desarrollados” para que nos dieran –son los datos y hay que darlos- esas fórmulas “mágicas” que nos sacarían de nuestro “atraso”.

Ampliar nuestra visión y reconocer los ejes de acumulación con los cuales se mueven los flujos de información, es lo que habría que hacer, para determinar si vale la pena entrar en esos circuitos unidireccionales de aprobación, en los cuales sólo se espera obtener la deferencia de un “mayor”, de esa figura paterna –y sí es autoritaria mejor- que permita tramitar nuestros problemas y nuestras emociones: seguimos presentándonos como unos infantes que ni siquiera hemos llegado a la adolescencia.

Por eso no faltan la voces altaneras –“es un buen tipo (…) pero no ha hecho nada”- que recuerdan que en otros países también son dirigidos por egocéntricos narcisistas que olvidan que ya somos globales y, precisamente por eso, ya no vale la pena dirigir nuestros impulsos sumisos a validar un discurso anacrónico que lucha infructuosa por detener la inacabable inundación de sicotropicos, por mantener el uso y abuso de recursos no renovables, por evitar a toda costa, el cambio de dirección que ya se asoma en nuestro mundo occidental.

La globalización es la que dirige el rumbo de nuestras decisiones, y para ello no es más que ver la explosión que puede suceder en Europa sí el Reino Unido sale sin acuerdo alguno de la Unión Europea, o las implicaciones de la guerra comercial que se presenta entre los pretenciosos Estados Unidos de América, China y Rusia en estos países “en vía de desarrollo”.

Los niveles de sumisión que todavía arrastramos, no nos dejan actuar con suficiente madurez para determinar cuál es el rumbo que queremos dar a nuestras vidas. Caemos irremediablemente en la mediocridad que “adapta” sin la mayor revisión –en el mejor de los casos-, políticas externas, pensadas y desarrolladas en otros contextos, sólo para mostrarnos como progresistas y adelantados, a la vanguardia de las ideas; o en la estulticia irreverente de hacer lo que en otros lados (¿de la historia?) ya dejaron de hacer por peligroso.

Es idiota seguir insistiendo en soluciones agotadas cuya ineficacia ya se ha mostrado en muchas oportunidades. Es necio no ver que ya tenemos las herramientas necesarias para generar nuestros propios beneficios y construir las alianzas –pero no esas que buscan todavía, ¡todavía!, el progreso- que nos permitan estar en comunidad con otros, y principalmente, que nos permitan un buen vivir, como lo piensan comunidades indígenas de América Latina.

¿Será que en algún momento podemos llegar a encontrar titulares tipo: “Duque critica a Trump por no frenar el consumo de drogas”? Vivir para contarlo.

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el O4 ABR 2019

Ambientes distópicos: Destierros

No es raro considerar que nos estamos quedando sin tierra y que nuestro destino, por extraño que nos parezca, estará definido por ese trasegar cansino que aparece con el desplazamiento. Buscaremos desperados y desesperanzados nuevas tierras, las cuales, para nuestra tristeza, no estarán atravesadas por esas específicas profecías prometidas que nos hicieron hace ya unos siglos.

Lo único que hay que aclarar, es que la tierra que nos está abandonado, no es este planeta Tierra –que aunque pareciera que lo llevamos a su extinción, nos sobrevivirá- en el que vivimos, sino este terruño en el que decidimos nacer.

Y no es que piense en un giro de exaltación dramática por el paroxismo dictador con el que empezamos a vivir (aunque deberíamos), sino en cómo estos dictados están colonizando nuestras barreras más domésticas: ya no estamos a salvo en la intimidad de nuestras tierras, de nuestros dominios. Estamos vulnerables.

La vulnerabilidad empieza cuando ya no podemos confiar ni siquiera en las palabras de los otros; cuando estamos envueltos en la paranoia para evitar, con todos los medios que nos son posibles, incurrir en un error desconocido que nos haga entrar en las redes de las restauraciones morales que se asoman, solapadas, para cobrar nuevas expiaciones; cuándo perdamos nuestra gracia, nuestra fortuna, nuestras fértiles promesas.

Podremos aducir, quizás ingenuamente, que es una situación temporal, que estos ataques continuados a nuestros estados de comodidad habitual no son más que productos de una mente inflamada que busca tener la posibilidad de ganar privilegios egolatras temporales –y sí-; pero debemos reconocer, con la tranquilidad de lo conocido, que el tiempo del privilegio, del ego y de la estupidez estarán por unos buenos años, décadas tal vez, para darle su matiz a nuestros encuentros con los otros. Estaremos en su ambiente.

Lo aciago es que, cuando estemos desbordados por la saturación de los dictados, no podamos resguardarnos, pues todos no tendremos la ventura de correr primero, de correr más fuerte, de correr y parapetarnos

Estamos expuestos. Seremos vagabundos, seremos errantes. Nuestra errancia será la de los sentidos, de los significados, de la individualidad y de la pérdida de lo común. Estaremos buscando desperadamente los fragmentos de una unidad que ya no será la nuestra, que no será de nadie. Iremos sin habla tratando de encontrar en el otro, en esos otros, esa voz que alguna vez nos fue cercana.

Nos dejamos permear en ese fuero interno que sólo era nuestro, y ahora ya nos podemos trazar lazos iguales que nos permitan jugar a la representación. Perdimos, ya sin más remedio, ese poder que la representación nos había dado, pues ella ya no es más que un cascaron vacío de dirección, de debilidad y de incohesión.

Y sin representación, sólo nos queda la fuerza de la oposición y del rechazo, para ver sí, en un último esfuerzo de lucidez, le daremos a esta tierra sin sentido una posible estabilidad vital, para continuar con esos maravillosos senderos de aprendizaje por los que solemos pasear.

En algún momento volveremos a la placidez de nuestras tierras para no ser un destierro.

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 28 MAR 2019

Ambientes distópicos: Relatos y reiteraciones

Como estamos en el apocalipsis, es usual escuchar voces -esas que escupen fuego- recordándonos, con insistencia e inquina, qué es lo que va a pasar, cómo es que nos tenemos que comportar de aquí en adelante. Cada una de esas voces va tejiendo con esa paciencia estratégica típica de los acosadores, el no tan nuevo relato que arrasará lo que es por todos conocido. Estamos al punto de comenzar un nuevo orden social.

Por que se está retomando el camino que culpabiliza a ese “Otro” incómodo, dándole un nombre específico para dirigir contra él los odios que no queremos dejar salir nosotros. Se intentó con el Ejército de Liberación Nacional, pero no hubo empatía con el público aúlico de sangre.

Ahora se intenta, con el apoyo irrestricto de los medios comunicación masivos, posicionar nuevamente un cambio semántico para dotar a la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, de la oscuridad que habitaba en las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia: FARC asesinos, FARC terroristas, FARC narcotraficantes, FARC narcoterroristas asesinos.

Y el eco de estas palabras resuena desde los pasillos del Congreso hasta los bordes más alejados de este maltrecho país; y se suma a las voces que profetizan el fin de la separación de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial), que indilgan oposiciones a decisiones que se apartan de este “nuevo” deber ser, que siguen censurando porque estamos siendo gobernados por un gobierno que quiere desconocer lo único bueno que nos ha pasado en estas últimas décadas: el intento por estar un poco más tranquilos, un poco más en paz.

Pero lo que importa ahora es solamente recordar que queremos paz “pero no así”, que queremos paz “pero sin impunidad”, que queremos paz “pero…”, para ver si ya nos convencimos que lo que realmente importa es aupar las armas –cualesquiera que ellas sean- para dejar en paz, eso sí, a esta “nueva” idea de país que ya conocemos, y que es –eso es lo que dicen- el país que nos merecemos.

Razón tenía Rudolf Hommes al decir que todos estos relatos nos pone en el contexto de la novela de George Orwell 1984, pues todo lo que se relata en este “nuevo” país, requiere de ingentes esfuerzos para decir que lo que se dijo no es lo que parece ser que se dijo y que lo que se dijo nos va a hacer bien y que nosotros no entendemos mucho y por eso es necesario que se nos explique lo dicho en transmisiones abiertas y en rondas diplomáticas, una y otra vez.

En eso vamos, en eso estamos. Y no creamos que somos los únicos, pues este aparato de control masivo se ha ido desplegando tranquilamente, como una falsa noticia, en un buen número de países y en varios continentes. Los rumores van desde la antigua Europa hasta la joven América, pasando por la primigénia África: somos humanos y no estamos exentos de nuestros excesos.

Ya había escrito en estos ambientes distópicos que los dictados van a estar en nuestro diario vivir, y lo que dicta mi intuición, es que ese relato que nos gritan con mala voluntad, hará de nosotros la distopía por excelencia, esa que permite que se implosionen nuestros sentidos para vivir, como -tenemos que decirlo reiteradamente- muertos vivientes.

Y como la reiteración es lo que prima, quisiera que construyeramos un ambiente distópico, no faltaba más, repitiendo hasta el cansancio la palabra guerra –como en el video de la artista Nadia Granados (La Fulminante) de 2018 Entrevista al sicario más famoso del mundo-. Empecemos: guerra, guerra, guerra…

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 21 MAR 2019

Ambientes distópicos: Ilusiones

Con los avatares semanales que continúan con el paciente e insistente trabajo de fragmentar las decisiones comunes y de “hacer trizas los acuerdos”, ya podemos entregar nuestras vanas ilusiones y aceptar con entereza la distopía.

Las intuiciones que se pronunciaban después de la fiesta electoral presidencial, nos indicaban cómo serían los derroteros con los que ahora, en un intento absurdo de cordura, examinamos para no sorprendernos.

Podemos también considerar, sin temor al equívoco, que los espectros con los que nos amenazaron y convencieron para apoyar esta dirección apocalíptica de pensamiento, es un fabuloso guión que actúa –la historia está para repetirse- de nuevo para dictar los comportamientos con los cuáles, al parecer, nos gusta ser adoctrinados.

Estamos entrando en uno de esos estados de exaltación extrema de los afectos y las pasiones, en los cuales no habrá casi nadie que sobreviva y en dónde se tratará de reescribir los acuerdos con los cuales debemos convivir. Dentro de unos meses tendremos la posibilidad de comprobarlo, e ilusionados, acompañaremos los siguientes cuatro, ocho, doce años (nuestra hoja de ruta es la de “presidentes eternos”) como muertos vivientes, tratando de estar al acecho de los nutritivos desechos con los que nos iremos encontrando en ese andar errabundo por las ruinas de nuestros sentidos. Encontraremos en las escalas de destrucción, las herramientas necesarias para sobrevivir.

Hemos pasado de la ilusión de la paz a la ilusión de guerra; de la ilusión de convivir en una tímida armonía con la vida, a la ilusión de convivir con la certeza armónica de la muerte y la desaparición. Por eso, no perdemos nuestras ilusiones, ya que son ellas las que hacen de nosotros esos seres terribles que buscan su propio privilegio por encima de todo y de todos. Así de naturales somos, de eso no hay duda alguna.

Y esa naturaleza ambigua es la que ha alimentado los devenires de nuestra especie, especialmente aquellos que hacen de los obtusos un centro de amplificación de demonios, enquistándose en cada corazón que olvida con conveniente oportunismo, los estragos que se suceden en países en guerra, países que terminan reducidos en mundos desolados, destruidos, desamparados. Países en los que no quisiéramos convertirnos, pero que paradójicamente, son un horizonte de destino.

Se revuelve el estómago ver como la obstinada meta de continuar malviviendo con ideales neoliberadores y gremiales, es la que nubla nuestro camino y nos lleva a desconocer con alegría los terrores que vendrán, sólo porque seguimos creyendo que al exterminar a ese “Otro” incómodo, es que podemos seguir nuestro camino ya sin ningún obstáculo, ilusionando a otros –que por supuesto no somos “nosotros”- en esa oscura travesía para que sigan actuando alienados, con el subterfugio de abandonarlos en el momento preciso en que el privilegio llega.

Ya no basta decir que lo sabíamos. Arrostremos lo poco que nos queda para guardar la ilusión que estemos equivocados. Esperemos preparados.

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 14 MAR 2019

Ambientes Distópicos: (A)Doctrina(r)

Al comenzar un apocalipsis –no olvidemos que este es el año del apocalipsis- es cuando mejor se puede detectar los pensamientos doctrinarios con los que nos movemos. No es más que todos los límites del sentido, de lo conocido y de lo desconocido se despedacen, para que emerjan de las ruinas, la amalgama semántica y epistémica de fragmentos que buscan, desesperadamente y en especial, refundar la moral y la ética, desde la incomprensión que siempre supone desconocer el contexto.

Así es que surgen voces recalcitrantes que supuran fuego para llamar la atención y amaestrar el cardumen de opinión, invocando los abusos “doctrinarios” que se presentan en “algunos” salones de clase, para así “denunciar” la complicidad de la educación con la construcción de una persona. Y así, afortunadamente, podemos observar la manera como opera ese sistemático desconocimiento que rehuye a reconocer que todo lo que nos rodea es ya una doctrina en sí.

Porque más doctrinario que respirar no hay –por poner solo un pequeño ejemplo- y eso, lo pude constatar desde mi primer segundo de vida. A respirar no me lo enseñó nadie (a no ser que lo haya olvidado y el médico que atendió mi nacimiento me lo hubiera recordado con fuerza) y desde ese momento, vengo adoctrinando a los demás sobre la doctrina de la vida, tal cual como lo hago yo: Respire: Inhale, exhale.

Ya dirán las voces más doctrinarias que la doctrina misma, que lo escrito anteriormente es una herejía, ya que a la naturaleza, naturalmente, no se le puede exigir mucho (vaya contradicción). Pero hay que pensar con detenimiento (inhale, exhale) y reconocer que las instrucciones, paradigmas, dogmas e ideas con las que nos rodeamos están imbricadas en todo cuanto hacemos, sentimos y percibimos.

Cada acción, sentimiento y afección, desde el momento en que se conceptualiza, crea doctrina (su manera de ser y de estar) que nos permite racionalizar y posteriormente, representar y transmitir.

No es extraño entonces decir, que el llamado “adoctrinamiento” comienza desde nuestra más tierna infancia y es la familia (que contradicción), la primera en ejercerlo y en institucionalizarlo. Después de la familia, se desgranan, sucesivamente, más doctrinas (algunos las llamarán valores) que nos delimitarán los derroteros con los que nos expresaremos durante el resto de nuestra vida.

Lo interesante de todo este asunto adoctrinador, es que unos (¿o serán los Otros?) quieren tirar de un polo del paradigma y dar la instrucción precisa para derrotar, como en un eterno juego de tronos, el polo opuesto, y así, con este movimiento necesariamente adoctrinador (no hay que olvidar esto), purgar lo que se considera una corrupción de la doctrina líder que, durante un breve espacio de tiempo, tendrá su máxima expresión y actuará en consecuencia: será hegemónica. Vana certeza.

Atacar sólo la parte importante del espectro adoctrinador, la educación, es un ataque perverso que busca deformar nuestra comprensión, elevando sólo –valga decirlo de nuevo- un “lado ‘correcto’ de la historia” (como si la historia tuviera “lados”), tratando de convertirlo en el único posible y plausible, validando en este intento, una apuesta dogmática impertinente, que invalida, ahora sí, ese conocimiento natural que siempre hemos intentado dominar.

Lo paradójico aquí, es que el conocimiento natural no tiene límites (no es más que intentar preguntarse el porqué de la vida sin acudir a explicaciones de fé), ya que él se manifiesta únicamente, en ciclos temporales de extensa duración, para acrecentar nuestras comprensiones.

Por eso la importancia del aprender, sin límites y condicionamientos, los diferentes lados del paradigma para poder elaborar nuestros criterios: el criterio debe ser nuestra doctrina mayor.

¿O acaso ya estamos en dictadura y por eso los criterios son innecesarios? Sí es así, ya pronto podremos decir sin inmutarnos: ¡Ya no hay valores!

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el O7 MAR 2019

Ambientes distópicos: Apocalipsis

Es el momento de decirlo, no hay que esperar más: el 2019 es el año del apocalipsis. Las revelaciones que se nos han presentado en estos dos meses del año no puede indicar otra cosa diferente: en este año se arrasará con lo que hemos conocido. Dispondremos, una vez más, de rastros y huellas para intentar construir los relatos que nos permitan, por fin (¿por fin?), saber que será de nosotros y cómo nos debemos comportar.

Sabremos, que esa idea de la edulcoración de los conceptos ya nos tomó la delantera. Veremos que la educación –lo que más importa en una comunidad- se hará sin decir “casi” nada, ya que cualquier cosa dicha en una clase será una flagrante violación a la “libertad de los estudiantes” de saber y conocer, únicamente, lo que no les perturbe nuestra ya olvidada disposición de aprender.

La deseducación se sumará a lo ya visto: el café descafeinado, la leche deslactosada, y por qué no, la “política” despolitizada, para así construir las barreras necesarias que nos impida salir de nuestro “mundo feliz”, ese que se rodea de todo lo que nos genera satisfacción y que voltea la cara, indignado, a lo que nos incomoda.

Con el apocalipsis en ciernes, una opción posible es volver al “lado correcto de la historia”, devolver lo ya escrito al punto inicial de la enunciación. Enunciar –denunciar-, por ejemplo, que los muros son muy diplomáticos y que se pueden reforzar con intimidaciones comerciales.

Que lo humanitario es una amenaza a la seguridad de un país; y que para restaurar, humanitariamente, lo poco de memoria histórica que nos queda, hay que atravesar fronteras con un puñado de víveres, llevando con ellos “transformaciones” que nos convenzan que la salvación está en el desentenderse de los caprichos económicos que devaluan, inflan y bloquean los desarrollos de los países.

Es más bonito dejar aquello que nos perturba y abandonarlo, no considerarlo, y si se quiere, desaparecerlo. Es más bonito vivir en esos mundos bucólicos, de felicidad infininita, como se nos muestra en aquellas revistas de algunas religiones. Por eso, se grita airadamente la restauración de los “valores” por todos desconocidos, especialmente aquellos que permiten reciclar guerras: contra la evolución, contra las vacunas, contra el comunismo, contra el género, contra el “ismo” que no es mi “ismo”.

Entenderemos que discutir es mercaderear apoyos invasivos para (re)construir las bases de las futuras naciones corporativistas; que convivir es negociar la punición con los detentores de la “legalidad”; que lo justo es alternar los signos y simbolos; que trabajar es continuar con ideas “fabulosas” como la esclavitud; que los privilegios permiten la exclusión y la expropiación.

Siempre, como el país feliz que se dice que somos, hay que mostrar el mejor rostro a las adversidades, pues la confianza está más allá de la física, y no requiere de manifestaciones cercanas, materiales o pragmáticas. Se avecina para nosotros la mejor oportunidad. Abracemos con entusiasmo esta dimensión apocalíptica, y como distópicamente he intentado presentarlo en estos ambientes semanales, comencemos la paciente tarea de definir eso que queremos que prevalezca, eso con lo cual no podríamos continuar nuestro mundo.

Aquí he intentado considerar solo unos pocos aspectos, una que otra dimensión. La invitación es armar, no faltaba más, nuestro relato trascendente. ¿Estaremos en él?

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 28 FEB 2019