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¿Qué quiere decir, en suma, profesar? Jacques Derrida, La universidad sin condición
Desde que empecé a hacer clases me han interesado mucho las palabras. Y más, las palabras que dan cuenta de lo que hace un profesor.
Cuando terminé mis estudios universitarios en artes en la Universidad Nacional de Colombia, uno de mis primeros trabajos fue hacer algunos cursos de dibujo y de teoría del color en otra institución universitaria. Durante el semestre que hice esos cursos no me sentía profesor. Algunas veces, al terminar las clases, me preguntaba: ¿qué profeso? Durante ese semestre no pude dar una respuesta a esa pregunta.
Fue después, cuando retomé el ejercicio de hacer clases (hice una pausa de más de 4 años), que pude dar una respuesta a esa pregunta. Fui profesor cuando organicé un discurso, cuando supe qué decir.
Organizar este discurso (discurrir) me tomó esos años de receso, en los que pude pensar la condición del ser profesor, con las discusiones que se trabajaban en el programa de posgrado, Especialización en Educación Artística Integral[2] (del cual fui asistente de coordinación) y en el grupo de investigación Unidad de Arte y Educación; discusiones que fueron confrontadas con mis estudios en la Maestría en Artes Plásticas y Visuales de la Universidad Nacional de Colombia.
Y fue en esas discusiones de la Especialización, que me encontré con este bello apartado del libro La universidad sin condición, en el que Jacques Derrida (2002, p. 33-34) escribe:
«Profesar», esta palabra de origen latino (profiteor, professus sum; pro et fateor, que quiere decir hablar, de ahí procede también la fábula y, por consiguiente, cierto «como si»), significa, en francés lo mismo que en inglés [y en castellano], declarar abiertamente, declarar públicamente. […] La declaración de quien profesa es una declaración performativa en cierto modo. Compromete mediante un acto de fe jurada, un juramento, un testimonio, una manifestación, una atestación o una promesa. Se trata, en el sentido fuerte de la palabra, de un compromiso. Profesar es dar una prueba comprometiendo nuestra responsabilidad. «Hacer profesión de», es declarar en voz alta lo que se es, lo que se cree, lo que se quiere ser, pidiéndole al otro que crea en esta declaración bajo palabra. Insisto en este valor performativo de la declaración que profesa prometiendo. […] Profesar es comprometerse declarándose, brindándose como, prometiendo ser esto o aquello. […] Profesar consiste siempre en un acto de habla performativo, incluso si el saber, el objeto, el contenido de lo que se profesa, de lo que se enseña o practica sigue siendo, por su parte, de orden teórico o constatativo. Como el acto de profesar es un acto de habla y como el acontecimiento que es o produce no depende sino de esa promesa de la lengua, pues bien, su proximidad con la fábula, la fabulación y la ficción, con el «como si», resultará inquietante.
Desde que soy profesor, tengo mucho afecto por la palabra profesar. Cuando soy profesor, cuando profeso, declaro públicamente mi discurso (el discurrir de mis palabras, de mis ideas y pensamientos) y trazo un objetivo para cada una de las clases que hago. Cuando profeso, cuando sé qué decir, puedo organizar cada uno de los temas que se han de trabajar, que se han de enseñar, que se han de practicar.
Profesor es quien profesa. Eso es lo que pienso sobre el ser profesor. Y eso que pienso, no se acerca a lo que piensa la universidad en donde trabajo y que trata de definir lo que hago.
En el Proyecto Educativo Institucional (2014, p. 60), la Universidad del Tolima ha definido el ser profesor universitario de la siguiente manera:
El profesor universitario (Boyer, 1990; Knight, 2002; Bain, 2004; Gros y Romaná, 2004; Argüello, 2009, 2010) es un profesional académico (Uricoechea, 1999; Mondragón, 2005; Ortíz, García y Santana, 2008; Parra Sandoval, 2008) que actúa como líder académico (Macfarlane, 2012) en las instituciones de educación superior, a su vez que se desempeña como intelectual (Said, 1996; Follari, 2008) con su ser y hacer (Rovira, 2007) en el tránsito entre intelectual y académico (Le Goff, 1985). Desde esta óptica, el profesor universitario de la Universidad del Tolima es un profesional académico (Cardozo, 2006) que recupera el lenguaje como forma de restablecer el valor del decir que empalabra (Argüello, 2005) el pensamiento reflexivo y el juicio crítico lo cual permite la discusión y el debate académico por el bien de la democracia y del rescate de valores, de lo ético y de los principios de responsabilidad.
Esta enrevesada definición, me aleja del afecto que siento por la palabra profesar. Todo lo que maravillosamente muestra Derrida, se ve diluido en los 15 autores en lo que se apoya este párrafo para tratar de arañar eso que hago en todas mis clases: dar fe, públicamente, de lo que pienso.
No creo que el “profesor universitario” (hay que volver a la definición, dejando que fluya sin las interrupciones que se dan con los diferentes llamados a los autores) “es un profesional académico que actúa como líder académico en las instituciones de educación superior” y que “a su vez se desempeña como intelectual con su ser y hacer en el tránsito entre intelectual y académico”, que “recupera el lenguaje como forma de restablecer el valor del decir que empalabra el pensamiento reflexivo y el juicio crítico”, que “permite la discusión y el debate académico por el bien de la democracia y el rescate de valores, de lo ético y de los principios de responsabilidad”, es el profesor que soy yo, que sólo trata de presentarse como una persona que tiene fe en lo que hace; y que desde ese hacer, busca que otros también tenga fe en lo que hacen, que puedan organizar(se) (en) un discurso, permitiendo(se) a su vez, actuar para sí, para otros, con lo que aprenden y con lo que hacen.
Tampoco creo que para definir ese ser profesor, que habla públicamente en una universidad, hay que redundar las palabras: profesor, profesional; académico, líder académico; intelectual, intelectual y académico, debate académico; profesor universitario, profesional académico. Son sólo retruécanos tautológicos, que no ayudan a pensar eso que hacemos cuando nos disponemos frente a otros, para comprometernos con lo que pensamos, con lo que creemos que debe ser.
Con estas redundancias no se puede poner fin a un concepto. Se da una apertura que enerva los fines y los pone en el ámbito de lo imposible. Es decir por decir. Es decir sin dar fe de lo que se dice. Es un decir que no produce, que no lleva a ninguna acción. En ese sentido, no es un acto de habla. Y eso es lo que no quiero hacer cuando hablo frente a otros. Quiero que cuando sea profesional, cuando profeso, todo lo que diga produzca un acontecimiento que pueda ayudar a los que me escuchan, a seguir pensando en lo que digo, para que puedan llevar ese pensamiento dicho a ser parte de su tiempo.
Por eso, quiero dejarme afectar, nuevamente, por la palabra profesar. Y para volver a tomarle afecto, prefiero volver a leer esa universidad sin condición, de la cual Derrida trató cuando fue invitado por la Universidad de Stanford para hablar sobre el arte y las humanidades en la universidad del mañana. Lo hizo bajo la conferencia que tituló: El porvenir de la profesión o La universidad sin condición (gracias a las «Humanidades», lo que podría tener lugar mañana).
REFERENCIAS
Derrida, Jacques. (2002). La universidad sin condición. Madrid: Editorial Trotta.
Benítez Mojica, David (Cord.). (2014). Proyecto educativo institucional PEI / Universidad del Tolima. Ibagué: Universidad del Tolima.
[1] Esta breve intervención contiene algunas ideas que fueron escritas inicialmente en el proyecto de investigación Buena copia – Mala copia. Relaciones entre el arte y la educación, proyecto que presenté en las pruebas del concurso público de méritos mediante el cual me vinculé como profesor de la Universidad del Tolima.
[2] El programa de Especialización fue cerrado para convertirse en la Maestría en Educación Artística, que se ofrece en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Colombia sede Bogotá.