Ambientes distópicos: Devastación

Estamos atrapados. Suben preocupaciones que se suman a las que se han venido manifestando, poco a poco, en este último año de esta década. Los veintes de este siglo XXI estarán marcados por lo que queda después que se hayan apaciguado los tiempos, humeantes, mientras vemos la devastación que ahora consume el llamado “pulmón del mundo”, la Amazonía.

Ya no es solo la deforestación, ahora también son los incendios, que se han ido mostrando en las noticias y que nos alertan y alarman, porque al parecer –ahora sí-, nos daremos por enterados del radical problema que tendríamos si no nos detenemos a considerar la destrucción que hemos ido acumulando desde el comienzo de los tiempos (¡caos, caos, caos!), que había ido sin mayores sobresaltos pero que ahora se ha acelerado hasta hacernos voltear el rostro para evitar entrar en contradicciones: “ese tal calentamiento global no existe”.

Hablaremos mucho sobre este y otros eventos –como aquella vez que la plataforma de petróleo Deepwater Horizon ardió por varios días-, pero, después de la conmoción vendra la calma, y seguiremos como si nada, con nuestras rutinas contaminadoras, ya que ellas hacen parte de nuestro ambiente y somos ambiente con ellas.

Y al ser ambiente, sólo sabremos que debemos modificarlas cuando sea demasiado tarde (esperemos que no, o ¿sí?) y con la urgencia, haremos de lo queda, las bases de las dimensiones de lo que será nuestra vida por venir.

Lo ideal es que podamos mediatizar lo que acontece y ponerlo en tensión para predecir las actuaciones. Pero, como lo decía al comienzo, estamos atrapados. La envoltura que nos rodea hace que se estiren las pre-ocupaciones de gritos de separación para volver –así se muestra el mundo de la política democrática- a dividir el mundo entre ellos y nosotros, entre los otros que no son como nosotros y nosotros que no somos como ellos, continuando con esa replica peligrosa que reduce las capacidades de nuestra estabilidad social, cultural y económica: aún no hemos aprendido a vivir bien.

Tal es así, que las ideologías sempiternas que nos han venido gobiernando, seguirán duplicándose para mostrarse como las herederas de las verdaderas razones, buscando aislar en su recintos a los que profesan, dejando fuera a los “barbaros” que quieren “devastar” el orden establecido (¿natural?). Exclusión en lo que proponen y “conjuntos cerrados” en los que obtendremos.

En esto pasaremos nuestro tiempo, dejándonos llevar por la desolación de nuestros territorios para reconstruir, imperiosamente –en esos ciclos eternos de ordenamiento y des-ordenamiento (¡caos, caos, caos¡)-, lo que nos permitirá liberar las tensiones acumuladas, pero para ser más exactos, desde la Segunda Guerra Mundial.

De ahí la idea de McLuhan de revisar con atención las variaciones que se presentan en los medios, para intentar curas en los sistemas, enfriándolos o calentándolos, evitando que una estruendosa explosión de emociones disperse lo poco que aún tenemos.

Volteemos hacia el centro del Planeta para atender la devastación –manifestada hoy por el incendio amazónico- del territorio común de comunicación que nos ha mantenido unidos y que gira vorazmente para mostrarnos que aún debemos prepararnos para no acabar de destruirnos.

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 22 AGO 2019

Ambientes distópicos: Improvisaciones

Hay mucho ruido en estas últimas semanas, que se irá incrementando en los próximos meses, como ese sonido ensordecedor del estridular de las cigarras. Se dirá que la “fiesta” de la democracia trae consigo rumores y vericuetos, y que por lo tanto, debemos soportar con un finjido estoicismo, ese disímil barullo incongruente del sinnúmero de candidaturas que buscan el esquivo voto elector.

No son las vallas que pueblan temporalmente las calles o las cuñas que se repiten por periódico, radio y televisión. Son las vacuas estrategias publicitarias que, desesperadamente, producen los candidatos para mostrar rasgos diferenciadores que les permitan alejarse de lo que ahora se conoce como lo “común” del ejercicio político profesional.

Se parte del supuesto que el ciudadano está cansado del ejercicio político “tradicional”, plagado de corrupción y malversaciones para intentar decir que más que “política”, se necesitan ciudadanos candidatos (¿políticos?) con rasgos morales elevados que no van a usufructuar para nada, ni de la fe pública ni de los dineros públicos: son candidatos impolutos.

Nada más errado, ya que en el mismo ejercicio de la política profesional, se cae esa aparatosa propuesta publicitaria con la cual se quiso seducir al indeciso y al cauto, a aquellos que están saturados, a aquellos que ya saben que el ejercicio político de la democracia tiene un cambio radical en su hacer, resultado de las comprensiones y progresiones que se han acumulado en las últimas décadas, y que hacen de los ciudadanos, más vulnerables a discursos deterministas y totalitarios o más criticos a sobre las maneras en las que se debe llevar la cosa pública.

Lo que se percibe en toda esta algarabía, es que más que conocer y querer administrar lo público, lo que se quiere es lanzar los hilos que permitan aferrarse al poder, para compartirlo en el beneficio de unos, unos años: la seducción del poder permite que se doble todo discurso y toda moral.

Por eso, más que programas estructurados que reflejen discursos transformadores para los problemáticas de una ciudad, departamento o país, lo que se presenta son bonitas edulcoraciones de palabras improvisadas (sin buen tono) que intentan influir (echando vainas) en las emociones de los electores, dejando de lado el verdadero poder de afectación que se produce con las palabras sabías y sensatas que buscan el aprendizaje de todos.

Y así, con política improvisada, estamos afrontando estás primeras décadas del siglo XXI, viendo como se desdibujan las estructuras de pensamiento con la cuales se soportaban el ejercicio de la política, esperando que los que lleguen a los cargos de elección popular, realmente sean personas con gran saber y experiencia en el manejo de la cosa pública; que no sea necesario justificar ineficiencias con años de aprendizaje; que la impopularidad se puede vender con fantasmas; que hacer una obra de infraestructura es reflejo de una tendencia; que la ideología es la que debe guiar el manejo público.

Ya veremos si nuestros votos son un improvisación tambien y de esta manera, continuamos con esta cadena de políticos profesionales que hacen política sin estudio ni preparación.

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 16 AGO 2019

Ambientes distópicos: Contrariedades

Parece ser que vamos en el sentido opuesto al que nos han dicho que debemos ir. La sabiduría popular podría decir que borramos con el codo lo que hacemos con la mano: lo que hemos escrito en las últimas décadas y que ahora notamos como ineludible, se está diluyendo para favorecer –como siempre ha sido- los intereses de unos pocos, de esos pocos que han tenido y detentado el control poderoso de las decisiones.

Aunque la amenaza tangible de la modificación del clima global –clima de por sí siempre variable- se ha tomado las agendas de medios de comunicación masiva y de los gobiernos de algunos países, la depredación de los entornos no deja de ser noticia en algún rincón del planeta.

En estos días, por ejemplo, se recordaba con terror que una gran mayoría de líderes y activistivas que ponen en evidencia la destrucción del medio ambiente en sus regiones, son asesinados impunemente, para así continuar los proyectos de todo tipo, que nunca tiene en consideración el equilibrio que hay que mantener para preservar las cadenas de cooperación biológica, tan necesarias para nuestra supervivencia.

No es más que recordar que cada ecosistema es un entramado complejo de relaciones entre especies, para saber que la más minima modificación de un hábitat hace que se transforme súbitamente los frágiles equilibrios ganados por milenios. Pero este conocimiento que se nos ha presentado desde las épocas escolares, es desconocido, sin mayor remordimiento, por el impulso generador de ganancias en el que se ha convertido nuestro raciocionio, y aún con más insistencia, el raciocionio de muchos gobernantes que, enmascarados en consignas atrapavotantes, consideran que lo mejor es hacer caso omiso a las alertas –“el calentamiento global no existe”- y procuran continuar con las políticas fáciles –“es necesario aspejar con glifosato”- de extracción de todo lo que naturalmente no cuesta nada en producir, puesto que el planeta ya lo ha producido por nosotros.

De esta manera, continuaremos deforestando hectáreas y hectáreas de bosques, monocultivando para destruir la diversidad, envenenando fuentes de agua para la extracción de un poquito de sobrevalorados metales, ocupando tierras para tener exclusividad en los dividendos; mientras intentamos convencernos, torpemente, que debemos modificar nuestros hábitos para aportar en algo a la contención de esta debacle.

No aprendemos con rápidez de nuestros errores. Como soy pesimista, pienso que los cambios se producen por la inercia de los acontecimientos o por el devenir majestuoso de lo inevitable.

En unas décadas, quizás, cuando se hayan cambiado todas las condiciones de nuestro entorno, será el momento justo en que empezaremos a considerar los cambios que tendremos que hacer para continuar conviviendo con nosotros mismos y con las otras especies. Y puede ser que sea tarde: vivímos la distopía negándola.

O puede ser que esto que pensamos ahora –“el clima se está calentando”- sólo sea una alerta totalitaria que trata de ver apocalipsis en algo que aún no comprendemos del todo y que sólo necesita del tiempo de la biología para que se realicen las respectivas transformaciones que equilibren lo que se ha desequilibrado.

¿Contradictorio? No puede serlo más: de eso estamos hechos y de eso vemos mucho últimamente: me quejo y alerto a otros del “fin del mundo”, pero ya con el mundo en la mano, hago todo lo que dije que iba a pasar en el “fin del mundo”.

Por eso, esperemos con tranquilidad el lucro ajeno de la venta sin control de los recursos comunes. Algo nos tocará a nosotros, sí nos quedamos callados y no decimos nada.

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 01 AGO 2019

Ambientes distópicos: Dependencias

Una tarde que caminaba hacia el colegio en el que estudié mi educación media, comentaba con un amigo de ese entonces, lo difícil que era aprender a ser un ciudadano en países como Colombia. En ese momento como ahora, la mayoría de representaciones públicas de elección popular estaban plagadas por personas con maneras de pensar y hacer, que por mucho enseñan, a perpetuar la idea de siempre sacar ventaja del otro, de lo otro, de lo público.

Recordaba esa caminata en estos días en los que se hablaba y comentada la “jugadita” del saliente presidente del Senado. Y desde ese sábado, se han ido sumando más “jugaditas” perversas, como esas que anuncian que las deudas adquiridas por la liquidada concesión de la Ruta del Sol Sector 2, en la que hacia parte la cuestionadísima firma Odebrecht, serán asumidas por el Gobierno, en otras palabras, por todos los colombianos con el pago de sus impuestos.

¿Cómo podremos aprender, en estas condiciones adversas, a ser esos ciudadanos que transformen todas las concepciones que tenemos de lo público y del manejo del gobierno? Esta es una pregunta fundamental que debemos hacernos e intentar, bajo todos los medios posibles, hallar una respuesta, puesto que prontamente estaremos conmemorando los 200 años de independencia y de historia republicana, y con ella, de todo el sinuoso camino que nos muestra nuestra mayor dependencia por “hacer las cosas por fuera de”.  

La “cosa pública” no es de nuestra incumbencia. La dejamos de lado porque es más cómodo no pensar en “eso” que fingimos no entender y en “eso” que nos insisten en que no entenderemos. Nos susurran con vehemencia, con lenguas desprovistas de honradez y con la ayuda de la confusión siempre presente de las palabras mediadas, para decirnos que “eso” sólo puede ser conocido por unos pocos iniciados: los políticos profesionales que se vanaglorian en depredar la república –que ya a esas alturas es poco lo que queda-, con oscuros estratagemas que continuarán erosionando las convulsionadas bases que se formaron desde “esos” años que ahora conmemoramos.

Nuestra independecia depende de protocolos oscuros. Nuestra ciudadanía depende del fragor de lo obtuso, lo burdo y lo soez. No hemos dejado de delegar nuestros deseos a ideales que se presentan como la mejor solución posible, pero al final, serán la peor desgracia inimaginada. Repetimos gestos desde tiempos inmemoriables. Está en nuestra formación genética. Las compensaciones emocionales marcan muestras desiciones, así queramos presentarnos como los animales más racionales del planeta.

Saber que la dependencia es nuestro determinante, hará que pensemos dos veces antes de tomar una decisión. No votaríamos “emberracados” sino que sopesariamos los condicionantes de la emoción que nos llama. Estariamos dispuestos a perder unas horas escuchando y reflexionando en las vertientes de los gritos para hallar la compostura crítica del silencio. Pondríamos fuera de lo normal, la burla constante con la que se enmascarán los discursos. Evitaríamos caer en el desprecio por el que nos dice que estamos haciendo las cosas mal. Activariamos otra vez, el necesario equilibrio de la escucha.

Y escuchar el ruido será, en estos tiempos por venir, de lo que dependerá nuestra supervivencia, y más cuando se siguen agregando al coro conservador y extremo del autoritarismo seudonacionalista, gritos de guerra y de menosprecio por el otro.

Sobrepongámonos. Dependamos de nuestra in-dependencia.

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 16 JUL 2019

Ambientes Distópicos: Conectados

Parece ser que la condición que mejor expresa nuestra actualidad se basa, únicamente, a partir de las conexiones. Llevamos poco tiempo jugando a vivir “conectados” (como si nunca lo hubiésemos estado), esperando que en ese juego podamos encontrar el carácter que guíe nuestros pensamientos. Y es tanta la importancia que se le imprime a eso de “estar conectados”, que la mayoría de las políticas públicas se trenzan bajo este matiz.

Una de ellas es el proyecto de ley que lidera el Ministerio de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones para la modernización del sector de las TIC’s. Este proyecto –de ser aprobado- hará un gran revolcón en el manejo de estas “nuevas” tecnologías e influirá también en el manejo que, hasta ahora se le ha dado a la televisión –y en especial la pública-, puesto que considera suprimir la Autoridad Nacional de Televisión para proponer un sólo ente regulador en el país para estas “tecnologías de la información y la comunicación” y para la, un tanto “vieja”, televisión.

Este proyecto de ley se ha estado cabildeando, principalmente, con esa idea del “estar conectados”. No más. No hay otro punto que se pueda resaltar o del cuál se pueda presentar como reflexión para mostrar la necesidad de modificar las maneras como se regula el espectro electromagnético, la televisión y los contenidos y, con mayor atención, los productores de contenido que transmiten sus producciones por la Internet (las conocidas OTT – Over The Top, YouTube, Netflix, Facebook, Twitter, Instagram).

Y con tanta insistencia en la conexión –“La mitad del país carece de acceso a la Internet. Veinte millones de colombianos no tienen conectividad de banda ancha”-, nos podríamos preguntar: ¿por qué necesitamos estar “conectados” (a la Internet)? Esta pregunta sólo se responde desde la confianza absurda que le hemos puesto a los artilugios construidos por arte de tecnología (ese arte de magia de otras épocas), cómo si lo “mágico” que se supone que hacen cada uno de estos artefactos interconectadores, pudieran remediar por su uso, las inequidades sociales y económicas que en nuestro país son “el pan de cada día”.

Cada tanto muchos países inician campañas públicas con este mismo tono. Se puede recordar como sí fuera ayer esas iniciativas de “Computadores para educar” o “Tabletas para educar”, que repartían equipos con alto grado de complejidad manufacturada para apoyar el desarrollo de las clases y construir un tipo de conexión pedagógica con las nuevas generaciones, pero que olvidaba, casi siempre, la necesaria alfabetización de todo lo que ese “nuevo” ambiente crea.

El estar conectados no lo es todo. Podemos estar, por ejemplo, en un ambiente con conectividad análoga –una reunión de amigos y recién conocidos- y no entablar comunicación alguna con nadie, por tener en el momento de la reunión un episodio de ansiedad extrema que censura cualquier intento de conexión; y, aun así, disfrutar de la reunión y pasar un rato ameno.

Pensar, como lo hace el MinTic, en que lo más importante para darle equidad a este país inequitativo es ofrecerles banda ancha a veinte millones de personas (¿Internet para educar?), es seguir replicando confianzas ciegas en soluciones ficticias que cada tecnología reproduce: la invención del automóvil no solucionó las necesidades de transporte individual y colectivo de nuestras ciudades.

Cada tecnología debe ponerse siempre en tensión para saber sus reales implicaciones sobre las políticas públicas, que son las que realmente van a impactar a un grupo de ciudadanos. Mas que dar conexiones a Internet, se deberían crear conexiones educativas para fortalecer la alfabetización que se necesita para la interacción con estos ambientes mediáticos. ¿Qué razón tendría una persona para estar conectado (a la Internet) sí no tiene vías en buen estado para comercializar los productos que cultiva? ¿Sólo tener “indignación” de red social?

Debemos conectar nuestra atención a estos proyectos de ley para saber sus implicaciones, ya que lo que está en juego, son las “nuevas” soberanías. #chaoleytic

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 30 MAY 2019

Ambientes distópicos: Desazón

No es mucho lo que se puede decir en una distopía como la colombiana que, minuto a minuto, se torna más y más enrevesada. Si hacemos un recuento, tendremos a la vista las predicciones que corroboran lo que hemos sabido desde el comienzo de lo que se insiste en llamar, tontamente, “el lado correcto de la historia”.

La desazón es nuestro ambiente y “grotesco” es la palabra que nos define, ya que la tortuosa situación por la que atravesamos está para mostrarnos los sinsabores de la espectacularidad vacia que exhibe el doblez de personalidades insustanciales. Por eso el país pierde su respeto al venerar “constitucionalidades” ajenas que presionan con “descertificar” por las consecuencias de una guerra que ellos inventaron; por eso renuncia el fiscal que no investiga nada pero que alienta con sus acciones la pérdida de la institucionalidad; por eso se alebresta la inconsciencia oscura que clama por la transparencia en las informaciones y reniega de las fuentes que desdicen su macabro hacer.

Pero lo que no es banal –como lo pensara Hannah Arendt-, es esa “banalidad del mal” que activa nuevamente las estrategias para continuar, con la lentitud certera de la costumbre, el extermino de todo lo que huela a “otro”. El “lado correcto de la historia” no puede permitirse que la memoria diga que fueron los hacedores de la paz, porque para ellos, lo que importa es el lucro que nace de la guerra: se muestran impolutos –como un “ladrón de cuello blanco”- en su esplendorosa y ya perdida, inane, representación política.

Y, en su cosmovisión abyecta, escupen justificaciones amañadas que remarcan su compromiso por mostrarse obsecuentes con su versión de los hechos, así en el intento, se tuvieran que beber las mieles del glifosato y ver nuestra geografía fracturada por la incesante búsqueda de recursos no renovables, con los que tradicionalmente comerciamos y depreciamos nuestro exigente modo de vida.

No es la primera vez que el ambiente se dispone así. No es la primera vez que sufrimos las consecuencias de las ideologías extremas. No es la primera vez que las predicciones se cumplen. Como se ha escrito antes en estos ambientes distópicos, a lo que nos enfrentamos es a la desaparición de lo conocido y a la aparición de una ciudadanía que caminará como muertos en vida.

Vamos a llamar, como lo decía Juan Esteban Constaín en su última columna, la “voz del diablo”: este pueblo que habrá de perecer, será el encargado de aplacar con su voz esa “inconsciencia e insensatez” de vivir en “paz”, sólo para poder tener un poco del dinero que se ofrece por vivir en “guerra” y así, tener que gastar en unas siempre insuficientes comodidades y, de vez en cuando, seguir yendo de viaje por el país en caravanas como las que se ofrecía años antes: “Vive Colombia, viaja por ella”.

También, tendría que llamar a la sensatez, para ver sí –como lo ha hecho Estebán Carlos Mejía- dejo de ambientar distópicamente este único relato de desazón que nos atrapa; y me dedico mejor a ambientar el arte –no sé si distópicamente-, como lo he hecho en estos días con una exposición que titulé “Estamos despiertos más tiempo”. Y, para ello, sólo debo incluir la invitación a la Sala de Exposiciones Darío Jiménez del Centro Cultural de la Universidad del Tolima[1].

¿Estaremos despiertos más tiempo para no ver esta desazón?

[1] La exposición estará abierta hasta mediados de junio de 2019.

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 23 MAY 2019

Ambientes distópicos: Sin receso

No es posible alejarse un poco de esas noticias inoportunas y caprichosas que se suceden sin control: unas semanas de receso sólo son un recordatorio que cada día se resquebaja más y más la poca estabilidad y tranqulidad de ese país sin guerras intestinas que habíamos intentado soñar hace poco.

El incendio de la Cátedral de Notre Dame, quizá fue una metáfora triste y oscura de lo que ha pasado en este país durante las dos últimas semanas. Nuestra errancia por la incertidumbre ya se asemeja más a los difíciles momentos que aparecen con fuerza en otras latitudes, y que aquí también recordamos con alarma y amargura ese relato de terror que se nos entrega: ejecuciones extrajudiciales, seguimientos ilegales, intimadaciones voraces.

Nos exponen a palabras dichas con furia –“sicario, sicario, sicario”- que atraviesan todas nuestras apuestas por la representación para horadar nuestros cuerpos ciudadanos, haciendo que ellos se tornen vulnerables para ser destruidos: estamos a merced de nuestra muerte.

No tenemos maneras para contener este aluvión de muerte y guerra que quiere mantener ese statu quo tenebroso que tanto fascina a unos pocos, a esos que prefieren “a los guerrilleros en armas” para poder, quizás, gritar la victoria que más les gusta: la victoria dicha por las armas.

Ya no quieren conversar y discutir (nunca lo han querido), solo quieren confundir y atemorizar para tener ese anhelado control opresivo sobre lo que consideran “el lado correcto de la historia”. Tendremos tragedias que seguiremos relatando con amargura, pues es cada vez más difícil contener la voracidad por el derramamiento de sangre que, masas lujuriosas contenidas, quieren poner en acción para acallar de una vez por todas las voces disonantes a su discurso.

No hay recesos en este carrera hacia la muerte. Los ataques son sistemáticos. Nuestra única contención es tratar de gritar y advertir el horror que se avecina, a ver si nos llega de una vez por todas un poco de cordura, para ver si eliminamos ese odio cansino que nos impide vivir con un poco de paz. ¿Será que lo lograremos? ¿Podremos rebatir con el poder de las palabras las malqueriencias que nos imponen las atroces armas?

No creo que esta sea la última vez que estaremos en tensión por cuenta de estos llamados a la guerra. Los seres humanos estaremos siempre en combate y la violencia primará en los momentos de dirimir objeciones y desavenciencias. Aunque hemos refinado nuestros sentimientos y emociones para minimizar nuestros impulsos bélicos, cada cierto tiempo entramos en ciclos de presión agresiva que erupcionan sin control ni racionio aparente, puesto que los liderazgos son enceguecidos por la constricción de nuestro pensamiento y los sesgos cognitivos que instauramos en los exiguos criterios con los que interactuamos.

La lucha real estará marcada por vencer las falacias que mueven la voluntad argumentativa y la marrullería con las que se quiere llevar todas las discusiones y debates.

Ante las falacias: confrontación, sin recelos ni recesos. Este es nuestro reto.

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el O2 MAY 2019

Ambientes distópicos: Desquicia

No es para nada extraño, decir ahora que la locura es la particular forma de ser y la manera de estar de este país. Cada semana desde hace dos siglos, aparecen una y otra vez los signos que muestran nuestra particular tragedia. Algunas veces serán los unos, otras veces serán los otros; y todos estarán para mostrar que vivimos de oscuros pensamientos.

Pensamientos como aquellos de un expresidente eterno, que claman por una “masacre social” destinada, únicamente, para aquellos que se salen de un relato glorioso de progreso envenenado con glifosato. No queremos nada más que muerte, así se nos insista con retruecanos, que una masacre no tiene los significados que son conocidos por todos.

Si este insistente influenciador ya no tiene arropo de vergüenza (bueno, nunca la ha tenido) para llevar su furia desquiciada a todo un país, es porque nosotros también queremos ser despojados de la poca cordura que aún nos queda.

Ya roto todos los acuerdos, ponemos en contexto la demencia que nos carcome, y junto con las manifestaciones de pensamiento recurrente en una mayoría de países, tendremos la más grande inversión de la polaridad para crear un planeta balanceado hacia la derecha, planeta que será mas exclusivo del que ahora tenemos.

Tendríamos quizás, como se pone en las Piedras de Georgia, “un mundo que estaría por debajo de los 500.000.000 habitantes, guiados por pasión, fé y tradición con razón templada”, en dónde lo más importante sería acrecentar hasta el borde de la gula, la malsana acumulación privilegiada de unos pocos que querrán ser esos nuevos humanos que vivirán en fortalezas cerradas con el dominio absoluto de sus vasallos.

Por eso es que se propone de todas las formas y de todos los tonos posibles, la segregación de pueblos (mestizos a un lado, blancos al otro, indígenas…) y la destrucción de la comunicación –“es preferible cerrar esa carretera…”-, para entregar a esas tan mentadas “personas de bien”, los réditos de la desaparición: ellos tendrán sus tierras prometidas lejos de eso que se considera insalubre.

Estaremos tan perdidos en nuestra psicosis, que nos conformamos con la fabulación insana que alienta humores malignos, como esa de seguir la línea de nuestra destrucción. Pienso, que muy pronto, sacudiremos toda esta tensión de la forma más brutal que hemos conocido: el genocidio. Pasó hace 25 años en Ruanda: 800.000 personas muertas en un periodo de aproximadamente 100 días: discursos de odio difundidos y replicados para crear realidades dislocadas que producen tránsitos veloces que van de la normalidad a la efervescencia de la locura: de vecinos queridos y amados a despiadados asesinos.

Creo que muchos de nosotros no queremos esto. Por eso intentamos hacer llamados desesperados para no alejarnos de la cordura, para que no sea visto como un triunfo la sensatez de las voces que quieren seguir defiendo lo poco que queda de las palabras de paz acordadas: nuestra constitución (moderna) nos impele a buscar la paz: este es nuestro deber.

Hay que continuar buscando las estrategias para inhibir los desafortunados y ominosos llamados al odio; hay que desactivar su influencia sobre nuestra incipiente cordura. Entremos en terapia.

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 11 ABR 2019

Ambientes distópicos: Sumisión

No es mucho lo que se puede decir cuando, por alguna razón, se muestra ese estado perverso –por no decir estúpido-, donde se notan las relaciones asimétricas de poder entre personas, entre países. Quizás, sólo se pueda percibir vergüenza, en especial, esa sensación de vergüenza ajena que se siente cuando alguien hace maromas para no quedar en ridículo.

No nos debe parecer extraño en un país como el nuestro, que aún existan gobernantes que se plieguen a los dictados de otros. Muchos de ellos, pareciera que aún les falta construir un poco el criterio que les permita reconocer, que en este mundo globalizado, las estrategias geopolíticas están mutando y que, ya no basta con seguir la relación consetudinaria de décadas pasadas, donde esos países llamados “subdesarrollados” intentaban arañar un poco de atención de los países “desarrollados” para que nos dieran –son los datos y hay que darlos- esas fórmulas “mágicas” que nos sacarían de nuestro “atraso”.

Ampliar nuestra visión y reconocer los ejes de acumulación con los cuales se mueven los flujos de información, es lo que habría que hacer, para determinar si vale la pena entrar en esos circuitos unidireccionales de aprobación, en los cuales sólo se espera obtener la deferencia de un “mayor”, de esa figura paterna –y sí es autoritaria mejor- que permita tramitar nuestros problemas y nuestras emociones: seguimos presentándonos como unos infantes que ni siquiera hemos llegado a la adolescencia.

Por eso no faltan la voces altaneras –“es un buen tipo (…) pero no ha hecho nada”- que recuerdan que en otros países también son dirigidos por egocéntricos narcisistas que olvidan que ya somos globales y, precisamente por eso, ya no vale la pena dirigir nuestros impulsos sumisos a validar un discurso anacrónico que lucha infructuosa por detener la inacabable inundación de sicotropicos, por mantener el uso y abuso de recursos no renovables, por evitar a toda costa, el cambio de dirección que ya se asoma en nuestro mundo occidental.

La globalización es la que dirige el rumbo de nuestras decisiones, y para ello no es más que ver la explosión que puede suceder en Europa sí el Reino Unido sale sin acuerdo alguno de la Unión Europea, o las implicaciones de la guerra comercial que se presenta entre los pretenciosos Estados Unidos de América, China y Rusia en estos países “en vía de desarrollo”.

Los niveles de sumisión que todavía arrastramos, no nos dejan actuar con suficiente madurez para determinar cuál es el rumbo que queremos dar a nuestras vidas. Caemos irremediablemente en la mediocridad que “adapta” sin la mayor revisión –en el mejor de los casos-, políticas externas, pensadas y desarrolladas en otros contextos, sólo para mostrarnos como progresistas y adelantados, a la vanguardia de las ideas; o en la estulticia irreverente de hacer lo que en otros lados (¿de la historia?) ya dejaron de hacer por peligroso.

Es idiota seguir insistiendo en soluciones agotadas cuya ineficacia ya se ha mostrado en muchas oportunidades. Es necio no ver que ya tenemos las herramientas necesarias para generar nuestros propios beneficios y construir las alianzas –pero no esas que buscan todavía, ¡todavía!, el progreso- que nos permitan estar en comunidad con otros, y principalmente, que nos permitan un buen vivir, como lo piensan comunidades indígenas de América Latina.

¿Será que en algún momento podemos llegar a encontrar titulares tipo: “Duque critica a Trump por no frenar el consumo de drogas”? Vivir para contarlo.

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el O4 ABR 2019

Ambientes distópicos: Destierros

No es raro considerar que nos estamos quedando sin tierra y que nuestro destino, por extraño que nos parezca, estará definido por ese trasegar cansino que aparece con el desplazamiento. Buscaremos desperados y desesperanzados nuevas tierras, las cuales, para nuestra tristeza, no estarán atravesadas por esas específicas profecías prometidas que nos hicieron hace ya unos siglos.

Lo único que hay que aclarar, es que la tierra que nos está abandonado, no es este planeta Tierra –que aunque pareciera que lo llevamos a su extinción, nos sobrevivirá- en el que vivimos, sino este terruño en el que decidimos nacer.

Y no es que piense en un giro de exaltación dramática por el paroxismo dictador con el que empezamos a vivir (aunque deberíamos), sino en cómo estos dictados están colonizando nuestras barreras más domésticas: ya no estamos a salvo en la intimidad de nuestras tierras, de nuestros dominios. Estamos vulnerables.

La vulnerabilidad empieza cuando ya no podemos confiar ni siquiera en las palabras de los otros; cuando estamos envueltos en la paranoia para evitar, con todos los medios que nos son posibles, incurrir en un error desconocido que nos haga entrar en las redes de las restauraciones morales que se asoman, solapadas, para cobrar nuevas expiaciones; cuándo perdamos nuestra gracia, nuestra fortuna, nuestras fértiles promesas.

Podremos aducir, quizás ingenuamente, que es una situación temporal, que estos ataques continuados a nuestros estados de comodidad habitual no son más que productos de una mente inflamada que busca tener la posibilidad de ganar privilegios egolatras temporales –y sí-; pero debemos reconocer, con la tranquilidad de lo conocido, que el tiempo del privilegio, del ego y de la estupidez estarán por unos buenos años, décadas tal vez, para darle su matiz a nuestros encuentros con los otros. Estaremos en su ambiente.

Lo aciago es que, cuando estemos desbordados por la saturación de los dictados, no podamos resguardarnos, pues todos no tendremos la ventura de correr primero, de correr más fuerte, de correr y parapetarnos

Estamos expuestos. Seremos vagabundos, seremos errantes. Nuestra errancia será la de los sentidos, de los significados, de la individualidad y de la pérdida de lo común. Estaremos buscando desperadamente los fragmentos de una unidad que ya no será la nuestra, que no será de nadie. Iremos sin habla tratando de encontrar en el otro, en esos otros, esa voz que alguna vez nos fue cercana.

Nos dejamos permear en ese fuero interno que sólo era nuestro, y ahora ya nos podemos trazar lazos iguales que nos permitan jugar a la representación. Perdimos, ya sin más remedio, ese poder que la representación nos había dado, pues ella ya no es más que un cascaron vacío de dirección, de debilidad y de incohesión.

Y sin representación, sólo nos queda la fuerza de la oposición y del rechazo, para ver sí, en un último esfuerzo de lucidez, le daremos a esta tierra sin sentido una posible estabilidad vital, para continuar con esos maravillosos senderos de aprendizaje por los que solemos pasear.

En algún momento volveremos a la placidez de nuestras tierras para no ser un destierro.

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 28 MAR 2019