Cada cierto tiempo se presentan grandes convulsiones que nos ponen a hablar, discutir, conspirar y, no menos importante, tratar de “arreglar el mundo”, sentados eso sí, en nuestros más cómodos parapetos cotidianos. Nos revolvemos en argumentos por tratar de proyectar nuestros deseos en tal o cual persona que, a nuestro juicio, será la mejor opción para liderar procesos o instituciones.
Así sucedió este año cuando fuimos convocados a las urnas para elegir senadores, representantes y, no más que el presidente de este país –país que parece que se va a quedar sin adjetivos que lo puedan calificar. Fueron meses y meses intentando entender de que va cada uno de los candidatos, en tratar de dejarnos influir por sus palabras, en saber si nuestro “ideal” de país por fin se puede poner a andar.
Ahora, que ya pasó toda esta convulsión electoral y que el nuevo congreso y el nuevo presidente viejo ya están “funcionando”, ahora que aún no sabemos si los que toman esas decisiones nos dieron una mala jugada; me veo envuelto, otra vez más, en esa convulsa situación electoral –como si las elecciones fueran eternas- en la universidad donde hago las veces de profesor burócrata.
Y como si no hubiera sido suficiente todo ese desgaste emocional electorero del semestre pasado, tengo ahora que ver y sentir la convulsa comezón que se agita con cada elección. Eso sí, en una escala micro, esa escala que permite saber con mejor intuición como es que se hacen las componendas conspirativas que buscan arrebatar un cuartico de aquí, un cuartico de allá.
Con cada elección se pierde un poco de nuestro futuro, ya que al darle nuestro apoyo a este o aquel candidato, lo que hacemos es tentar nuestra suerte, puesto que, por esa experiencia tan típicamente colombiana, lo que dice un candidato casi nunca es lo que hace cuando está ya en ejercicio de sus funciones.
Podría usar algunas metáforas que describan esta inusual situación, pero me gustaría pensar mejor en que podemos tomar mejores decisiones cuando nos acercamos a depositar un apoyo a un candidato, en que podemos retar lo instituido haciendo que los candidatos elegidos respondan por sus acciones y rindan cuentas de sus decisiones exclamadas, que nosotros como electores le damos un voto de confianza a la persona elegida, y que este voto de confianza se convierte en que nosotros realmente somos los jefes de ellos. Lo triste es que siempre olvidamos esta parte y nunca ejercemos nuestra jefatura política que ganamos cuando vamos a elecciones.
Y como soñar no cuesta nada, quiero soñar que los vicios que se dan tercamente en la mayoría de las elecciones de este país se aparten de las elecciones que se van a dar en la universidad donde trabajo y que, por primera vez, se pueda elegir un proyecto, en este caso de universidad, y no elegir un candidato que continúe buscando cuarticos aquí o cuarticos allá.
Pero si mi sueño se convierte en pesadilla, es por que no hemos aprendido nada con estos siglos y siglos de elecciones, en donde elegimos padres, barrio, ciudad, departamento, país, religión, música, pareja, amigos, profesión, etcétera y etcétera. Seremos unos candidatos y electores del fracaso que conspiramos con nuestra suerte futura para vernos peor que ayer o, mejor que mañana, nunca se sabe.
Y como el pesimismo me embriaga desde las últimas elecciones, me voy a soñar con La Pestilencia, haciendo sonar una y otra vez su canción Vote por mí.
*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 27 SEP 2018