Archivo de la categoría: Ambientes Distópicos

Ambientes distópicos: Conexiones

A las diferentes vicisitudes que se suman cada semana a este aislamiento en el que estamos, hay uno en específico que causa discusiones y debates de gran intensidad en muchas instituciones de educación superior, y tiene que ver con la urgencia, oportuna o no, de mudar las clases de una modalidad presencial a una modalidad casi que inédita: el acceso remoto.

Los argumentos a favor y en contra se mueven en un gran espectro. Inician con un numeral que invita a no entrar a clases de acceso remoto (#yonomeconecto) hasta que sean garantizadas las condiciones de conexión a un buen número de estudiantes que, por sus realidades económicas y sociales, no lo pueden hacer; y, para colmo, los planes del gobierno por resolver este conflicto y llevar alternativas de acceso a Internet móvil para las comunidades por fuera de los grandes centros urbanos, han sido demoradas, desfasadas y desastrosas, como se puede ver en la cuestionada Ley de modernización de las TICs y en la subasta del espectro de frecuencias bajas.

Siguen con varios llamados escritos y audiovisuales que abogan por estar atentos a las condiciones cambiantes de la educación, y por ello, a ser flexibles –tanto profesores como estudiantes- para adaptarse a nuevos formatos, y también, a ser consecuentes con las exigencias que se derivan de este acontecimiento, y en ese caso, de atender el llamado de la “historia” que se presenta para garantizar la continuidad de ese gesto educador que siempre hemos tenido.

En discusiones como estas hay que reconocer que nadie, con certeza, está equivocado. Las voces a favor o en contra del acceso remoto para esas clases que usualmente se hacen en espacios físicos que conocemos como salones, laboratorios o auditorios, muestran los matices y las condiciones que subyacen a las acciones de enseñanza-aprendizaje.

Todas las modalidades, presencial, distancia, virtual o de acceso remoto, son excluyentes, nunca abarcan a todos los integrantes de una comunidad, y en su accionar, movilizan y transforman a las comunidades, garantizando aperturas a nuevos conocimientos y comprensiones sobre el mundo mismo, en beneficio –en la mayoría de los casos- de la sociedad en general.

En las acciones del enseñar-aprender se resumen las apuestas de lo mejor y lo peor que tiene para ofrecer cada sociedad, y en esta oferta, se atraviesan un sinfín de posturas, ideologías y conceptos que hacen de este campo, uno de los de mayor vitalidad discursiva.

Se puede ver, por ejemplo, cómo en sociedades autoritarias, las acciones educativas están destinadas a fortalecer una única versión hegemónica, y en el peor de los casos, son prohibidas por el carácter revelador que produce en los individuos.

También, que en sociedades que apoyan con fortaleza lo educativo, evidencian el empuje que produce un mayor conocimiento en la construcción de ventajas y alternativas para la prosperidad, o el “buen vivir”, de una comunidad.

Lo cierto es que, desde el momento en que se desarrolla cualquier técnica, aparece la necesidad de transmitirla a otros, y con ella, se crea la educación. Ahora, se muestra una vez más que, para las comunidades humanas, la enseñanza y el aprendizaje es una de sus mayores fortalezas y, por lo tanto, no la podemos dejar de lado con mucha facilidad.

En acontecimientos por el que actualmente pasamos, es donde vemos con claridad la importancia de la compresión real de las acciones educativas, y con ellas, la relevancia de mantener siempre, una sola conexión: el estar junto, el estar juntos. Cuando estamos juntos y juntamos esfuerzos, certezas y experiencias, podremos enseñar y aprender maneras y alternativas que nos permitirán comprender que es lo que nos está pasando y como podremos superarlo.

Y eso es lo que estamos haciendo, dentro y fuera de casa, compartiendo y transmitiendo recetas, tutoriales, reflexiones –formales e informales-, para unos pocos o para muchos, en privado o público, análoga o digitalmente. ¿Estamos mostrando así la necesidad de conectarnos como personas y no como “rol” de un sistema educativo?

Por eso, y paradójicamente, las dos posturas que están en el espectro del #yonomeconecto y del #yomeconecto, permiten reconocer lo trascendente que es la educación para nosotros y ver con ello, cuáles son sus debilidades y fortalezas, y cómo la podemos seguir haciendo más incluyente, más equitativa.

Entonces, ¿me conecto o no me conecto? Esa es la cuestión.

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 23 ABR 2020

Ambientes distópicos: Redes

Cada día que se suma a la cuenta de días que llevamos en aislamiento, vamos notando que las redes con las cuales sustentamos nuestras acciones cotidianas empiezan lentamente a fenecer.

Puede ser que tardemos unos meses en conocer sus reales efectos, pero las noticias que se acumulan en los más variados repositorios de información –que acrecientan la preocupación con la muerte, triste y en soledad, de casi 130.000 personas- muestran el desasosiego que produce el no poder continuar alguna de las tantas ocupaciones y labores que solíamos hacer.

Pensaba en la palabra colapso y como ella puede caracterizar algunos de los rastros con los que tendremos que lidiar después que, tímidamente, volvamos a intentar hacer esas rutinas que definían lo que somos.

También pensaba, como lo dije hace unas semanas, que ese efecto mariposa está llevando a que ahora sí podamos ver, de nuevo –cada nueva pandemia nos lo recuerda-, como son las interacciones que se establecen en las sociedades y como han ido escalando en magnitud para arropar con sus consecuencias, cada recóndito lugar, acción o situación que habíamos dejado de lado: los urbanitas solemos ser así, casi nunca nos damos por enterados de lo que pasa fuera (o dentro) de la comodidad de nuestros hogares.

Pero ahora, lo que con angustia empieza a faltar para unos, empieza a derrumbar en otros sus extremos confiados que tenían –esa confianza en el progreso- y con esto, a perder la paciencia y a buscar culpables que les ayuden a liberar la culpa por la poca comprensión que tenían.

Es ver no más como los líderes mundiales del pasado, le quitan el apoyo financiero a valiosas organizaciones multinacionales y multilaterales, sólo porque se cree que así se levanta la popular fuerza electoral perdida para continuar con la tan popular y mundialmente reclamada política de aislamiento: Make America Great Again! No son los únicos, pero tampoco los últimos: muchos caerán en estos embustes de confinamiento “patriótico” y continuarán debilitando esa confusa red global para entrar, quizás, en lo que vaticinan las Piedras de Georgia. ¿Una nueva edad media? Quizás, quizás, quizás.

La cascada de debilitamientos que se pueden predecir con los gestos de aislamiento que muestra ahora Estados Unidos, llevan a pensar en una estrepitosa caída del ecosistema económico con brutales consecuencias para todos. Esta movida va en contravía con las voces que invitan a tener liderazgos mundiales de cooperación para superar, entre todos los habitantes de este planeta, las consecuencias que nos dejará este aislamiento.

Pensar para sí en estos momentos es acrecentar la dificultosa visión que inhibe el esfuerzo, naturalmente bueno y malo, de pensar en una integración de todos los ecosistemas, comenzado por el biológico y siguiendo con el técnico-social-económico-cultural para terminar en el cuidado de nuestra casa: la Tierra.

La ruin red económica neoliberal global que nos atrapa desde hace décadas y que ha establecido las duras y paradójicas condiciones con las que vivimos ahora, no nos puede quitar la oportunidad de reconocer los errores y la escala de nuestros problemas, al vender como felicidad la comodidad de unos pocos.

Las redes que se despliegan para conquistar y a la vez, cooperar, son las que nos permitirán entender –ya va siendo hora- que nuestros pensamientos deben ser de una escala más grande que nuestro pequeño lapso: la Tierra permanecerá después que nosotros nos vayamos. Quizás si nos vemos desde fuera –ese pálido punto azul-, tendremos la humildad para acompañarnos. Quizás, quizás, quizás.

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 16 ABR 2020

Ambientes distópicos: Atisbos

En los últimos días nos hemos estado asomando por las ventanas análogas y virtuales, de vez en cuando, para cerciorarnos –no vaya a ser que sea verdad- que el apocalipsis zombi no haya llegado. Las predicciones, a las que hemos asistido recurrentemente desde hace unas décadas por cuanta película y serie de televisión, puedan que sean ciertas. Este confinamiento podría ser una excusa perfecta para que los reales “muertos vivientes” asomen y sigan, no más, controvirtiendo lo poco de realidad que nos queda.

Después de los terremotos – como el que sucedió en Croacia recientemente-, los muertos vivientes son una de las más grandes preocupaciones que tenemos. Especulamos cómo es que va a suceder eso del fin de los tiempos y cómo es que esta vanagloriada especie animal va a perecer por su egoísmo y altanería. Atisbamos cataclismos y revelaciones en cada acción que se intuye velada, oscura, manipulada. Hemos ido sumando ideas e ideas, maniáticamente, a este proceder, que ya todo lo que nos rodea es producto de una gran conspiración global para reducir lo conocido y lo desconocido y llevarlo a su desaparición. Es tal nuestra obsesión, que mucho de lo que hacemos y pensamos, está siendo demarcado por este particular atisbo de paranoia de destrucción, muy popular en las ficciones de los pueblos al norte de este continente

Explotamos en partículas de realidad cuando luchamos ferozmente por atajar el siguiente paso de la agenda evolutiva (¿ecosistémica-evolutiva?): se reclama continuar con una educación rígida enmarcada en el uso y en el abuso de la linealidad de pensamiento; se insiste en depender económicamente de fuentes no renovables; se estimula el diálogo unidireccional de privilegios con los obnubilados económicos. Eso de estar aislado, no lo es para evitar el contagio, lo es para desconocer que lo real está con nosotros y para ver como sobreviven muchos entuertos.

Nuestras esperanzas se han ido en la resurrección de ideas que se pensaban superadas. Dos décadas de un nuevo siglo y vemos con escozor los embates con los que se aglutina una nueva derecha que reclama circuitos cerrados a sus flujos de naciones xenófobas, dónde los Otros son repelidos y más, exterminados. Se cierra aún más el cerco ya creado a la superación social y se margina, con sorna y saña, a los siempre excluidos: vamos limitando nuestras interacciones para vivir solos.

Agotando las relaciones que establecemos con los otros, damos giros en secreto y sin notarlo, estamos en un real aislamiento: ¡Estamos solos! La soledad, como los ambientes, no la vemos, pero sentimos sus accionar sobre nosotros. Por eso, la angustia que expelemos en llamadas, trinos, columnas, artículos, fotografías, chats y cuanta publicación se nos atraviese, es el reflejo de nuestra sociedad saciada de soledad. Son atisbos de la época.

La recomendación no puede otra: asómese cada vez que pueda a la ventana, miré con atención qué es lo que pasa, pues como lo hace Fontcuberta al mirar por los espejos para cerciorarse que no habla con un vampiro, es bueno ser precavidos y ver si los zombis que pululan ya llegaron a nuestra casa. No estamos solos. Recuérdenlo.

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 02 ABR 2020

Ambientes distópicos: Efectos

Es el momento de recordarlo: la distopía es el presente. O mejor, no hay más distopía que la vida presente. Y este presente, distópico, se asoma para recordarnos, en forma de pandemia, que nuestra estancia en el mundo es frágil.

Sabernos frágiles ha sido una de nuestras mayores certezas. Pero, con el pasar de los años y con la acomodación que nos rodea, hemos olvidado esta sucinta condición para, con un carácter invencible, toparnos con la más dura verdad: no hay contención para el tiempo.

Y ahora, aislados, encuarentenados, sódlo podemos mostrar el pánico de lo que siempre hemos sabido pero creíamos desconocido: que el mundo es (ha sido y lo será) global. Y con la globalización, pues, tenemos la estructura red que se ha ido desplegando y pegando a cada una de nuestras realidades para convulsionar rutinas y hábitos económicos, sociales, educativos, emocionales y sentimentales.

Algunos dirán que esto es el efecto mariposa, que lleva a que el sutil volar de una mariposa en China produzca un confinamiento de la población mundial. Pero, como ya lo hemos visto en la infinita red de noticias que saltan sin querer por cuanto chat análogo o virtual al que tenemos acceso, no todos pueden quedarse confinados y por eso, ya estamos viendo los estragos de la pérdida de la localidad: cada vez somos más los que no tendremos que comer, los que no tendremos con que vivir.

Es la vida la que se (re)siente en momentos como estos, para cada quién con sus asimétricas dimensiones, pero a todos por igual. No salir es quizás la menor de las preocupaciones. Las reales preocupaciones, globales como no, están aún por mostrar sus dientes, y entrar de ese modo, en la mordedura, a disputar lo que debe ser común para cada uno de nosotros de aquí en adelante.

Porque, como lo recuerdan fatídicamente y con voz queda en las noticias corrientes que nos saturan, ¡Ay!, el mundo que hemos conocido ya no será más, pues en él, lo recurrente será la entropía que limpiará, en el mejor de los casos, todo el caos generado por esta especie tan antropocéntrica, que desde hace ya unos miles de años se ha tomado la exclusividad en la dominación de las demás especies, a tal grado, que el consabido “calentamiento global”, continuará subiendo la temperatura de las revoluciones para trastocar esas pacientes estructuras que se fueron poniendo para llevarnos a poblar esta ciudad globalizada que se llama Tierra. Lo dicho, mera distopía.

Veremos las presentes consecuencias en unos pocos meses, cuando la histeria económica haga sucumbir a los prominentes lideres que ya no pueden liderar el cambio que ellos mismos aún no han previsto, solo por estar mirando las maneras extremas de continuar acumulando ese específico conocimiento de usufructo privado.

Y, las consecuencias, para no alarmarse más de lo que ya estamos y para ver que estos estratos de penurias sirven para afianzarnos en la costumbre de lo precario, serán un poco más de lo mismo: aislamiento. Más aislados y virtuales que nunca. Así es, así ha sido. La distopía nunca duerme, pues nosotros somos la distopía.

Los errores que hemos conocido y que se repiten como historia, son lo que nos permiten olvidar que lo hecho debe ser rehecho, pues, en el eterno retorno, no hay nada más viral que la “repetición constante de una permanente”, como lo pensará Deleuze y Guattari para hablarnos de un medio.

Y, en la repetición constante de ese medio global, es que sabemos que la coevolución de todos los integrantes de esta ciudad terrenal, nos lleva a estar en permanente disputa de los pocos medios con los que disponemos. Ahora, viralizamos para exponer el deterioro global.

Mañana, viralizaremos para exponer una nueva versión, una nueva cepa de este deterioro. Todo, eso sí, con el único fin de aprender en algún momento de nuestra historia, que no estamos solos, que el tiempo es y será siempre nuestra mejor contención viral.

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 26 MAR 2020

Ambientes distópicos: Negación

Ha vuelto la guerra con sus horrores. Se manifiesta con holgura, ese recrudecimiento de las acciones armadas que oscurecen el horizonte del arduo trabajo para la finalización del conflicto armado que se había iniciado después de la firma del Acuerdo de Paz.

Habíamos escuchado voces que nos recordaban que necesitaríamos varias generaciones para poder fraguar un país que superara el marcado odio que hemos acumulado y que continúa bordeando nuestras emociones, dando sus puntadas finales para hacer trizas la incipiente tranquilidad conseguida. Ahora vemos que realmente es así.

Los que toman las decisiones son los que idolatran el conflicto armado. Encontraron la excusa perfecta con la retoma de armas que hicieron los desertores de la paz y que, a los pocos días de su enunciación, ha llevado a que se muestre con angustia y espanto, eso que hemos visto a diario desde hace más de 50 años: amenazas, persecuciones, combates, atentados, heridos y asesinatos.

Pululan las fuerzas de la muerte, saliendo de los escondites en donde estuvieron ocultas, imponiendo su ley, marcando la agenda, actualizando su discurso.

Entramos en un estado de negación donde se enajenará nuestro impaciente sosiego para verlo transformado en la depredación a la que tan acostumbrados estamos: nos negamos a ser un país dónde la paz sea el primer paso para el diálogo; dónde disentir no sea una sentencia de muerte; dónde la diversidad sea la oportunidad de ajustar nuestras emociones, sentimientos y pensamientos para la construcción de una comunidad estable y duradera que sólo unos pocos añoramos y que, lamentablemente, no se dejará ver pronto.

Estamos diciendo NO para continuar en el ejercicio espantoso de la desaparición.

Recordé con profunda tristeza aquel 2 de octubre de 2016 y siento que la desesperanza me arropa nuevamente. Y esa vez como ahora, solo atino a pensar, como lo pensara Bernardo Salcedo en su pieza de 1970 Primera lección, que ya no tenemos nada que simbolizar y por lo tanto, no tenemos país, no tenemos patria, no tenemos comunidad.

Serán las lágrimas, que se desplazan de norte a sur y de oriente a occidente, las que guíen el enmudecido y entumecido eco que nos revierte el medio masivo de comunicación noticiosa; y como lo he expresado varias veces desde esta distopía, sólo malviviremos para agarrar pequeñas migajas de sosiego dentro de la destrucción, esperando que lo poco que queda pueda darnos lo mínimo para resistir.

Que lo que esté por venir permita superar esta brutal arremetida negacionista, es lo único que podremos seguir añorando. Contener y conjurar el pico de horror que se desbordó, es lo que necesitamos.

Intentemos superar nuestro destino con un esfuerzo máximo por la no repetición. Es el momento de la negación de la guerra.

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 12 SEP 2019

Ambientes distópicos: Memoria

Leí una vez una frase de Ray Lóriga que dice: “La memoria es el perro más estúpido, le tiramos un palo y nos trae cualquier cosa”. Pensar en la memoria es pensar en lo que fuimos, en lo que somos y en lo que seremos; en tratar de ver lo que le tiramos y lo que nos devuelve. Sí, muchas veces nos puede devolver cualquier cosa, pero, la mayoría de las veces, lo que nos devuelve son las experiencias y sentimientos que hemos acumulado para intentar no perder el destino.

¿Tenemos memoria? ¿Recordamos lo que hemos sido, lo que somos y lo que seremos? No podremos responder a estas preguntas sí, en momentos como el que ahora se atiene Colombia en su búsqueda por la paz, se presenta, como si nadie quisiera la cosa, como si ayer hubiéramos visto por primera vez esta República, que no hubo desaparecidos en los trágicos eventos de la retoma del Palacio de Justicia.

Pareciera que eso que llamamos memoria, eso que podemos recordar, se reescribe a diario en un ataque de insensatez que quiere ver en nosotros seres que pierden experiencias y sentimientos, seres a los cuales que se les puede implantar cualquier “narrativa” que halle ventajas en el “relato” invisibilizador de lo incómodo.

Así se siente con las palabras que asomaron por los medios de comunicación masiva –“no hubo personas desaparecidas, sino malas identificaciones y la entrega equivocada de cuerpos a los familiares de las víctimas”, y que se suman a la confusa pérdida de la organización de la memoria de las víctimas en el futuro Museo de Memoria Histórica de Colombia y al traslado de la investigación sobre el conflicto armado del Centro Nacional de Memoria Historia a Colciencias.

Se diluyen, haciendo trizas, los esfuerzos enconados que se habían abierto para reparar en las complejidades que nos llevaron a enredarnos en ese conflicto fratricida, cuya última arista se intentó frenar con la firma del Acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera, toda vez que las inequidades y desigualdades que nos definen, se siguen replicando, impositivamente, en todas las dimensiones de la escasa sociedad en la que nos queremos seguir encontrando.

La memoria que está con nosotros, aunque confusa y difusa, es la memoria que nos permite seguir alerta en la detención de las arbitrariedades y disparidades con las que nos hemos acostumbrado a tejer nuestras relaciones. Sin ella no podremos alzar la voz para remarcar en lo que se ha hecho y que es necesario deshacer para evitar las oscuras repeticiones que siguen horadando la poca confianza que nos arropa, y que se juntan, inevitablemente, con la incansable búsqueda del lucro de la guerra, para seguir con la depredación de nuestro insuficiente bienestar a favor de los privilegios de unos, como siempre lo hemos sabido.

Remarcar en la historia que cada memoria trae y nos devuelve, es la manera en la que hay que afrontar los embates que cualquier relato impone. Reiterar en la posibilidad que cada historia debe ser reconocida, es reiterar que para marcar los caminos se deben reconocer las decisiones que han pasado con nosotros, es reconocer que para ser hay que aprender de los errores y de los aciertos.

Si ocultamos, si negamos, si perdemos memoria, no podremos encontrar estabilidades en la paz que queremos tener. Estaremos, distópicamente (¿despóticamente?), condenados a repetir las historias tantas veces (in)superables.

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 29 AGO 2019

Ambientes distópicos: Devastación

Estamos atrapados. Suben preocupaciones que se suman a las que se han venido manifestando, poco a poco, en este último año de esta década. Los veintes de este siglo XXI estarán marcados por lo que queda después que se hayan apaciguado los tiempos, humeantes, mientras vemos la devastación que ahora consume el llamado “pulmón del mundo”, la Amazonía.

Ya no es solo la deforestación, ahora también son los incendios, que se han ido mostrando en las noticias y que nos alertan y alarman, porque al parecer –ahora sí-, nos daremos por enterados del radical problema que tendríamos si no nos detenemos a considerar la destrucción que hemos ido acumulando desde el comienzo de los tiempos (¡caos, caos, caos!), que había ido sin mayores sobresaltos pero que ahora se ha acelerado hasta hacernos voltear el rostro para evitar entrar en contradicciones: “ese tal calentamiento global no existe”.

Hablaremos mucho sobre este y otros eventos –como aquella vez que la plataforma de petróleo Deepwater Horizon ardió por varios días-, pero, después de la conmoción vendra la calma, y seguiremos como si nada, con nuestras rutinas contaminadoras, ya que ellas hacen parte de nuestro ambiente y somos ambiente con ellas.

Y al ser ambiente, sólo sabremos que debemos modificarlas cuando sea demasiado tarde (esperemos que no, o ¿sí?) y con la urgencia, haremos de lo queda, las bases de las dimensiones de lo que será nuestra vida por venir.

Lo ideal es que podamos mediatizar lo que acontece y ponerlo en tensión para predecir las actuaciones. Pero, como lo decía al comienzo, estamos atrapados. La envoltura que nos rodea hace que se estiren las pre-ocupaciones de gritos de separación para volver –así se muestra el mundo de la política democrática- a dividir el mundo entre ellos y nosotros, entre los otros que no son como nosotros y nosotros que no somos como ellos, continuando con esa replica peligrosa que reduce las capacidades de nuestra estabilidad social, cultural y económica: aún no hemos aprendido a vivir bien.

Tal es así, que las ideologías sempiternas que nos han venido gobiernando, seguirán duplicándose para mostrarse como las herederas de las verdaderas razones, buscando aislar en su recintos a los que profesan, dejando fuera a los “barbaros” que quieren “devastar” el orden establecido (¿natural?). Exclusión en lo que proponen y “conjuntos cerrados” en los que obtendremos.

En esto pasaremos nuestro tiempo, dejándonos llevar por la desolación de nuestros territorios para reconstruir, imperiosamente –en esos ciclos eternos de ordenamiento y des-ordenamiento (¡caos, caos, caos¡)-, lo que nos permitirá liberar las tensiones acumuladas, pero para ser más exactos, desde la Segunda Guerra Mundial.

De ahí la idea de McLuhan de revisar con atención las variaciones que se presentan en los medios, para intentar curas en los sistemas, enfriándolos o calentándolos, evitando que una estruendosa explosión de emociones disperse lo poco que aún tenemos.

Volteemos hacia el centro del Planeta para atender la devastación –manifestada hoy por el incendio amazónico- del territorio común de comunicación que nos ha mantenido unidos y que gira vorazmente para mostrarnos que aún debemos prepararnos para no acabar de destruirnos.

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 22 AGO 2019

Ambientes distópicos: Improvisaciones

Hay mucho ruido en estas últimas semanas, que se irá incrementando en los próximos meses, como ese sonido ensordecedor del estridular de las cigarras. Se dirá que la “fiesta” de la democracia trae consigo rumores y vericuetos, y que por lo tanto, debemos soportar con un finjido estoicismo, ese disímil barullo incongruente del sinnúmero de candidaturas que buscan el esquivo voto elector.

No son las vallas que pueblan temporalmente las calles o las cuñas que se repiten por periódico, radio y televisión. Son las vacuas estrategias publicitarias que, desesperadamente, producen los candidatos para mostrar rasgos diferenciadores que les permitan alejarse de lo que ahora se conoce como lo “común” del ejercicio político profesional.

Se parte del supuesto que el ciudadano está cansado del ejercicio político “tradicional”, plagado de corrupción y malversaciones para intentar decir que más que “política”, se necesitan ciudadanos candidatos (¿políticos?) con rasgos morales elevados que no van a usufructuar para nada, ni de la fe pública ni de los dineros públicos: son candidatos impolutos.

Nada más errado, ya que en el mismo ejercicio de la política profesional, se cae esa aparatosa propuesta publicitaria con la cual se quiso seducir al indeciso y al cauto, a aquellos que están saturados, a aquellos que ya saben que el ejercicio político de la democracia tiene un cambio radical en su hacer, resultado de las comprensiones y progresiones que se han acumulado en las últimas décadas, y que hacen de los ciudadanos, más vulnerables a discursos deterministas y totalitarios o más criticos a sobre las maneras en las que se debe llevar la cosa pública.

Lo que se percibe en toda esta algarabía, es que más que conocer y querer administrar lo público, lo que se quiere es lanzar los hilos que permitan aferrarse al poder, para compartirlo en el beneficio de unos, unos años: la seducción del poder permite que se doble todo discurso y toda moral.

Por eso, más que programas estructurados que reflejen discursos transformadores para los problemáticas de una ciudad, departamento o país, lo que se presenta son bonitas edulcoraciones de palabras improvisadas (sin buen tono) que intentan influir (echando vainas) en las emociones de los electores, dejando de lado el verdadero poder de afectación que se produce con las palabras sabías y sensatas que buscan el aprendizaje de todos.

Y así, con política improvisada, estamos afrontando estás primeras décadas del siglo XXI, viendo como se desdibujan las estructuras de pensamiento con la cuales se soportaban el ejercicio de la política, esperando que los que lleguen a los cargos de elección popular, realmente sean personas con gran saber y experiencia en el manejo de la cosa pública; que no sea necesario justificar ineficiencias con años de aprendizaje; que la impopularidad se puede vender con fantasmas; que hacer una obra de infraestructura es reflejo de una tendencia; que la ideología es la que debe guiar el manejo público.

Ya veremos si nuestros votos son un improvisación tambien y de esta manera, continuamos con esta cadena de políticos profesionales que hacen política sin estudio ni preparación.

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 16 AGO 2019

Ambientes distópicos: Contrariedades

Parece ser que vamos en el sentido opuesto al que nos han dicho que debemos ir. La sabiduría popular podría decir que borramos con el codo lo que hacemos con la mano: lo que hemos escrito en las últimas décadas y que ahora notamos como ineludible, se está diluyendo para favorecer –como siempre ha sido- los intereses de unos pocos, de esos pocos que han tenido y detentado el control poderoso de las decisiones.

Aunque la amenaza tangible de la modificación del clima global –clima de por sí siempre variable- se ha tomado las agendas de medios de comunicación masiva y de los gobiernos de algunos países, la depredación de los entornos no deja de ser noticia en algún rincón del planeta.

En estos días, por ejemplo, se recordaba con terror que una gran mayoría de líderes y activistivas que ponen en evidencia la destrucción del medio ambiente en sus regiones, son asesinados impunemente, para así continuar los proyectos de todo tipo, que nunca tiene en consideración el equilibrio que hay que mantener para preservar las cadenas de cooperación biológica, tan necesarias para nuestra supervivencia.

No es más que recordar que cada ecosistema es un entramado complejo de relaciones entre especies, para saber que la más minima modificación de un hábitat hace que se transforme súbitamente los frágiles equilibrios ganados por milenios. Pero este conocimiento que se nos ha presentado desde las épocas escolares, es desconocido, sin mayor remordimiento, por el impulso generador de ganancias en el que se ha convertido nuestro raciocionio, y aún con más insistencia, el raciocionio de muchos gobernantes que, enmascarados en consignas atrapavotantes, consideran que lo mejor es hacer caso omiso a las alertas –“el calentamiento global no existe”- y procuran continuar con las políticas fáciles –“es necesario aspejar con glifosato”- de extracción de todo lo que naturalmente no cuesta nada en producir, puesto que el planeta ya lo ha producido por nosotros.

De esta manera, continuaremos deforestando hectáreas y hectáreas de bosques, monocultivando para destruir la diversidad, envenenando fuentes de agua para la extracción de un poquito de sobrevalorados metales, ocupando tierras para tener exclusividad en los dividendos; mientras intentamos convencernos, torpemente, que debemos modificar nuestros hábitos para aportar en algo a la contención de esta debacle.

No aprendemos con rápidez de nuestros errores. Como soy pesimista, pienso que los cambios se producen por la inercia de los acontecimientos o por el devenir majestuoso de lo inevitable.

En unas décadas, quizás, cuando se hayan cambiado todas las condiciones de nuestro entorno, será el momento justo en que empezaremos a considerar los cambios que tendremos que hacer para continuar conviviendo con nosotros mismos y con las otras especies. Y puede ser que sea tarde: vivímos la distopía negándola.

O puede ser que esto que pensamos ahora –“el clima se está calentando”- sólo sea una alerta totalitaria que trata de ver apocalipsis en algo que aún no comprendemos del todo y que sólo necesita del tiempo de la biología para que se realicen las respectivas transformaciones que equilibren lo que se ha desequilibrado.

¿Contradictorio? No puede serlo más: de eso estamos hechos y de eso vemos mucho últimamente: me quejo y alerto a otros del “fin del mundo”, pero ya con el mundo en la mano, hago todo lo que dije que iba a pasar en el “fin del mundo”.

Por eso, esperemos con tranquilidad el lucro ajeno de la venta sin control de los recursos comunes. Algo nos tocará a nosotros, sí nos quedamos callados y no decimos nada.

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 01 AGO 2019

Ambientes distópicos: Dependencias

Una tarde que caminaba hacia el colegio en el que estudié mi educación media, comentaba con un amigo de ese entonces, lo difícil que era aprender a ser un ciudadano en países como Colombia. En ese momento como ahora, la mayoría de representaciones públicas de elección popular estaban plagadas por personas con maneras de pensar y hacer, que por mucho enseñan, a perpetuar la idea de siempre sacar ventaja del otro, de lo otro, de lo público.

Recordaba esa caminata en estos días en los que se hablaba y comentada la “jugadita” del saliente presidente del Senado. Y desde ese sábado, se han ido sumando más “jugaditas” perversas, como esas que anuncian que las deudas adquiridas por la liquidada concesión de la Ruta del Sol Sector 2, en la que hacia parte la cuestionadísima firma Odebrecht, serán asumidas por el Gobierno, en otras palabras, por todos los colombianos con el pago de sus impuestos.

¿Cómo podremos aprender, en estas condiciones adversas, a ser esos ciudadanos que transformen todas las concepciones que tenemos de lo público y del manejo del gobierno? Esta es una pregunta fundamental que debemos hacernos e intentar, bajo todos los medios posibles, hallar una respuesta, puesto que prontamente estaremos conmemorando los 200 años de independencia y de historia republicana, y con ella, de todo el sinuoso camino que nos muestra nuestra mayor dependencia por “hacer las cosas por fuera de”.  

La “cosa pública” no es de nuestra incumbencia. La dejamos de lado porque es más cómodo no pensar en “eso” que fingimos no entender y en “eso” que nos insisten en que no entenderemos. Nos susurran con vehemencia, con lenguas desprovistas de honradez y con la ayuda de la confusión siempre presente de las palabras mediadas, para decirnos que “eso” sólo puede ser conocido por unos pocos iniciados: los políticos profesionales que se vanaglorian en depredar la república –que ya a esas alturas es poco lo que queda-, con oscuros estratagemas que continuarán erosionando las convulsionadas bases que se formaron desde “esos” años que ahora conmemoramos.

Nuestra independecia depende de protocolos oscuros. Nuestra ciudadanía depende del fragor de lo obtuso, lo burdo y lo soez. No hemos dejado de delegar nuestros deseos a ideales que se presentan como la mejor solución posible, pero al final, serán la peor desgracia inimaginada. Repetimos gestos desde tiempos inmemoriables. Está en nuestra formación genética. Las compensaciones emocionales marcan muestras desiciones, así queramos presentarnos como los animales más racionales del planeta.

Saber que la dependencia es nuestro determinante, hará que pensemos dos veces antes de tomar una decisión. No votaríamos “emberracados” sino que sopesariamos los condicionantes de la emoción que nos llama. Estariamos dispuestos a perder unas horas escuchando y reflexionando en las vertientes de los gritos para hallar la compostura crítica del silencio. Pondríamos fuera de lo normal, la burla constante con la que se enmascarán los discursos. Evitaríamos caer en el desprecio por el que nos dice que estamos haciendo las cosas mal. Activariamos otra vez, el necesario equilibrio de la escucha.

Y escuchar el ruido será, en estos tiempos por venir, de lo que dependerá nuestra supervivencia, y más cuando se siguen agregando al coro conservador y extremo del autoritarismo seudonacionalista, gritos de guerra y de menosprecio por el otro.

Sobrepongámonos. Dependamos de nuestra in-dependencia.

*Publicado originalmente en http://lapipa.co/ el 16 JUL 2019