De cabecera tengo los libros. En eso pensaba que días cuando andaba en clase del Laboratorio de Escritura. No quiero dejar pasar y no contar un poco cuales son mis libros que se han vuelto importantes, con o sin cabecera.
Como a muchos de los que andaron hace unos años, sentí un poco que apego al boomcito que tuvo Andres Caicedo por ahí a mediados de los noventa. Disfruté mucho leyendo ¡Que viva la música! (que me releí hace unos meses) y Destinitos Fatales (o Calicalabozo. Ya no recuerdo cual de las ediciones fue que leí primero).
Cuando andaba escribiendo la monografía de mi trabajo de grado, cayo en mis manos la referencia a un libro que se terminó convirtiendo en uno de vital importancia para el ejercicio de escritura que estaba haciendo: Zero de Ignácio de Loyola Brandão. Adorei. (Lo leí en español. Cuando estuve en Brasil me conseguí una edición en portugues, pero estoy en deuda de hacer la relectura en su idioma original, que haré cuando el libro vuelva a caer en mis manos).
Y el último escritor que me ha gustado un montón es Alberto Fuguet. La primera novela que cayo en mis manos, de rebote, de casualidad, fue Por favor rebobinar, y me encantó. Tanto así que terminé comprando después Las películas de mi vida, Tinta roja y Sobredosis. Leí después Mala Onda su opera prima. Lo que mas me gusta de las novelas de Fuguet es cuando habla de aeropuertos (y eso pasa mucho en Las películas de mi vida). Ahora lo sigo en su blog Apuntes Autistas.
Eso es. ¿Tendré mas libros en mi cabecera? Espero que sí. Siempre es bueno tener libros en la cabacera, como los que tengo ahora, y en los cuales no ha entrado la posibilidad de leerlos: Baudolino de Umberto Eco, uno de Slavoj Zizek y otro de Roland Barthes.