Estuve repasando el fenómeno de la inversión de la polaridad del planeta, que hace que la orientación del campo magnético terrestre se intercambie: el sur magnético sería el norte y el norte sería el sur. Aunque por el momento no tendríamos porqué preocuparnos, puesto que estas inversiones se presentan cada millón de años aproximadamente, no deja de ser sugerente la metáfora que este intercambio nos presenta: debemos llevar las discusiones hasta el límite de la inversión.
Para nosotros ya no es extraño escuchar la palabra polarización, puesto que su uso se ha ido extendiendo en todos los ámbitos en los que nos movemos, a tal punto que parecería que sólo observamos nuestras realidades desde extremos opuestos siempre en tensión y contradicción.
Aupados a fenómenos externos, nuestra volatil volición se mueve temerosa e indecisa por cada uno de estos extremos para buscar identidades que nos ayuden a cohesionar las opiniones que tenemos. Es usual ver ahora, por ejemplo, blanco o negro, pero no ver las “zonas grises”, los diferentes matices que se despliegan de un extremo a otro.
Pasamos tanto tiempo en los extremos de una discusión, que estamos perdiendo la empatía de la compresión. Respondemos automáticamente a cualquier voz que consideramos contraría a nuestra opinión, que olvidamos que debemos escuchar antes de hablar: nuestro impulso vital se está diluyendo en defender los extremos y no en comprenderlos.
No deja de aterrar la facilidad con que acusamos al que piensa diferente y como nos ofuscamos porque no piensa como uno. Y es que en todo el planeta pulula este aire polarizador, que me hace llevar, precisamente, mi pesimismo al extremo y presagiar lo peor (como si el enojo o el pesimismo no se quedara en uno mismo).
Nacionalismo, corrección política, noticias falsas, son ejemplos de los marcos con los que nos quieren hacer mover y con los cuales se quiere aislar, por no decir anular, las “zonas grises” que hacen de nuestra vida, una vida llena de felices complejidades.
Llamar a la escucha sería un primer intento por invertir los polos para ver lo que pensamos si vamos en otra dirección, retomando las proféticas palabras de Joaquín Torres García cuando decía: “nuestro norte es el sur”. Debemos poner “patas arriba” las incomprensiones con las que nos enfrentamos a diario y tratar de ver las aristas que esta nueva polaridad nos daría, para así considerar desde esta nueva perspectiva, lo que hemos dejado de ver por estar en el extremo enlodado de nuestra opinión, que nos está dejando sin criterio y en ambigüedad.
Llamar a la humildad sería un segundo intento de inversión, para poder recibir las palabras de los otros sin que se sobresalte nuestra opinión, y para buscar los matices de lo opinado. (Situación compleja a su vez, porque los otros también creen y sobre todo quieren tener la razón).
Y por último, se debería llamar al equilibrio, para no simplemente pasar de un extremo a otro y olvidar en ese tránsito, el aprendizaje que nos permitió hacer esa inversión. Pues no es solamente dejar de decir blanco para decir negro, o decir negro en vez de blanco: es aprender que del blanco al negro hay un sin número de tonos grises que permite que un extremo sea el que construya con el otro.
La verdad no sé si la extrema polarización de la que me hablan todo los días me permita abandonar el pesimismo, pero podría invertir este pesimismo en optimismo, ya que de algo debe servir el estar en el país “más feliz” del planeta. Aunque decir esto podría ser un absoluto acto de polarizar una opinión. Pero qué más da: estamos polarizados desde hace muchos siglos, así que otro polo más no sumaría mucho.
*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 25 OCT 2018