Ambientes distópicos: Relatos y reiteraciones

Como estamos en el apocalipsis, es usual escuchar voces -esas que escupen fuego- recordándonos, con insistencia e inquina, qué es lo que va a pasar, cómo es que nos tenemos que comportar de aquí en adelante. Cada una de esas voces va tejiendo con esa paciencia estratégica típica de los acosadores, el no tan nuevo relato que arrasará lo que es por todos conocido. Estamos al punto de comenzar un nuevo orden social.

Por que se está retomando el camino que culpabiliza a ese “Otro” incómodo, dándole un nombre específico para dirigir contra él los odios que no queremos dejar salir nosotros. Se intentó con el Ejército de Liberación Nacional, pero no hubo empatía con el público aúlico de sangre.

Ahora se intenta, con el apoyo irrestricto de los medios comunicación masivos, posicionar nuevamente un cambio semántico para dotar a la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, de la oscuridad que habitaba en las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia: FARC asesinos, FARC terroristas, FARC narcotraficantes, FARC narcoterroristas asesinos.

Y el eco de estas palabras resuena desde los pasillos del Congreso hasta los bordes más alejados de este maltrecho país; y se suma a las voces que profetizan el fin de la separación de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial), que indilgan oposiciones a decisiones que se apartan de este “nuevo” deber ser, que siguen censurando porque estamos siendo gobernados por un gobierno que quiere desconocer lo único bueno que nos ha pasado en estas últimas décadas: el intento por estar un poco más tranquilos, un poco más en paz.

Pero lo que importa ahora es solamente recordar que queremos paz “pero no así”, que queremos paz “pero sin impunidad”, que queremos paz “pero…”, para ver si ya nos convencimos que lo que realmente importa es aupar las armas –cualesquiera que ellas sean- para dejar en paz, eso sí, a esta “nueva” idea de país que ya conocemos, y que es –eso es lo que dicen- el país que nos merecemos.

Razón tenía Rudolf Hommes al decir que todos estos relatos nos pone en el contexto de la novela de George Orwell 1984, pues todo lo que se relata en este “nuevo” país, requiere de ingentes esfuerzos para decir que lo que se dijo no es lo que parece ser que se dijo y que lo que se dijo nos va a hacer bien y que nosotros no entendemos mucho y por eso es necesario que se nos explique lo dicho en transmisiones abiertas y en rondas diplomáticas, una y otra vez.

En eso vamos, en eso estamos. Y no creamos que somos los únicos, pues este aparato de control masivo se ha ido desplegando tranquilamente, como una falsa noticia, en un buen número de países y en varios continentes. Los rumores van desde la antigua Europa hasta la joven América, pasando por la primigénia África: somos humanos y no estamos exentos de nuestros excesos.

Ya había escrito en estos ambientes distópicos que los dictados van a estar en nuestro diario vivir, y lo que dicta mi intuición, es que ese relato que nos gritan con mala voluntad, hará de nosotros la distopía por excelencia, esa que permite que se implosionen nuestros sentidos para vivir, como -tenemos que decirlo reiteradamente- muertos vivientes.

Y como la reiteración es lo que prima, quisiera que construyeramos un ambiente distópico, no faltaba más, repitiendo hasta el cansancio la palabra guerra –como en el video de la artista Nadia Granados (La Fulminante) de 2018 Entrevista al sicario más famoso del mundo-. Empecemos: guerra, guerra, guerra…

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 21 MAR 2019

Ambientes distópicos: Ilusiones

Con los avatares semanales que continúan con el paciente e insistente trabajo de fragmentar las decisiones comunes y de “hacer trizas los acuerdos”, ya podemos entregar nuestras vanas ilusiones y aceptar con entereza la distopía.

Las intuiciones que se pronunciaban después de la fiesta electoral presidencial, nos indicaban cómo serían los derroteros con los que ahora, en un intento absurdo de cordura, examinamos para no sorprendernos.

Podemos también considerar, sin temor al equívoco, que los espectros con los que nos amenazaron y convencieron para apoyar esta dirección apocalíptica de pensamiento, es un fabuloso guión que actúa –la historia está para repetirse- de nuevo para dictar los comportamientos con los cuáles, al parecer, nos gusta ser adoctrinados.

Estamos entrando en uno de esos estados de exaltación extrema de los afectos y las pasiones, en los cuales no habrá casi nadie que sobreviva y en dónde se tratará de reescribir los acuerdos con los cuales debemos convivir. Dentro de unos meses tendremos la posibilidad de comprobarlo, e ilusionados, acompañaremos los siguientes cuatro, ocho, doce años (nuestra hoja de ruta es la de “presidentes eternos”) como muertos vivientes, tratando de estar al acecho de los nutritivos desechos con los que nos iremos encontrando en ese andar errabundo por las ruinas de nuestros sentidos. Encontraremos en las escalas de destrucción, las herramientas necesarias para sobrevivir.

Hemos pasado de la ilusión de la paz a la ilusión de guerra; de la ilusión de convivir en una tímida armonía con la vida, a la ilusión de convivir con la certeza armónica de la muerte y la desaparición. Por eso, no perdemos nuestras ilusiones, ya que son ellas las que hacen de nosotros esos seres terribles que buscan su propio privilegio por encima de todo y de todos. Así de naturales somos, de eso no hay duda alguna.

Y esa naturaleza ambigua es la que ha alimentado los devenires de nuestra especie, especialmente aquellos que hacen de los obtusos un centro de amplificación de demonios, enquistándose en cada corazón que olvida con conveniente oportunismo, los estragos que se suceden en países en guerra, países que terminan reducidos en mundos desolados, destruidos, desamparados. Países en los que no quisiéramos convertirnos, pero que paradójicamente, son un horizonte de destino.

Se revuelve el estómago ver como la obstinada meta de continuar malviviendo con ideales neoliberadores y gremiales, es la que nubla nuestro camino y nos lleva a desconocer con alegría los terrores que vendrán, sólo porque seguimos creyendo que al exterminar a ese “Otro” incómodo, es que podemos seguir nuestro camino ya sin ningún obstáculo, ilusionando a otros –que por supuesto no somos “nosotros”- en esa oscura travesía para que sigan actuando alienados, con el subterfugio de abandonarlos en el momento preciso en que el privilegio llega.

Ya no basta decir que lo sabíamos. Arrostremos lo poco que nos queda para guardar la ilusión que estemos equivocados. Esperemos preparados.

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 14 MAR 2019

Ambientes Distópicos: (A)Doctrina(r)

Al comenzar un apocalipsis –no olvidemos que este es el año del apocalipsis- es cuando mejor se puede detectar los pensamientos doctrinarios con los que nos movemos. No es más que todos los límites del sentido, de lo conocido y de lo desconocido se despedacen, para que emerjan de las ruinas, la amalgama semántica y epistémica de fragmentos que buscan, desesperadamente y en especial, refundar la moral y la ética, desde la incomprensión que siempre supone desconocer el contexto.

Así es que surgen voces recalcitrantes que supuran fuego para llamar la atención y amaestrar el cardumen de opinión, invocando los abusos “doctrinarios” que se presentan en “algunos” salones de clase, para así “denunciar” la complicidad de la educación con la construcción de una persona. Y así, afortunadamente, podemos observar la manera como opera ese sistemático desconocimiento que rehuye a reconocer que todo lo que nos rodea es ya una doctrina en sí.

Porque más doctrinario que respirar no hay –por poner solo un pequeño ejemplo- y eso, lo pude constatar desde mi primer segundo de vida. A respirar no me lo enseñó nadie (a no ser que lo haya olvidado y el médico que atendió mi nacimiento me lo hubiera recordado con fuerza) y desde ese momento, vengo adoctrinando a los demás sobre la doctrina de la vida, tal cual como lo hago yo: Respire: Inhale, exhale.

Ya dirán las voces más doctrinarias que la doctrina misma, que lo escrito anteriormente es una herejía, ya que a la naturaleza, naturalmente, no se le puede exigir mucho (vaya contradicción). Pero hay que pensar con detenimiento (inhale, exhale) y reconocer que las instrucciones, paradigmas, dogmas e ideas con las que nos rodeamos están imbricadas en todo cuanto hacemos, sentimos y percibimos.

Cada acción, sentimiento y afección, desde el momento en que se conceptualiza, crea doctrina (su manera de ser y de estar) que nos permite racionalizar y posteriormente, representar y transmitir.

No es extraño entonces decir, que el llamado “adoctrinamiento” comienza desde nuestra más tierna infancia y es la familia (que contradicción), la primera en ejercerlo y en institucionalizarlo. Después de la familia, se desgranan, sucesivamente, más doctrinas (algunos las llamarán valores) que nos delimitarán los derroteros con los que nos expresaremos durante el resto de nuestra vida.

Lo interesante de todo este asunto adoctrinador, es que unos (¿o serán los Otros?) quieren tirar de un polo del paradigma y dar la instrucción precisa para derrotar, como en un eterno juego de tronos, el polo opuesto, y así, con este movimiento necesariamente adoctrinador (no hay que olvidar esto), purgar lo que se considera una corrupción de la doctrina líder que, durante un breve espacio de tiempo, tendrá su máxima expresión y actuará en consecuencia: será hegemónica. Vana certeza.

Atacar sólo la parte importante del espectro adoctrinador, la educación, es un ataque perverso que busca deformar nuestra comprensión, elevando sólo –valga decirlo de nuevo- un “lado ‘correcto’ de la historia” (como si la historia tuviera “lados”), tratando de convertirlo en el único posible y plausible, validando en este intento, una apuesta dogmática impertinente, que invalida, ahora sí, ese conocimiento natural que siempre hemos intentado dominar.

Lo paradójico aquí, es que el conocimiento natural no tiene límites (no es más que intentar preguntarse el porqué de la vida sin acudir a explicaciones de fé), ya que él se manifiesta únicamente, en ciclos temporales de extensa duración, para acrecentar nuestras comprensiones.

Por eso la importancia del aprender, sin límites y condicionamientos, los diferentes lados del paradigma para poder elaborar nuestros criterios: el criterio debe ser nuestra doctrina mayor.

¿O acaso ya estamos en dictadura y por eso los criterios son innecesarios? Sí es así, ya pronto podremos decir sin inmutarnos: ¡Ya no hay valores!

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el O7 MAR 2019

Ambientes distópicos: Apocalipsis

Es el momento de decirlo, no hay que esperar más: el 2019 es el año del apocalipsis. Las revelaciones que se nos han presentado en estos dos meses del año no puede indicar otra cosa diferente: en este año se arrasará con lo que hemos conocido. Dispondremos, una vez más, de rastros y huellas para intentar construir los relatos que nos permitan, por fin (¿por fin?), saber que será de nosotros y cómo nos debemos comportar.

Sabremos, que esa idea de la edulcoración de los conceptos ya nos tomó la delantera. Veremos que la educación –lo que más importa en una comunidad- se hará sin decir “casi” nada, ya que cualquier cosa dicha en una clase será una flagrante violación a la “libertad de los estudiantes” de saber y conocer, únicamente, lo que no les perturbe nuestra ya olvidada disposición de aprender.

La deseducación se sumará a lo ya visto: el café descafeinado, la leche deslactosada, y por qué no, la “política” despolitizada, para así construir las barreras necesarias que nos impida salir de nuestro “mundo feliz”, ese que se rodea de todo lo que nos genera satisfacción y que voltea la cara, indignado, a lo que nos incomoda.

Con el apocalipsis en ciernes, una opción posible es volver al “lado correcto de la historia”, devolver lo ya escrito al punto inicial de la enunciación. Enunciar –denunciar-, por ejemplo, que los muros son muy diplomáticos y que se pueden reforzar con intimidaciones comerciales.

Que lo humanitario es una amenaza a la seguridad de un país; y que para restaurar, humanitariamente, lo poco de memoria histórica que nos queda, hay que atravesar fronteras con un puñado de víveres, llevando con ellos “transformaciones” que nos convenzan que la salvación está en el desentenderse de los caprichos económicos que devaluan, inflan y bloquean los desarrollos de los países.

Es más bonito dejar aquello que nos perturba y abandonarlo, no considerarlo, y si se quiere, desaparecerlo. Es más bonito vivir en esos mundos bucólicos, de felicidad infininita, como se nos muestra en aquellas revistas de algunas religiones. Por eso, se grita airadamente la restauración de los “valores” por todos desconocidos, especialmente aquellos que permiten reciclar guerras: contra la evolución, contra las vacunas, contra el comunismo, contra el género, contra el “ismo” que no es mi “ismo”.

Entenderemos que discutir es mercaderear apoyos invasivos para (re)construir las bases de las futuras naciones corporativistas; que convivir es negociar la punición con los detentores de la “legalidad”; que lo justo es alternar los signos y simbolos; que trabajar es continuar con ideas “fabulosas” como la esclavitud; que los privilegios permiten la exclusión y la expropiación.

Siempre, como el país feliz que se dice que somos, hay que mostrar el mejor rostro a las adversidades, pues la confianza está más allá de la física, y no requiere de manifestaciones cercanas, materiales o pragmáticas. Se avecina para nosotros la mejor oportunidad. Abracemos con entusiasmo esta dimensión apocalíptica, y como distópicamente he intentado presentarlo en estos ambientes semanales, comencemos la paciente tarea de definir eso que queremos que prevalezca, eso con lo cual no podríamos continuar nuestro mundo.

Aquí he intentado considerar solo unos pocos aspectos, una que otra dimensión. La invitación es armar, no faltaba más, nuestro relato trascendente. ¿Estaremos en él?

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 28 FEB 2019

Ambientes distópicos: Negación

Cada semana asoma por este país de sagrados corazones, circunstancias reveladoras que se suman a las ya develadas, y que sólo indican que el relato dominante de estos próximos años será, ese de la “restauración uribista”, como lo escribiera Ricardo Silva en su columna del pasado viernes en El Tiempo.

Ahora la mediación informativa abandona los inagotables escándalos de corrupción y las infidencias del fiscal, por poner algunos ejemplos, para posicionar, en una vuelta de cuerda, nuevas puntadas a la estratégica profecía de la guerra civil de la que no queremos salir: voces que llaman a declarar la inconveniencia de la ley estatutaria de la Jurisdicción Especial para la Paz; nombramientos de reconocidos académicos en el Centro Nacional de Memoria Histórica que, como lo recuerda Daniel Pacheco en Twiter, descalifican a los que piensan diferentes a él; y para sumar un poco más, los desafortunados proyectos de ley que se anuncian para censurar las clases en colegios que se salgan de los relatos oficiales que se quieren instituir.

No se puede decir otra cosa diferente a que vivimos en distopía, especialmente en este país en el que decidimos nacer. Pero como todo en el mundo, de derechas y de izquierdas, de buenos y malos, de ricos y pobres, alguno que otro dirá que no, que lo que se aproxima es la realización de la mayor utopía de todos los tiempos, el mayor logro después de 200 años de historia republicana, la condensación de años y años de virulentos universales, queriendo así, que se adhieran a nuestros huesos, “duelale a quién le duela”, esas maneras de hacer ver el mundo.

Y como nuestra atención volátil gravita sin control, cuando menos lo esperamos, estaremos malviviendo –como ya lo hemos hecho-, sumados en el mutismo salvador, viendo como despedazan lo poco que queda de ese monumental esfuerzo de querer vivir en paz.

Por eso es importante construir el relato, modificar los hechos, perder la historia, alebrestar los odios y narrar este mundo colombiano de la manera que se quiere que sea –y una vez más “duelale a quién le duela”; afinando el dogma, construyendo los ritos, moviendo los hilos, sancionado la impureza. Por eso es importante, llegado el caso, negar los hechos, negar las realidades; y proponer “hechos alternativos”, “realidades infladas” (con metodologías nuevas somos menos pobres).

No es la primera ni la última vez que pasa. Si revisamos la historia, podemos ver con insistencia, cómo es que unos dicen que los otros no son, cómo se aniquilan idiomas, cómo se impone –la letra con sangre entra- ideas e ideologías a los que no son como nosotros. Así seguiremos, no lo pongamos en duda, porque así somos.

Lo triste, para no decir más, es que ni alcanzaremos un año de ilusión, ni alcanzaremos a ver esa sugerente idea de vivir en paz lo suficientemente desarrollada para compararla con la versión guerrerista que tenemos por defecto. Ya estarán en nuestros días los signos que hemos aprendido a reconocer y que nos dictarán las maneras y modos con los que debemos actuar. Ya estarán, ya estaremos envueltos en su accionar ambiental.

Y lo utópico es, como la misma historia nos recuerda, es que estos avatares negacionistas no duran mucho, no duran para siempre. Ya vendrán pues esos signos que nos indicarán que lo aprendido y asimilado, tomará el rumbo que se le fue negado.

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 21 FEB 2019

Ambientes distópicos: Expresión

No seré el único que escriba sobre la expresión libre a la que tenemos derecho como ciudadanos, y menos, en estás últimas semanas de comentarios rápidos, “sin filtro” –como ya tan acostumbrados estamos con estas “redes” que se sobreactuan llamándose a sí mismas como “sociales”- de unos comunicadores y funcionarios públicos, y que con horror, vemos que pueden ser casi todos, tratando de instruirnos y de aleccionarnos sobre lo que está permitido decir, lo que está permitido expresar en esta nueva administración de la “legalidad y la equidad”.

Se está construyendo una importante alerta que no debemos dejar de lado. Por eso me sumaré a esas voces que recuerdan, insisten y advierten que, aunque podemos cuestionar los modos y procesos de actuación de un gobierno –ese es el ejercicio del diálogo y el debate: expresar para persuadir, siendo veedores de la democracia-, no podemos censurar y menospreciar a aquellos que no comparten nuestros ideales e ideologías.

Pasamos de hechos aislados a una política de estado: funcionarios que han intuido que su función es hacerle ver a los que no concuerdan, a los que manifiestan su descontento y preocupación, qué es lo que hay que pensar, qué es lo que hay que decir, cuál es la historia que hay que contar, cuál es el relato que hay que seguir.

Y con el paso de los meses (6 meses de hacer trizas, con paciencia y constancia, los Acuerdos) se está instalando ese particular relato que ya conocemos y del cual queremos salir: el relato de muerte que llega con el señalamiento y el desplazamiento: esta censura nos lleva al detenimiento y al silencio. La distopía del terror y el horror parece que asoma, parece que se aproxima.

Recordemos que en el esfuerzo del diálogo después de una guerra, donde no es fácil ofrecer arrepentimiento y recibir perdón, se construye comunidad y se hace, nuevamente, la repartición de lo sensible, como muy bien nos lo cuenta Jacques Rancière.

Y es que después de habernos odiado y matado, expresar nuestras incorformidades e incomodidades, nuestros disensos con el poder de la palabra, es la mejor oportunidad para reconocer y reconocernos en la diferencia; y con la diferencia, construir otras comprensiones y consensos que nos permitan estar en un lugar común, compartiendo comunidad, compartiendo multitud.

Considerar que este lugar común que se puede construir en este justo momento, después de los casi 50 años de tomas, atentados, secuestros, “bajas” y asesinatos, es una utopía, da mucha aprensión. La expresión, nuestra expresión que se está viendo asediada, una vez más para ser sumada a esa particular “historia” que lucha por imponerse en favor de garantizar nuestra “seguridad”, no puede ser acallada.

Reconocer en la expresión ética y responsable el mayor valor de un estado, el mayor deber de un ciudadano, es reconocer que la democracia pasa por no estar de acuerdo y por disentir. Si perdemos la expresión, perdemos nuestra comunidad, nuestra historia, nuestra vida.

¿Cuántas palabras más tendrían que morir para que entendamos que con voces acalladas no estamos construyendo este país?

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 14 FEB 2019

Ambientes distópicos: Inseguridad

Aparecen, casi por arte de magia y como si no se quisiera la cosa, pequeñas notas periodísticas sobre la “creciente” inseguridad que un grupo específico de ciudadanos agremiados presenta y que, según ellos, afecta el desarrollo de sus negocios.

Buscan con estos comentarios sueltos, construir un relato también específico, que les permita actuar en la defensa de sus intereses y con ello, acceder a las herramientas de “seguridad” que al parecer el Estado no provee.

Es tan recurrente en nuestro país el resultado de este relato, que algunos medios de comunicación masiva y columnistas han venido alertando de las nefastas consecuencias que se producen por sólo decir que estamos atravesados por una ola de inseguridad.

Puede ser que nuestra percepción de seguridad, esa que se alimenta con los conteos caprichosos de esos mismos medios de comunicación masiva, haya decrecido hasta el nivel de sentirnos inseguros en campos y ciudades. Pero después de un proceso de diálogo, que llevó a la firma de un acuerdo de paz que ha permitido que hospitales y cementerios estén libres de las pesadas huellas de la guerra, no deja de preocupar el que se quiera insistir en el relato de la inseguridad.

Porque preocupante es que, sin ni siquiera un suspiro, este Estado insensible no preste la más mínima atención a las tristísimas, absurdas y peligrosas muertes de los líderes sociales, esos que sí trabajan por la paz y la reconciliación de este maltrecho país; para sí atender, sin querer queriendo, a esos llamados agremiados que adoctrinan por una idea de seguridad “privada” que llenará nuestra existencia de la más perversa inseguridad.

No es la primera vez que asistimos, lelos, a la creación de la barbarie. No es la primera que vemos como la muerte acaba con nuestras seguridades. No es la primera vez que vemos emerger la distopía. Por eso, no podemos aceptar, tácitamente, la perdida de nuestra libertad y de nuestro bienestar, sólo porque otros se sienten inseguros.

No quiero volver a estar en un país en el cual el terror sea la norma que garantice el privilegio de tener réditos por realizar una determinada actividad económica. No quiero estar en un país donde el privilegio de unos pocos sea tener el control y usufructo de la tierra.

Quiero estar en un país donde la equidad defina sus acciones, donde podamos disfrutar de su diversidad y donde disentir sea el primer paso para la construcción de comunidad.

Inseguridad es ver como un país se despedaza poco a poco por la reiteración de las inequidades. Es sentir que a todo momento nuestras vidas corren peligro porque la “seguridad privada” toma la decisión de lo que es y lo que no es. Es conocer cómo se justifica, cómo justificamos, todas las perversiones incunables de los humanos para satisfacer ideologías destructivas.

Es espantoso, por no decir otra cosa, cómo se construyen los relatos que justifican el fascismo y cómo se validan, primero tímidamente y después, con la más abominable “franquesa”. Así sucedió antes de la Segunda Guerra Mundial; así sucedió en la Colombia de la segunda mitad del siglo XX. Y así, “al parecer”, está sucediendo en la Colombia de la primera mitad del siglo XXI.

No dejemos que la inseguridad haga de nosotros los cómplices perfectos para la destrucción de la poca comunidad que aún nos queda. Aferrémonos a ese leve suspiro de diálogo que pervive para continuar en la titánica labor de encontrar la seguridad de estar juntos; para no terminar siendo cada vez más in-sensibles.

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el O7 FEB 2018

Ambientes distópicos: Confusión

Hace una semana, precisamente, el día antes a que detonara la acción violenta en la Escuela de Cadetes de Polícia General Francisco de Paula Santander, escribía:

¿De qué hablamos? Esta es, quizás, una pregunta con la que nos enfrentamos frecuentemente para seguir el acelerado hilo de asuntos que solemos llamar “noticias”, saltando de una a otra, tratando de encontrar la conspiración que se ajuste a este frenesí noticioso y especulador, para ver sí, por fin, estaremos a punto de inducción, a punto de saber sí este mundo tendrá futuro.

Ahora sé, con certeza, cual es hilo noticioso con el que nos atafagamos desde hace una semana.

Es triste volver a ver, a sentir, a vivir, ese espectro de terror con el que nos han acostumbrado en este país. Es terrible considerar que el miedo diario con el que vivimos al final del siglo pasado –atentados y explosiones sin fin- no se ha superado, y que estamos al borde de un nuevo ciclo, más ruin, de horror y de muerte, tan inconsciente para nosotros. Es triste pensar que los colombiamos somos seres que sólo queremos nuestro deceso.

Pero es más penoso ver la “trama”, esos hilos “noticiosos y especuladores”, que se levantan después de ese inombrable atentado, intentando construir ese “estado de opinión” –como lo propuso un peligroso expresidente hace unos años- que quiere plegar nuestra atención para llenarla de melancolía y de falsa compasión, haciéndola que se dirija, muda, hacia el lugar de la aceptación, cruda, de este nuevo ciclo de terror: ¿queremos levantar nuestros puños airados para dejar de lado la incipiente paz que con gran esfuerzo apenas estamos empezando a construir?, ¿no queremos que estén más con nosotros los “otros”?

Y justo en el mismo momento que nos contagiamos de estos hilos, perdemos otros, los olvidamos. Pasamos de una conmoción a otra solo para continuar, más tarde, con otra igual. Son hilos que se tejen y que van llevándonos al escepticismo. Ya ni sabemos cual de todos fue peor.

Hay que recordar, como alguien lo hiciera en Facebook –que contradicción-, que el periodismo de las grandes cadenas de comunicación no contrastan las fuentes y, nosotros con ellos, seguimos la linea informativa oficial: ¿habremos perdido el criterio o ellos nos están imponiendo el de ellos?

Lo único que debemos perder es este estado de confusión que nos rodea, que se renueva cada día, que se muestra hosco con nuestros deseos de paz, de luchar con ese mundo corrupto que nos corrompe los huesos, de superar la poca ética que corroe el ser público: un día pareciera que estamos yendo por un camino de paz, tortuoso pero seguro, y al otro estamos cayendo en el abismo de la guerra; otro día pareciera que sí se investigan las responsabilidades penales, civiles y fiscales, pero después solo hay versiones preliminares que no son creíbles; y otro día, aparece un nuevo funcionario público que no quiere responder éticamente por sus actuaciones públicas. ¿Qué es lo que nos deparan estos confusos días?

Eso sí, que no sea sólo decir: ¡Confunde y reinarás!

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 24 ENE 2019

Ambientes distópicos: Vacaciones

Segunda semana de este nuevo año de cuenta gregoriana. Es el momento apropiado para decir de nuevo: empezamos. Empezamos a desenvolver lo que nos ocupará estas 365 secciones en las que hemos convenido dividir –después de una atenta observación del cosmos- esos espacios de tiempo que llamamos años.

Estaremos atentos a seguir las infinitas rutinas con las que aderezamos nuestras vidas, acompañadas con las inquietantes vicisitudes del acontecer nacional e internacional, de las cuales, queramos o no, también determinan los hechos a los cuales nos enfrentamos, impávidos, esperando –cruzando dedos- que no se acerquen tanto para que no terminen afectando nuestra acostumbrada tranquilidad.

Lo bueno de todo esto, es que para una gran mayoría de nosotros, las conquistas de un sin número de trabajadores de todo el planeta han contribuido a que se tengan vacaciones, y que sean ellas las que rompan las rutinas que se acumulan a lo largo de los años, para llegar –como en un chiste macabro- con las “baterías recargadas” o “energías puestas” a afrontar los hábitos y rutinas que nos constituyen.

Es en las vacaciones –sean estás cortas o largas, sofisticadas o aventuradas, tranquilas o convulsas- donde confluyen las oportunidades cosmopolitas de aprender de uno mismo y de los otros, ya que en ellas uno se enfrenta al inesperado azar del conocimiento, el cual puede ser contemplado sin contención. De ahí, que muchos terminen espantados con esto de vacacionar, pues siempre se pone a prueba las maneras de nuestra interacción humana, que aunque se intenta refinar con normas de cortesía y de amabilidad, siempre son superadas por la asombrosa capacidad humana de innovación y de ajuste, mostrando en algunas ocasiones, el lado menos amable de nuestra humanidad.

Aprovechar al máximo el siempre breve espacio de receso vacacional, para intentar hacer lo que se dejó de lado en los días hábiles laborales y que gustaría hacer con más regularidad: el burgués hábito de leer y de tomar café (que tanto me gusta) o, en una secreta promesa de conexión cosmológica, pasar estos primeros días del año frente al sol crepuscular que se funde con el mar o donde se quiera estar, contemplando sin cesar el presente paso lento del tiempo.

Con estas pequeñas acciones, siento que los siempre pocos días de receso han valido la pena, para querer esperar con ansias el nuevo corte de tiempo vacacional, en un ciclo finito de hacer y deshacer que finalizaría –que así sea- hasta que la maltrecha pensión se posicione sobre aquellos pocos que aún puedan acceder a ella.

Porque no hay que olvidar que esas vacaciones que ahora disfrutamos, no fueron y no son para todos, que muchos no han podido nunca tener días de receso y que puede ser, como no, que en los próximos años las revoluciones de lo capitalmente globalizado, hagan que estos pocos privilegios se transformen en tiempos compartidos, en esa absurda manera de querer que seamos nuestros propios jefes y que publicitan con insistencia para que aceptemos la existencia, mejor, la inexistencia de los periodos de receso. Será pues, en un tiempo distópico por venir, que trabajaremos todos los días para buscar beneficios y créditos que hagan de nosotros nuestra mejor pensión.

De ahí la importancia de vacacionar, que no consiste en ir de un lugar a otro –como nos han enseñado- sino de vaciarse de la rutina, de dejar de lado las ocupaciones y las preocupaciones, de dejarse libre para reconfigurar el horizonte de sentido con el que nos ocuparemos. Por eso, ¡a vacacionar-se!

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 10 ENE 2019

Ambientes distópicos: Ignorancia

Detrás de frases como ésta se esconde una soterrada pasión de “clase”, que pone un tipo específico de conocimiento –con sus gustos y refinamientos manidos- por encima de otros, y en el que actúa esa forma vetusta de “civilización” con la cual se llevó –y se lleva- a cabo la colonización de las ideas que se encuentran por fuera de lo que queremos conocido por nosotros. Sólo es recordar los momentos en lo que usamos o escuchamos esta frase, para reconocer que su uso está enmarcado en un intento por descalificar a otro y mostrarlo como falto de conocimiento específico que lo lleva, en algunos casos, a hablar de lo que no sabe y en otros, a mostrarse un poco orate.

Solo sé que nada sé, diría Sócrates. ¿Es acaso el conocimiento finito? ¿Todo lo que nos jactamos de conocer es algo que no puede ser rebatido después? Esto parecer ser lo que está detrás de esta recurrente enunciación que ignora que el conocimiento siempre es infinito, puesto que a cada momento vemos que lo que sabíamos ayer, termina siendo apabullado con lo que sabemos hoy y con lo que conocemos mañana. Somos seres, naturalmente ignorantes y por eso mismo, atrevidos.

Sucede que tenemos visos de claridad cognoscible, y con ella nos movemos por los diferentes mundos que lo conocido nos propone. Cada mundo conocido tiene un movimiento dispar dentro de los otros mundos conocidos, haciendo que lo que se conozca en uno se desconozca en otro. De estos diferentes mundos partimos para generar exclusión o para gritar comprensiones que aún no han sido consideradas.

Cada uno de nosotros desconoce algo que otro conoce, y que por esa inevitable situación, se debe intentar hasta el cansancio, poner en contexto a los otros de las herramientas necesarias que les permitan acceder a ese conocimiento ignoto, y ampliar su comprensión. También se debe tener presente que la acción del conocimiento siempre produce un poco de incomodidad, ya que no hay conocimiento sin desprendimiento. De ahí radica las incontables luchas por abatir los desconocimientos, que son tan necesarias como infructuosas: hay que insistir hasta que lo desconocido se torne conocido, y eso es una tarea de todos que solo podremos lograr si generamos la humildad necesaria que permita conocer sin discriminar.

Aunque pareciera que fuera así, no hay personas ignorantes (ignoramos que somos ignorantes). Hay personas que por razones personales, sociales, económicas o culturales no han construido los elementos necesarios que les permitan conocer lo que otros han conocidos. Y hay que insistir en esto: es la disparidad entre lo que uno conoce –que ha asumido este conocimiento como rasgo distintivo de su personalidad- y el otro desconoce, lo que genera la presunción de sapiencia con la cual se discrimina al que ignora algo específico.

Todos somos conocedores, todos tenemos sabiduría. De no ser así no podríamos ni siquiera conversar con nadie fuera más que nosotros. Lo que odiamos con tanta fuerza, es lo que ya hemos aprendido no sea del conocimiento de todos, y por eso levantamos nuestra furia al ver la alevosía de aquel que nos confronta y que no conoce lo que nosotros conocemos.

Dejar de lado estas pretensiones y construir juntos ese conocimiento que queremos que todos tengan podría ser un inicio, haciendo los ajustes a nuestro comportamiento diario para influir con nuestro ejemplo en el comportamiento de los otros. Actuando así dejaremos de ignorar a los otros que también nos ignoran, sin olvidar a su vez, que en nombre de la ignorancia defendemos y enmascaramos responsabilidades que sí ameritan de nuestra atención.

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 20 DIC 2018