Ambientes distópicos: Insolvencia

En estos últimos días mi cuerpo se está llenando de una desazón indescriptible. Puede ser el estado de absoluta detención en que se ha convertido la anormalidad de las clases de la universidad en la que profeso; o tal vez, lo horrible que es ver la falta de moral y ética en la justicia colombiana –como si esto no fuera ya normal-; o puede ser tal vez, los sofisticados embustes que se arman con las reiteradas reformas tributarias, que sólo buscan tapar los huecos en los presupuestos, pero no redistribuir estas imposiciones para el bien común.

Con estas posibilidades, no habría escapatoria para considerar que en la famosa frase “todo tiempo pasado fue mejor” se esconde una fatal verdad. Pero, como bien sabemos, esos pasados a los que se refiere esa frase son pasados en los que ya se percibía que todo iba mal y que, para intentar conjurarlos, fue que se propuso esa máxima explicativa: siempre consideramos que lo presente está mal y por eso ponemos el espejo retrovisor, para sacar de lo conocido una posible explicación a lo desconocido. Y esto es lo mejor de pensar en retrospectiva.

Y, en retrospectiva, no es extraño aventurar una idea y decir que estamos atravesando por una crisis de solvencia: ya no tendremos nada o hemos estado perdiendo todo. Con el pasar de los días solo podemos presenciar la perdida de los abundantes criterios con los que nos enfrentamos a las aventuras cotidianas, ya que muchos de ellos se tornaron obsoletos: su efectividad fue trasfigurada por los efectos de su interacción, así como una gota de agua horada una roca.

La obsolescencia de los criterios hace que perdamos la dirección de nuestros deseos de bienestar y que nos enfrentemos a la desesperación por comprender en que momento, eso que era nuestro más preciado bien, ya no lo es. Por eso, suelo reiterar con cierta sorna que “ya no hay valores”, para ver si por una vez somos conscientes que tenemos que construir nuevamente los criterios con los cuales contener estos avatares que caen en cascada.

No será volviendo a clases que se superará la detención en la que nos encontramos, como tampoco lo será eligiendo fiscales ah doc para todas las incontables violaciones de los códigos y menos, poniéndole más imposiciones a nuestras exiguas ganancias, como lograremos entendernos como comunidad. Debemos pensar, como lo que dijeron algunos columnistas, que la corrupción no es el problema sino el síntoma de una sociedad que ha perdido la confianza en sus palabras: somos una sociedad insolvente.

Fantaseé un momento con esta idea de sociedad insolvente y surgió la imagen de un país que cerraba su funcionamiento durante unos días pero, como es normal en un país como este, el cierre se volvía permanente (ya recordarán lo que pasó con el impuesto ese del 4 por 1000). Con un país cerrado, insolvente, solo tendría cabida el arrojo para volver a comenzar o para, en el peor de lo casos, abandonarlo a su suerte, viendo como el movimiento entrópico vuelve “natural” todos los artificios que hemos creado.

Y con el abandono, ¿qué hacemos? No mucho. Para mí, lo único que se suma a la desazón, es la incertidumbre de la que he hablado ya en dos oportunidades en estas distopías que intento comentar semanalmente. Pero, en una ataque de optimismo que casi siempre me suele llegar para mejorar un poco la pesadumbre que vislumbro, debo decir que lo único que debemos tener por seguro, es que de la sumatoria de incertidumbres y desconciertos, se haran las utopías de las próximas generaciones.

No olvidemos que es el momento de empezar. Eso sí, no diciendo palabras vacuas como esas que dicen en los últimos días los que presiden este país: el futuro ya comenzó (¿el futuro no comenzó en el Bing Bang?), sino construyendo esos criterios actualizados que nos permitan ser solventes en confianza.

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 22 NOV 2018

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Acerca de Oscarabajo

Oscar Ayala inicia su trabajo en las artes en la Dirección Cultural Artística de Santander – DICAS. En 1998 se traslada a la ciudad de Bogotá D.C. para continuar sus estudios en la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad Nacional de Colombia, dónde obtiene el título de grado de Maestro en Artes Plásticas con la obra Transurbano. Para el año 2007 realiza un viaje a la ciudad de Curitiba, PR, Brasil que le permite proponer un proyecto para la Maestría en Artes Plásticas y Visuales de la Universidad Nacional de Colombia, dónde obtiene el título con la tesis Alguien / Algún Lugar. Reflexiona sobre la relación entre técnica y arte; y sobre la experiencia de lugar en las ciudades contemporáneas mediante la experimentación con múltiples medios, que van desde el dibujo a la instalación. Realiza trabajos pictóricos / visuales con énfasis en el (medio) ambiente, paisaje y problemas urbanos, representación y percepción. Desde el año 2012 se vincula como profesor asociado del Departamento de Artes y Humanidades de la Facultad de Ciencias Humanas y Artes de la Universidad del Tolima. Vive y trabaja en Ibagué, Tolima, Colombia.