Lecturas Bucaramanga V

Y llegó el momento de escribir esta entrada sobre las últimas novelas que he leído. Ya era hora, pues al parecer, cada vez toma más tiempo hacer estas breves reseñas. (Estamos a punto de iniciar el receso de mitad de año). Así, sin más preámbulos, es este el recuento de lecturas del último tiempo en Bucaramanga. Espero que el tiempo no haya hecho estragos en mi memoria ni en mis recuerdos de lo leído.

1. Evelio Rosero. El incendiado ::: Esta novela estuvo dando vueltas por mi tiempo de lectura por varios meses. La empecé a leer después que terminé con Juliana Los Mira, para continuar con este triología de Rosero, que conforma la serie de novelas que suele conocerse como primera vez. Me encontré con una novela con gran ritmo, en dónde se despliega toda la prosa de Rosero que se empezaba a construir en Mateo Solo. Los encuentros de los personajes y la historia se da en un fluir de emociones, contados por unos jóvenes (gemelos) en su tiempo de colegio, dando cuenta de las maneras en que se construye cada una de nuestras decisiones y de eso que solemos llamar personalidad. No recuerdo mucho (bueno sí, pero casi nada que merezca ser contado (bueno sí)) de mí época escolar, pero al leer esta novela, trataba de hacer presente de nuevo todos esos episodios que se daban dentro de los salones de clases en los que pasaba la mayor parte de mi tiempo, fuera de la acuciosa mirada de profesores y padres (adultos), y en donde se daban las eternas discusiones sobre lo que siempre se trata de saber sobre lo que otros, de pronto, ya saben. Creo, como lo cuentan los personajes de esta novela, en algún momento de nuestra pubertad, dejamos de ser buenos y empezamos a entrar en lo vetado del mundo adulto. Una novela de iniciación, de iniciaciones, en dónde lo más oculto de toda un historia, es que siempre ella se queda con nosotros, afectando nuestras decisiones, incendiándonos.

2. César Aira. Una novela china ::: Este libro llegó por recomendación. La recomendación decía que era un libro sobre pintura. Creo que antes había leído algo de Aira, pero ahora no recuerdo muy bien cual libro y cuando lo leí. Lo cierto es que me encontré con este libro de Aira y con la historia de una persona que vive para saber hacer, para pensar y para conversar. También de una persona que vive para la espera. Para esa espera que hace que todo pueda ser una recompensa. Y como la espera puede ser una recompensa, de la lectura extraigo estos breves pensamientos, sobre la vida y la vida, sobre el arte:

  • Se supone que el fin de una larga o breve deliberación ante sus obras, deberíamos llegar a una comprensión: es real o es un fraude. Pues bien, en un sentido u otro, nuestra conclusión será incomunicable, por cuanto la compresión misma es incomunicable. Y no refiero a una pedagogía… Lo incomunicable lo es para con uno mismo. De ahí que somos nosotros mismos los que comprendemos nuestra compresión. – Hizo una larga pausa -. La misión del artista es hacernos comprender eso al menos, y creo que Chen lo hace bien. (25)
  • Pero el objetivo no es otro que hacer que el amor reaparezca, con más vigor. ¿Qué otra función tiene el tiempo, si no es devolver lo mismo, pero renovado y multiplicado, más intenso? El largo rodeo que él iniciaba, se dijo, era un “retrato práctico del tiempo”. Le agradó la definición.(56)
  • Era natural, mucho más natural de lo encontraba la señora Kiu, que las murmuraciones pasaran de benévolas a malévolas sin cambiar de naturaleza. Se ponía en evidencia una vez más en este caso el aspecto plástico, eminentemente mudable, del consenso. ¡Qué lección para los políticos aficionados que ahora cubrían el país, sembrando un dogma! (64)
  • Y junto a uno de esos mecanismos, por la ley de proliferación que dominaba la mente, había otro, su sombra, al que había que ajustarse cuando el primero se desvanecía. El amor era un sombra, pero del amor nadie sabía nada, porque nada se sabe de las sombras. Lo que hace no arroja sombras, sino destellos. Pensar no es saber. (137)
  • Sobre la educación, creía que las reformas que se instaba a la gente a pensar y proponer eran inconducentes, y peor todavía, inhibían un pensamiento eficaz sobre el tema. El mero concepto de “reformas” chocaba con el de “pensamiento”. Pensar era un gesto muy radical: podía tener por objeto lo que no existía. En tal caso, quedaba por hacer una sola cosa, a su juicio muy razonable, ya para nada utópica (utópicas eran las tímidas reformas): invertir completamente el currículum, adecuando de modo algo más razonable los datos. (168)

Cesar Aira. (2004). Un novela china. Barcelona: Random House Mondadori.

3. Junot Díaz. Los boys ::: De Junot vengo escuchando desde hace un buen tiempo. Lo primero que supe de él fue en uno de eso blogs literarios que sigo, y donde hablaban de lo bien que le estaba yendo con una novela, que justo en este momento no recuerdo. Fue por eso que compré esta colección de relatos, para ver como es que iba este tal Junot.
Todos los relatos de Los boys están enmarcados en las historias familiares de inmigrantes en los Estados Unidos. De sus sueños, frustraciones y aventuras que se dan en un país al que no se es parte, aún. Historias contadas desde la perspectiva de dos hermanos, o dos jóvenes inmigrantes que están empezando a entender la fuerza de las tradiciones y de las historias familiares, las decepción y el abandono de las relaciones de pareja, y lo que es estar por fuera de todo esto o muy dentro de él: estar en un país que es un país de nadie.

4. Juan Gabriel Vásquez. Los informantes ::: Esta es la segunda novela que leo de Juan Gabriel Vásquez. Cada vez me agrada este escritor. En Los informantes me encontré con una historia sobre los alemanes inmigrantes que llegaron a Colombia durante la segunda guerra mundial y sobre la animadversión que sufrieron, cuando unos fueron perseguidos por sus actividades “pro-nazis”. Son historias que casi nunca tocamos o nunca nos dijeron, pero que se dieron y por eso, no hay que olvidar esos campos de concentración para alemanes que se abrieron en Colombia y de la guerra sucia con que actuaron algunos colombianos cuando los alemanes cayeron en “desgracia”. Vásquez lográ atrapar durante todas las páginas en las que se extiende la historia, y en dónde, el personaje principal recorre para conocer y reconocer a su padre, que había olvidado o no quería saberse relacionado con él, y de lo que quizá es lo más importante: su herencia. Esa herencia, esa biografía que siempre no acompañará: somos lo que nos ha sido legado, lo bueno y lo malo.

  • La vida que he recibido como herencia -esta vida en la que ya no soy el hijo de un orador admirable y un profesor condecorado, ni siquiera del hombre que sufre en silencio y luego revela en público haber sufrido, sino de la criatura más despreciable de todas: alguien capaz de traicionar a un amigo y vender a su familia- comenzó un lunes, un par de semanas después del Año Nuevo, cuando, a eso de las diez de la noche, me preparé una comida de microondas, me senté sobre la cama destendida con las piernas cruzadas, y, justo antes de comenzar un recorrido superficial por el periódico del día que terminaba, recibí la llamada de Sara Guterman. (197)

Juan Gabriel Vásquez. (2009). Los informantes. Bogotá: Punto de Lectura.

5. Laura Restrepo. Delirio ::: Debo reconocerlo: llevaba muchos años no queriendo leer esta novela. Por alguna razón que desconozco o no recuerdo, no quise leerla. Pero, ahora, que he superado este nosequé, me encuentro con una novela que me conmovió con su buena escritura y con su buena historia. De hecho pienso, que llevaba un rato sin leer buenas novelas hasta que apareció (si, apareció) esta. Sólo puedo decir que todas nuestras historias, se encuentran construidas, formadas y reformadas en todo el tiempo que estamos en nuestra familia. Que algunas veces, esas historias nos sobrepasan y que las apariencias, el guardar las apariencias, engañan. Nos engañan como lo es la apariencia misma. Ella en cuanto tal. No sé si es una historia de amor, pero es una buena historia sobre la paciencia y sobre la paciencia que lleva a esperar que las historias que tenemos encuentren su propia historia. Eso. Ahora, una cita sin cita.

  • Cuando Aguilar bajó, Agustina pasó varias veces frente a él sin decirle nada, ni buenos días siguiera, Simulaba no verme, dice Aguilar, sus ojos eludían mi corbata roja como si se hubiera arrepentido de escribir esa nota, o más bien como si tuviera temor de constatar si me la había puesto o no, o como si se estuviera haciendo la loca, Agustina y la tía Sofi dejaban listo el almuerzo con el que daríamos la bienvenida al Bichi después de traerlo del aeropuerto, preparaban un pavo y trajinaban con unas manzanas y unas verduras haciendo caso omiso a mí, así que me serví un café y me senté a desayunar, a hojear el periódico y a observar a mi mujer que pasaba una y otra vez frente a mí como mirando hacia otro lado, como haciéndose la desentendida y al mismo tiempo nerviosa, queriendo y no queriendo chequear con el rabillo del ojo si me había puesto la tal corbata, hasta que me planté frente a ella, la tomé por los hombros, la hice mirarme a los ojos y le pregunté, Señorita Londoño, ¿le parece suficientemente roja esta corbata?.

Laura Restrepo. (2006). Delirio. Bogotá: Punto de Lectura.

6. Ricardo Menéndez Salmón. El corrector ::: Y con esta novela, llego también al final de la llamada triología del mal. El corrector, un corrector de libros, nos cuenta sus percepciones sobre los ataques terroristas que se dieron en Madrid hace unos años. El que sabe de libros, el que mientras cuenta la historia está haciendo la corrección de la traducción de un libro de Los demonios de Fiodor Dostoievski escribe y reflexiona así:

  • Pervertir la realidad a través del lenguaje, lograr que el lenguaje diga lo que la realidad niega, es una de las mayores conquistas del poder. La política se convierte, así, en el arte de disfrazar la mentira.
    Nadie, desde que existen ágoras, ha mentido tanto como los políticos. Cuando entre los griegos un político mentía, se le imponía una vergonzante pena: el ostracismo. Hoy, en el peor de los casos, se le pone un escaño, se le regala una alcaldía o se le adjudica un ministerio. Es el código no escrito de nuestra meritocracia: miente y serás recompensado. (31)
  • Y aunque siempre me han resultado o menos indigestos los libros con mensaje o los libros que pretenden cambiar el mundo (ningún libro cambia el mundo: precisamente porque el mundo no cambia podemos seguir escribiendo libros: precisamente porque existió Auschwitz tiene sentido que los poetas escriban), no puedo menos que pensar en todos los grandísimos hijos de la gran punta que pululan por ahí afuera y, todavía hoy, como se acabaran de contarles un chiste irresistible, se ríen delante de las cámaras de televisión, delante de las grabadoras de los periodistas, delante de las caras de la gente a propósito de ciertas cosas que entonces sucedieron. (36)
  • Como en los textos, también en la vida a menudo nos “saltamos” lo que sucede. Y no sólo, por ejemplo, al volar, cuando “nos saltamos” el paisaje, o al follar, cuando nos “saltamos” las caricias, o al comer, cuando nos “saltamos” los sabores. En cada línea -esto es, en cada minuto del día- se esconde una pequeña errata que aspira a no ser vista. Puede que, desde ese punto de vista, la corrección constituya una excelente metáfora de la existencia.
    Pero entonces, preguntarán ustedes, de qué podemos fiarnos.
    Y yo les respondo gustosamente: no se fien de nada ni de nadie. Sospechen siempre. Incluso de su nombre escrito sobre un papel. (39)
  • … lo que movió a Fedor Dostoievski a escribir Los demonios, una novela extraordinariamente sombría aunque a la vez extraordinariamente luminosa, una obra de arte que aún hoy, tras los miles de matanzas del siglo veinte y los horribles presagios que se dibujan en los albores del siglo veintiuno, sigue conmoviendo a sus lectores-.

Ahora no recuerdo más, pero el libro, sólo reflexiona sobre todo esta asunto del terrorismo en que ahora estamos tan metidos y al que acuden los políticos una y otra vez para redefinir su agenda de prácticas políticas. En la agenda del político puede estar el verdadero terrorismo.

Ricardo Menéndez Salmón. (2009). El corrector. Barcelona: Editorial Seix Barral.

7. Paul Auster. Ciudad de Cristal::: Y este es mi segundo intento por entrar a la literatura del estadounidense Auster. Caí en La triología de Nueva York, y de esa sólo leí la primera novela (intenté con la segunda y el ritmo de lectura y el tono de los investigadores me hicieron desechar la idea). Creo que con Auster hay que andarse con cuidado para poder llegar a él. También puede ser que sea un gusto adquirido (como tantos otros) y que aún me falta afinar ese gusto. (Igual me pasó con Pixies. Cuando tuve el oído construido, pude disfrutar su música. Música que hoy es una de mis favoritas).
Esta vez, me encontré con la historia de una persona que termina investigando un extraño caso que al final, no tiene un clara resolución. Creo que lo más interesante, es que es una historia en donde no es importante dar un respuesta a lo que pasa. El personaje cae libremente y sólo despierta (aparentemente) cuando encuentra una respuesta a su obsesión. Y de toda la historia, lo único que queda es un manuscrito.
Creo que le daré otra oportunidad a Auster. Seguiré con La triología de Nueva York a ver si logró tomarle el gusto.

***

Hasta ahí llegué con las lecturas. Intenté leer el libro de Arturo Alape Conversaciones con la ausencia y otros relatos, pero como la lectura estuvo tan sobresaltada, no logré leerlo con atención para hacer una breve reseña. Por eso, estas lecturas Bucaramanga llegan hasta aquí. Lo otro es que este receso, tendré una semana de tiempo bumangués, que creo que no vaya a leer mucho. Ya veremos.