Recuerdo cuando estaba sentado en mi taller haciendo un intento de escritura y de repetición. El intento consistía en escribir una y otra vez las palabras: un paisaje, una acción, un cuerpo, una representación. En la petición que le hacía a esas cuatro palabras, se fue configurando la imagen de una mesa y dos sillas. En el momento en que se sintetiza esta imagen, nace un nuevo estadio que lo puedo denominar como un estadio de la conversación. Empecé a construir un dialogo con todas las líneas de pensamiento con las cuales había trabajo hasta ese (este) momento: el paisaje, como si fuera un centro de acción; los ejercicios de video y los ejercicios de fotografía; los estados reflexivos en los que entro cuando estoy frente a mi trabajo. En ese diálogo, en esa conversación, hallé que un punto de atención que siempre había estado en todo lo que había pensado era, un estado de la repetición.
El anterior párrafo (con pequeñas diferencias a como se presenta ahora), lo leí hace unos días en la presentación sobre un proyecto de arte que estoy adelantando. La idea de la repetición, de un estado de la repetición, la empecé a elaborar en un anterior escrito que se titule Por favor, rebobinar, siguiendo la novela, que con el mismo nombre, escribiera Alberto Fuguet en el año 1991. Desde ese momento, los actos repetitivos son los que han guiado últimamente casi todas mis reflexiones. En mi trabajo, en mis acciones cotidianas, trato de encontrar indicios, llamados a la repetición, para me ayude a organizar un discurso, un forma de proceder y de pensar.
Pienso la repetición como una petición a un estado de normalidad, que produce estados de concentración y que ancla ideas para convertirlas en estados de posibilidad.
El estado de normalidad es una condición que ayuda a atribuir características a los objetos, a las acciones, a los acontecimientos con los que nos rodeamos a diario, pues al reiterar en un aspecto de un objeto, de una acción, de un acontecimiento, esta se torna categoría del mismo, y ayuda a su identificación posterior. Un estado de normalidad, puede ser aquel que nos ayuda a encontrar todos nuestros objetos cada día sobre nuestra mesa de trabajo. Un estado de normalidad también puede ser el que nos permite reconocer a un amigo desde la distancia, por su forma de caminar, por su forma de vestir.
El estado de concentración, permite elaborar categorías de objetos, de acciones, de acontecimientos, ponerlas todas en un solo punto, en un centro, para, dejarlas en la memoria y utilizarlas cuando se requieran, cuando se las invoque. Si tenemos un objeto, un lápiz, por ejemplo, al observarlo una y otra vez, encontramos características del mismo, como su tamaño, su textura, su forma, las concentramos, las guardamos bajo un mismo punto (que puede ser una palabra), e invocando al estado de normalidad, las usamos después, nuevamente, para identificar un objeto con las mismas características.
Ahora, cuando todo está anclado en un punto, se pueden crear un estado de posibilidad, que puede ser el que le otorga nuevas dimensiones a un objeto, a una acción, a un acontecimiento. Una posibilidad, puede ser cuando un objeto es usado como para una función diferente para la que fue producido(2).
Intente buscar en mi proyecto, un estado de normalidad, un estado de concentración y un estado de posibilidad, cuando inicie un ejercicio de teclear dos frases en una página (primero lo hice con un procesador de palabras. Después intenté hacerlo en la vieja máquina de escribir que hay en mi casa). Las frases que escogí fueron: Yo ya he estado aquí. Yo ya he estado allá.
La primera frase que encontré fue yo ya he estado aquí. Cuando la leí, me cautivó. Pensando en ella, encontré que habla de un tiempo pasado, de un tiempo que tuvo lugar en un espacio y tiempo específico. En un espacio y tiempo específico que tiene una condición de proximidad, de lo próximo, de lo cercano, de lo que se puede recordar y rememorar. Porque cuando se dice yo ya he estado aquí, se habla que se está recordando un lugar que se tenía olvidado, que ya se ha visto. Para mí, ese lugar, ese yo ya he estado aquí, se concentró en la calle en la que vivido desde hace mas de una década. En el ejercicio de repetición de estas dos frases, buscando un estado de normalidad, fui recordando situaciones que habían sucedido en esa calle y que las actualizo todos los días, que se actualizan todos los días, cuando salgo y entro a mi casa. También, situaciones que habían sucedido y que ya no podían ser actualizadas. En la presentación que hacía de mi proyecto hace unos días, leía:
Recordar que en esa calle hay una casa abandonada; que ahora hay menos moteles que los que había cuando llegué a vivir allí; que mi casa ha servicio como sede de varios negocios; que algunos otros negocios han perdurado con los años; que la Universidad Católica compró casi todos los predios de un lado de la calle; que frente a mi casa hay unos vecinos con una casa ambulante; que deben vivir unas 100 personas en el único edificio de apartamentos; que en la esquina de la 13 han funcionado varios bares; es ver que como un lugar va cambiando, se va construyendo y reconstruyendo, y ver como las personas también van cambiando, construyendo y reconstruyéndose con ese lugar. Una vez escribí que los lugares determinan las experiencias. Creo que una persona envejece como envejecen los lugares, que cambian como cambian los lugares. [Cuando volví a visitar la calle y el barrio en donde crecí, la impresión más fuerte que tuve fue que las dimensiones no eran como las recordaba: todo era más pequeño.]
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En algún otro momento, trabajando con unos colegas el texto de Jacques Rancière Sobre políticas estéticas(3), se hablaba de la experiencia y su relación con la comunidad. La experiencia junto con la comunidad comparte una sensibilidad en un espacio-tiempo específico. Rancière habla de la división de lo sensible como la forma en que se organiza y se distribuyen y redistribuyen espacios y tiempos que comparten un grupo de personas, y se la a la política la función de realizar esta división. Rancière dice: “La política consiste en reconfigurar la división de lo sensible, en introducir sujetos y objetos nuevos, en hacer visible aquello que no lo era, en escuchar como a seres dotados de la palabra a aquellos que eran considerados como seres ruidosos”(4). Pero no solo la política realiza esta división, puesto que Rancière está construyendo una relación de la política con la estética: “La relación entre estética y política es entonces, más concretamente, la relación entre estética de la política y la ‘política de la estética’, es decir en la manera en que las prácticas y las formas de visibilidad del arte intervienen en la división de lo sensible y en su reconfiguración, en el que recortan espacios y tiempos, sujetos y objetos, lo común y lo particular”(5). Para Rancière tanto la política y la estética son dos formas de división de lo sensible.
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Hago esta referencia a las lecturas del libro de Rancière, porque siento que se aproximan a las especulaciones que tengo con la repetición. Lo pienso cuando en los ejercicios de repetición se buscan nuevas posibilidades, que como en mi proyecto se centran y concentran en el hecho de recordar, ya que cuando se recuerda, se vuelve a poner presente la experiencia (el estar en un espacio y tiempo específicos) que se tuvo.
Recordar, volver a pensar, volver a leer, como en las prácticas y formas de visibilidad del arte, permiten obtener información que se había perdido, que no estaba y que se vuelven a detectar cuando se hace el ejercicio de estar presente de nuevo, pero esta vez acudiendo a la memoria.
Y aunque este ejercicio sea individual, casi autobiográfico, siempre está relacionado con una memoria colectiva. En palabras de George Perec: “… en el trabajo sobre Yo me acuerdo, es que no soy el único que se acuerda. (…). Eso funciona como una especie de apelación a la memoria porque se trata de algo compartido. Es muy diferente de una autobiografía, de la exploración de los propios recuerdos, los importantes, los ocultos. Es un trabajo que arranca de la memoria común, de la memoria colectiva”(6).
Y no puede ser de otro modo, pues la memoria colectiva, se construye con los estados de normalidad y de concentración que compartimos comúnmente con otras personas. Un podría se, que cuando comúnmente decimos la palabra gato, hacemos la petición a nuestro interlocutor que represente al animal gato como nosotros lo representamos cuando decimos la palabra gato. Hacemos la petición a lo que comúnmente se conoce como gato (el animal) y se representa con la palabra gato, sea invocado, recordado, sacado de la memoria, del estado de concentración, para que nos ayude a organizar nuestra conversación y no llegar a un malentendido. Porque bien puede ser que nuestro interlocutor represente al animal gato como el animal, por decir uno, ornitorrinco, cuando oiga la palabra gato.
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La memoria es un estado de concentración. Recordar es un estado de posibilidad. Recordar ayuda a buscar formas nuevas de visibilidad. Pero quizá, desde un punto que es singular, pero que esta compartiendo un espacio y un tiempo específico con una comunidad.
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NOTAS
(1) Por favor, rebobinar. Esta vez, no lo olvide.
(2) El Colectivo Bricolaje (Pablo Adarme, Carolina Salazar y Sandra Mayorga) trabajaron esta idea. “Un frasco de mermelada puede servir como vaso de mesa, como florero o para guardar botones; cualquier neumático de automóvil puede ser útil como soporte de mesa o columpio o incluso para hacer suelas de zapatos”. Ver http://www.m3lab.info/portal/?q=node/2053 (Revisado 10/11/2009).
(3) RANCIÈRE, Jacques. Sobre políticas estéticas. Universitat Autònoma de Barcelona. Barcelona, 2005.
(4) Ibid, pág 19.
(5) Ibid.
(6) PEREC, Georges. Naci: textos de la memoria y el olvido. Abada Editores. Madrid, 2008.