Hay algunas palabras que con el tiempo sigo intentado comprender muy bien de qué van. Una de ellas es la palabra agenda; y después de ver como reviven temas que incautamente habíamos dado por superados, no puedo dejar de echarle un poco de atención a ese mundo semántico influenciador.
Creo que no soy el único que, cuando escucha la palabra agenda, hace una relación con esos cuadernos, generalmente de pasta dura y acolchados, en donde se suelen anotar las actividades que se realizarán durante los próximos días. Citas, reuniones, recordatorios y apuntes son puestos más o menos ordenadamente en estos cuadernos.
Yo personalmente, he hecho un salto cualitativo y ahora suelo usar la agenda que nos provee el tan omnipresente Google, para esos menesteres de recordar mis reuniones, clases y demás. (De por sí, como otros teóricos de la conspiración, creo que Google ya ha agendado algo especial para mí).
He ido aprendiendo que llevar en un cuaderno el ordenamiento de nuestras actividades no es el único uso que se tiene de la palabra agenda. Cuando supe que las cadenas masivas de información también tienen agendas -en las que no anotan sus actividades diarias, por supuesto-, que usan para crear tendencias o para construir ese perverso “estado de opinión”, como subrepticiamente lo denominó un expresidente eterno hace unos años, fue que pude ampliar la definición inicial que tenía de esta palabra.
Con estas agendas, las cadenas masivas de información, especialmente, organizan los temas que se “deben” tratar y con los cuales nosotros, por obligación mediática, debemos prestarles atención. Así se suele revivir temas en periódicos, radios y televisiones para posicionar una agenda específica, que por estos días se está convirtiendo en una agenda conservadora que pulula por todo el planeta.
Dos temas específicos me llaman la atención cuando reviso las noticias del periódico: uno, el afilado intento por hacer creer que las drogas ilícitas, y especialmente un tipo de ellas, se tomaron nuestras vidas y nuestra infancia (¿no habíamos superado ya las drogas?); y dos, que el comunismo (ese supuesto “mal” que crearon en EE.UU. a mediados del siglo pasado) no ha desaparecido de Colombia y que por ello, el mundo de la guerra contra él no ha acabado y que se debe seguir alimentando esa fratricida, amañada e interminable guerra en las que hemos estado en los últimos 50 años, como lo decía en estos días una de las tantas arrobas de Twitter que leo constantemente.
Siempre sorprende ver la facilidad con que se doblan los códigos deontológicos para prefigurar y producir un consenso, el cuál permite que ideas específicas se conviertan en realidad. La pregunta aquí es sí con estas agendas se logrará que la dosis mínima sea otra vez castigada o si seguiremos aceptando que nos matemos unos a otros.
No en vano desde hace unos años se ha ido reflexionando con atención sobre los modos como un tipo específico de agenda, conocida como “noticias falsas”, ha doblado el consenso para que ideas variopintas se tomen nuestro fervor y logren que, en el caso del plebiscito por la paz, “saliéramos a votar emberracados”.
Con esto se puede pensar que como humanos somos fácilmente influenciables, pero no lo es. Para evitar caer presa de una agenda, debemos usar las condiciones críticas que permitan filtrar, con la sabiduría del escepticismo, toda la información que recibimos mediáticamente y que nos llevan a estados de conmoción, por no decir de excepción. Debemos activar las alertas que nos permitan detectar las noticias que no buscan formarnos, sino deformarnos en una permanente noticia falsa.
Ya viene siendo el momento que construyamos nuestra propia agenda, que nos permita ser parte determinante del cambio. Ya viene siendo hora de que nos agendemos.
*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 20 SEP 2018