La esperanza estaba en que el poco juicio que teníamos se fuera estabilizando con el pasar de los días. Ahora, sabemos que la herencia que cargamos no dejará que nuestras heridas sanen pronto: seguimos en el sendero de la desaparición.
Con transposiciones semánticas se abusa libremente de la voz pública para generar el tono necesario de convencimiento que justifica el accionar represor. Las voces alineadas – sí, al estilo militar – llevan tras sí la estela que pondrá armas en aquellos que ven como única salida la descalificación, la amenaza y la muerte.
Podríamos buscar ejemplos para tratar de pensar con ellos, pero ya la degradación de nuestra esperanza sólo nos lleva a tratar de imaginar – no sólo en la fantasía – un nuevo recorrido dictatorial. Estamos repitiendo otra vez lo que ya ha sucedido en otras partes de este planeta, en esta y en otras épocas, todas por la misma especie, esa especie que alza la voz para dejar en claro que es más fácil hacer la guerra que la paz.
Y, si pensáramos en frases, la única que podría ilustrar esta situación es aquella que dice: “la primera vez como tragedia, la segunda como farsa”. Estamos envueltos en la repetición de lo que nos dijeron que no iba a pasar; pero ahora que sucede, solo vemos cómo se crecen sus efectos. Contaremos con horror que esos modos y maneras con las que se quiso solapar la democracia ya no son necesarios: estamos asistiendo al nacimiento de esos estados donde los dictados se deben cumplir “a pie juntillas”.
Por eso se defiende “de facto” la pena de muerte, se amenaza a las misiones médicas, se uniformiza los gestos violentos en la expresión representativa de la política. Esos son los restos que se han ido sumando a lo poco que nos queda, pues como ya lo sabemos, somos un país que siembra siempre ideas paramilitares y con ellas consume, con mucha ligereza, la supuesta valía del ser (“gente de bien”) democrático: “si no se callan, los callamos”. Es la imponente costumbre de silencio para evitar morir en manos ajenas.
Teníamos confianza en transitar hacia un país en el que la vida tuviese un poco de valor, de permanencia, de fraternidad; pero, ya no tenemos casi nada, solo miedo, temor, horror de no caer en las redes que quieren acallarlo todo. Con las “trizas del acuerdo de paz” – que ya es el culpable de todo lo que siempre ha pasado en el país – vamos a revisar el cumplimiento del listado de la suspensión de las garantías civiles. ¿Hasta donde llegaremos? ¿Acaso el blanco no era el símbolo de la paz?
La suma de tristezas no nos va a dejar sobrevivir, o mejor, nos llevará al malvivir. Habituados ya a los senderos de muerte, con impotencia y con la esperanza escondida en cajas de Pandora, apretaremos el alma para cerrar el paso a lo hostil y quedarnos con la poca vitalidad que nos permita continuar.
Pero, pervivirá durante un buen tiempo un escepticismo exacerbado que lo impedirá. Esperemos que no tengamos que decir que “el último que salga apague la luz”.
No ha cesado la horrible noche. Envueltos aún en terror, ¡el clamor sigue en las gargantas! #SOSColombia #ColombiaSOS #SOSColombiaDDHH
*Publicado originalmente En Uso de Nuestra Facultades el 27 MAY 2021