Estamos ahora muy dis-puestos a escuchar, o a mal escuchar, esas informaciones que causan revuelo emocional en redes y con las cuales quieren que expresemos la fórmula de alejamiento de problemas: ¡Deje así!
Las imposiciones discursivas vienen por todos lados y de todos los medios, pero especialmente, son redes comunicacionales de trabajo mancomunado que invocan una particular narrativa para traspasar con la mayor tranquilidad, las de por sí escasas barreras de contención que, como colombianos, tenemos para reclamar por lo que venimos perdiendo: nuestros malhadados derechos están retrocediendo – con paciencia, y tristemente con fortuna – desde el mismo comienzo republicano, siempre con el imperativo acaparador y punzante de obtener el usufructo de la tierra para la depredación ambiental de los pocos recursos que aún perviven maltrechos.
Son movimientos concertados que, en su retórica mordaz, nos están obligando a darle la vuelta al problema para imaginarnos (a)políticamente neutros y, de esta manera, dejar en manos de esa particular estulticia del manejo público, lo poco que aún nos queda: ¿cuánto cuesta una docena de (pesares)?
Estamos en un modo específico de imposición, en el cual las amarras son forzadas al máximo para entregar a un gobierno falaz, el dinero que ya no tenemos, que nos lo han expropiado; un dinero público y que públicamente ha sido depreciado. Recordar promesas que reiteraban el eslogan “menos impuestos, más salarios”, es imponernos a tomar en cuenta los incumplimientos endulzados que se han tenido desde aquel tiempo en que se rompían edictos. También, es notar un recorrido que puede llevarnos a otro tipo de imposiciones, menos austeras, más restrictivas y, por tanto, más oscuras.
Son estas actitudes las que nos deben poner en alerta, ya que poco a poco, quizás, estaremos entrando con “mano fuerte” y “corazón grande” en “versiones” de países que son el (mal)ejemplo cuasi perfecto para ganar elecciones. Son los espectros extremos que sin derecho nos dicen que estamos yendo para una colombianización, mexicanización, venezolanización, filipinización de nuestro entorno, pero no es más que una democratización impuesta con derecho a expropiaciones y privilegios. Por eso el eufemismo tardío que se resiste a cualquier transformación, juega un papel importante en la detención: castrochavismo, espetan unos; comunismo dicen otros. Pero, con algo de certeza, otros imponen eslóganes que suman posturas para decir algunas verdades: uribecastrochavismo.
No es por nada que los azúcares bebidos no están en discusión impositiva, pero si lo están los “asperjódromos” de glifosato que solventan escollos de manera amañada y posicionan verdades medidas para efectos de opinión a la manera de Helen Alegría, cuando se cuestiona reiteradamente con preguntas tipo “¿alguien por favor quiere pensar en los niños?”
Se podría jugar con las palabras y decir que lo que es im-puesto termina por ser de-puesto. Pero, el único su-puesto que no debemos perder, es la certeza de saber que ningún país está exento de perder su estabilidad y sus exiguas comodidades: podemos estar peor de lo que estamos ahora.
Que el juego de palabras no siga siendo entonces, un juego con nosotros, y así no tener que presumir y maldecir por los ahorros que no tenemos. Eso lo dirán mañana, “mantenidos”.
*Publicado originalmente En Uso de Nuestra Facultades el 22 ABR 2021