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Intentos para agotar un lugar parisino

Conocí a Georges Perec por intermedio de Juan Alberto Conde en nuestras clases del Seminario de Escritura de la Maestría en Artes Plásticas y Visuales, que él orientó durante el primer semestre de mis estudios. Lo primero que leí fue su libro Pensar, clasificar. Después, con el paso de cada uno de los semestres, y con cada nuevo libro que podía leer, Perec entró con tal fuerza en mi pensamiento, que hoy es uno de mis escritores favoritos.

En la Maestría fue definitivo. Buena parte de mi proyecto de tesis, Alguien / Algún lugar, está atravesado por todos los intentos, preguntas y procedimientos que Perec utilizó durante el tiempo que escribió.

Uno de esos maravillosos intentos, preguntas y procedimientos se encuentra en el libro Tentativa de agotar un lugar parisinoUn intento que busca preguntarse por lo que pasa en un lugar de París, visitándolo durante unos días.

El lugar es la Plaza Saint Sulpice. Y hace unos días que estuve en París, como si fuera un homenaje, visite la plaza e intente agotarla, escribiendo, dibujando, grabando, estando.

Estos fueron mis intentos:

22ABR2014 Place Saint Sulpice. Es buscar una idea hecha, realizada hace varias décadas. Una idea de Georges Perec. Tentativa de agotar un lugar parisino. Sentado en la plaza estoy. (Ahora buscaré un café, quizás). Encuentro: una iglesia, la iglesia de Saint Sulpice. En el centro de la plaza, un monumento, una fuente con leones, agua, algunas inscripciones que no alcanzo a ver desde donde estoy. Atrás, un café, unas tiendas de artículos varios. Palomas. Personas tomándose algunas fotos, de ellos o de la iglesia, de ellos o de la fuente-monumento. Los carros, las motos. ¿Cuándo ha cambiado este lugar, este espacio, esta plaza, este momento? Una iglesia de 1700. Parada de taxis. (Ya vengo. Voy a darle una vuelta a la plaza). (Listo). En el monumento hay un archiduque. Hay una casa de exposiciones, una casa de finanzas que debe ser de la nación o la ciudad. Caminé por la calle Saint Sulpice. Está llena de tiendas de ropa, de libros, droguería, casas de habitación. Tiendas que pueden pasar por muy exclusivas. Estoy ahora en el Café de la Mairie 8 Place Saint Sulpice. Estoy tomando un café y un pan de chocolate. Hay un paradero: líneas 63, 70, 86, 87 y 96 de bus. En el café, al frente de la calle, están 7 personas: 4 mujeres, 3 hombres. Están en las sillas que les cae el sol. Una de ellas come una ensalada, lee un periódico. Estoy en una fila de sillas que está más atrás. Escribo. Había pensado hacer unos dibujos. Creo que haré unos dibujos. ¿Cómo era esta plaza? ¿Qué he de ver, ahora que estoy en ella? ¿Qué se repite, qué se diferencia? También puedo pensar en la elegancia con la cual se visten, generalmente, la mujeres, aunque algunos hombre también lo hacen. Pasan carros, bicicletas, triciclos de esos que permiten llevar personas, con música, con música a alto volumen. Son migrantes, algunos. ¿Qué será, es, sentarse en un café, solo a pasar un tiempo de ocio? Pues, en eso estoy. No es nada más como estar, ahí, sentado. ¿Cómo se puede llevar un lugar? Una foto es vana, inocua, fácil. Un dibujo es una traducción de una emoción. Lo mínimo es permanecer, para llegar a poner historias, para llenar de historias el lugar del estar. Un relato de historia. La historia. A esta hora, 13h, empieza el movimiento mayor. El café está ocupado con personas que comen, almuerzan, pican. Las líneas de bus tienen muchos pasajeros. Caminantes, hay más caminantes. Café de la Mairie. A dijo: los lugares son de las personas. Puede, es así. Voy a salir de nuevo a la plaza. Esperaré a A. Esto fue una tentativa de agotar un lugar parisino. Primer intento.

23ABR2014 De nuevo Place Saint Sulpice. Intento 2. Esta vez estoy sobre la plaza, en una banca. Atrás está el café donde estuve ayer. A mi lado izquierdo está una señora. También mira la plaza. Niños jugando. Jóvenes hablando. Turistas (como yo) tomando fotos. El agua sigue corriendo. Voy a dibujar. Es reconocer de nuevo. Se vuelve familiar. Reconocido. Creo que necesito volver otra vez. Plaza famosa. No tan famosa. Vi a una mamá reñir a su hija. Ahora pienso que la señora es un poco machista. El grupo de jóvenes sigue subiendo: ahora son más. Detrás mío una pareja mayor habla en portugués. Tomar fotos a la iglesia de Saint Sulpice. No sé si yo tomaré alguna. Palomas palomando, creo que en francés. Los jóvenes se van. Caminan hacia un costado de la plaza. Sánduches: comida económica, portable. Un encuentro, una pareja. Pareja, un par, dos heterogéneos. (Fueron dos observaciones a la misma hora en días consecutivos). Así es. Me recuerda el ejercicio que hice para la maestría, el de los post-it: una hora, doscientas notas de lo que pasa en una calle. Ver y ser visto. Al lado derecho, un señor con almuerzo portátil. Sushi. Come con palillos. Paréntesis: ahora es otro tiempo, otro pensamiento. Fin del paréntesis. Llegó A. Almuerzo voy.

Creo que siempre leeré y pensaré con Perec. Creo que visitaré cada vez que pueda la Plaza Saint Sulpice, para seguir con la tentativa de agotar este lugar parisino. Para escribir, para dibujar, para escuchar, para tomarme un café.

Un recibo, un registro, una compra

 

SER PROFESOR (UNIVERSITARIO): reflexiones sobre su concepto en el PEI de la UT

[1]

¿Qué quiere decir, en suma, profesar?  Jacques Derrida, La universidad sin condición

Desde que empecé a hacer clases me han interesado mucho las palabras. Y más, las palabras que dan cuenta de lo que hace un profesor.

Cuando terminé mis estudios universitarios en artes en la Universidad Nacional de Colombia, uno de mis primeros trabajos fue hacer algunos cursos de dibujo y de teoría del color en otra institución universitaria. Durante el semestre que hice esos cursos no me sentía profesor. Algunas veces, al terminar las clases, me preguntaba: ¿qué profeso? Durante ese semestre no pude dar una respuesta a esa pregunta.

Fue después, cuando retomé el ejercicio de hacer clases (hice una pausa de más de 4 años), que pude dar una respuesta a esa pregunta. Fui profesor cuando organicé un discurso, cuando supe qué decir.

Organizar este discurso (discurrir) me tomó esos años de receso, en los que pude pensar la condición del ser profesor, con las discusiones que se trabajaban en el programa de posgrado, Especialización en Educación Artística Integral[2] (del cual fui asistente de coordinación) y en el grupo de investigación Unidad de Arte y Educación; discusiones que fueron confrontadas con mis estudios en la Maestría en Artes Plásticas y Visuales de la Universidad Nacional de Colombia.

Y fue en esas discusiones de la Especialización, que me encontré con este bello apartado del libro La universidad sin condición, en el que Jacques Derrida (2002, p. 33-34) escribe:

«Profesar», esta palabra de origen latino (profiteor, professus sum; pro et fateor, que quiere decir hablar, de ahí procede también la fábula y, por consiguiente, cierto «como si»), significa, en francés lo mismo que en inglés [y en castellano], declarar abiertamente, declarar públicamente. […] La declaración de quien profesa es una declaración performativa en cierto modo. Compromete mediante un acto de fe jurada, un juramento, un testimonio, una manifestación, una atestación o una promesa. Se trata, en el sentido fuerte de la palabra, de un compromiso. Profesar es dar una prueba comprometiendo nuestra responsabilidad. «Hacer profesión de», es declarar en voz alta lo que se es, lo que se cree, lo que se quiere ser, pidiéndole al otro que crea en esta declaración bajo palabra. Insisto en este valor performativo de la declaración que profesa prometiendo. […] Profesar es comprometerse declarándose, brindándose como, prometiendo ser esto o aquello. […] Profesar consiste siempre en un acto de habla performativo, incluso si el saber, el objeto, el contenido de lo que se profesa, de lo que se enseña o practica sigue siendo, por su parte, de orden teórico o constatativo. Como el acto de profesar es un acto de habla y como el acontecimiento que es o produce no depende sino de esa promesa de la lengua, pues bien, su proximidad con la fábula, la fabulación y la ficción, con el «como si», resultará inquietante.

Desde que soy profesor, tengo mucho afecto por la palabra profesar. Cuando soy profesor, cuando profeso, declaro públicamente mi discurso (el discurrir de mis palabras, de mis ideas y pensamientos) y trazo un objetivo para cada una de las clases que hago. Cuando profeso, cuando sé qué decir, puedo organizar cada uno de los temas que se han de trabajar, que se han de enseñar, que se han de practicar.

Profesor es quien profesa. Eso es lo que pienso sobre el ser profesor. Y eso que pienso, no se acerca a lo que piensa la universidad en donde trabajo y que trata de definir lo que hago.

En el Proyecto Educativo Institucional (2014, p. 60), la Universidad del Tolima ha definido el ser profesor universitario de la siguiente manera:

El profesor universitario (Boyer, 1990; Knight, 2002; Bain, 2004; Gros y Romaná, 2004; Argüello, 2009, 2010) es un profesional académico (Uricoechea, 1999; Mondragón, 2005; Ortíz, García y Santana, 2008; Parra Sandoval, 2008) que actúa como líder académico (Macfarlane, 2012) en las instituciones de educación superior, a su vez que se desempeña como intelectual (Said, 1996; Follari, 2008) con su ser y hacer (Rovira, 2007) en el tránsito entre intelectual y académico (Le Goff, 1985). Desde esta óptica, el profesor universitario de la Universidad del Tolima es un profesional académico (Cardozo, 2006) que recupera el lenguaje como forma de restablecer el valor del decir que empalabra (Argüello, 2005) el pensamiento reflexivo y el juicio crítico lo cual permite la discusión y el debate académico por el bien de la democracia y del rescate de valores, de lo ético y de los principios de responsabilidad.

Esta enrevesada definición, me aleja del afecto que siento por la palabra profesar. Todo lo que maravillosamente muestra Derrida, se ve diluido en los 15 autores en lo que se apoya este párrafo para tratar de arañar eso que hago en todas mis clases: dar fe, públicamente, de lo que pienso.

No creo que el “profesor universitario” (hay que volver a la definición, dejando que fluya sin las interrupciones que se dan con los diferentes llamados a los autores) “es un profesional académico que actúa como líder académico en las instituciones de educación superior” y que “a su vez se desempeña como intelectual con su ser y hacer en el tránsito entre intelectual y académico”, que “recupera el lenguaje como forma de restablecer el valor del decir que empalabra el pensamiento reflexivo y el juicio crítico”, que “permite la discusión y el debate académico por el bien de la democracia y el rescate de valores, de lo ético y de los principios de responsabilidad”, es el profesor que soy yo, que sólo trata de presentarse como una persona que tiene fe en lo que hace; y que desde ese hacer, busca que otros también tenga fe en lo que hacen, que puedan organizar(se) (en) un discurso, permitiendo(se) a su vez, actuar para sí, para otros, con lo que aprenden y con lo que hacen.

Tampoco creo que para definir ese ser profesor, que habla públicamente en una universidad, hay que redundar las palabras: profesor, profesional; académico, líder académico; intelectual, intelectual y académico, debate académico; profesor universitario, profesional académico. Son sólo retruécanos tautológicos, que no ayudan a pensar eso que hacemos cuando nos disponemos frente a otros, para comprometernos con lo que pensamos, con lo que creemos que debe ser.

Con estas redundancias no se puede poner fin a un concepto. Se da una apertura que enerva los fines y los pone en el ámbito de lo imposible. Es decir por decir. Es decir sin dar fe de lo que se dice. Es un decir que no produce, que no lleva a ninguna acción. En ese sentido, no es un acto de habla. Y eso es lo que no quiero hacer cuando hablo frente a otros. Quiero que cuando sea profesional, cuando profeso, todo lo que diga produzca un acontecimiento que pueda ayudar a los que me escuchan, a seguir pensando en lo que digo, para que puedan llevar ese pensamiento dicho a ser parte de su tiempo.

Por eso, quiero dejarme afectar, nuevamente, por la palabra profesar. Y para volver a tomarle afecto, prefiero volver a leer esa universidad sin condición, de la cual Derrida trató cuando fue invitado por la Universidad de Stanford para hablar sobre el arte y las humanidades en la universidad del mañana. Lo hizo bajo la conferencia que tituló: El porvenir de la profesión o La universidad sin condición (gracias a las «Humanidades», lo que podría tener lugar mañana).

REFERENCIAS

Derrida, Jacques. (2002). La universidad sin condición. Madrid: Editorial Trotta.

Benítez Mojica, David (Cord.). (2014). Proyecto educativo institucional  PEI / Universidad del Tolima. Ibagué: Universidad del Tolima.

 

[1] Esta breve intervención contiene algunas ideas que fueron escritas inicialmente en el proyecto de investigación Buena copia – Mala copia. Relaciones entre el arte y la educación, proyecto que presenté en las pruebas del concurso público de méritos mediante el cual me vinculé como profesor de la Universidad del Tolima.

[2] El programa de Especialización fue cerrado para convertirse en la Maestría en Educación Artística, que se ofrece en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Colombia sede Bogotá.

Los fantasmas

Una búsqueda. Un encuentro. Un registro.

Al final es una conmemoración y un homenaje a los escritores con los que más disfruto leer y pensar. Con los escritores que siempre busco leer para entender como es que pienso, como es que organizo todo eso que estoy recopilando y haciendo. Y yo, tal vez como Perec, siempre invento proyectos que casi nunca tienen continuación. Y como no tienen continuación, están proyectados para ser enunciados y desaparecer. Máximo esfuerzo, mínimo resultado. (O mínimo esfuerzo, mínimo resultado). (Ahora recuerdo al personaje principal de La vida instrucciones de uso).

Lo cierto es, que al final todos estaremos como fantasmas,

 

Tres fantasmas

Viendo esto:

 

Lo que ven los fantasmas

Dibujos en tránsito

Estuve unos días paseando por Madrid y por París. Además de conocer museos (Madrid) y recorrer calles, plazas y parques (Madrid y París), en algunos momentos, y siguiendo el formato que se trabaja en el proyecto Tarde de Dibujohice unos dibujos buscando tener un registro de algunos lugares en los que estuve.

Algunas veces pienso que los dibujos se impregnan de los lugares en los que fueron hechos. Y eso fue lo que intenté hacer con esta serie de dibujos que tienen como nombre Dibujos en tránsito. Son dibujos que se formaron en un lugar (pre)determinado para contar una historia, que seguirá viajando cuando estas “postales” lleguen a su destino.

Dibujos que registran un lugar, un tiempo, un estar. Son dibujos que seguirán en tránsito.

 

 

Jueves
Después de tantos años de escribir en estos cuadernos he empezado a preguntarme en qué tiempo de verbo hay que situar los acontecimientos. Un diario registra los hechos mientras suceden, no los recuerda, ni los organiza narrativamente. Tiende al lenguaje privado, al idiolecto. Por eso cuando uno lee un diario, encuentra bloques de existencia, siempre en presente, y sólo la lectura permite reconstruir la historia que se despliega invisible a lo largo de los años. Pero los diarios aspiran al relato y en ese sentido están escritos para ser leídos (aunque nadie los lea).

[Texto encontrado en un exposición en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. No recuerdo el nombre de quién lo escribió, pero es alguien muy conocido en el círculo de escritores españoles (Tal vez es Javier Marías)]

Lecturas Bucaramanga V

Y llegó el momento de escribir esta entrada sobre las últimas novelas que he leído. Ya era hora, pues al parecer, cada vez toma más tiempo hacer estas breves reseñas. (Estamos a punto de iniciar el receso de mitad de año). Así, sin más preámbulos, es este el recuento de lecturas del último tiempo en Bucaramanga. Espero que el tiempo no haya hecho estragos en mi memoria ni en mis recuerdos de lo leído.

1. Evelio Rosero. El incendiado ::: Esta novela estuvo dando vueltas por mi tiempo de lectura por varios meses. La empecé a leer después que terminé con Juliana Los Mira, para continuar con este triología de Rosero, que conforma la serie de novelas que suele conocerse como primera vez. Me encontré con una novela con gran ritmo, en dónde se despliega toda la prosa de Rosero que se empezaba a construir en Mateo Solo. Los encuentros de los personajes y la historia se da en un fluir de emociones, contados por unos jóvenes (gemelos) en su tiempo de colegio, dando cuenta de las maneras en que se construye cada una de nuestras decisiones y de eso que solemos llamar personalidad. No recuerdo mucho (bueno sí, pero casi nada que merezca ser contado (bueno sí)) de mí época escolar, pero al leer esta novela, trataba de hacer presente de nuevo todos esos episodios que se daban dentro de los salones de clases en los que pasaba la mayor parte de mi tiempo, fuera de la acuciosa mirada de profesores y padres (adultos), y en donde se daban las eternas discusiones sobre lo que siempre se trata de saber sobre lo que otros, de pronto, ya saben. Creo, como lo cuentan los personajes de esta novela, en algún momento de nuestra pubertad, dejamos de ser buenos y empezamos a entrar en lo vetado del mundo adulto. Una novela de iniciación, de iniciaciones, en dónde lo más oculto de toda un historia, es que siempre ella se queda con nosotros, afectando nuestras decisiones, incendiándonos.

2. César Aira. Una novela china ::: Este libro llegó por recomendación. La recomendación decía que era un libro sobre pintura. Creo que antes había leído algo de Aira, pero ahora no recuerdo muy bien cual libro y cuando lo leí. Lo cierto es que me encontré con este libro de Aira y con la historia de una persona que vive para saber hacer, para pensar y para conversar. También de una persona que vive para la espera. Para esa espera que hace que todo pueda ser una recompensa. Y como la espera puede ser una recompensa, de la lectura extraigo estos breves pensamientos, sobre la vida y la vida, sobre el arte:

  • Se supone que el fin de una larga o breve deliberación ante sus obras, deberíamos llegar a una comprensión: es real o es un fraude. Pues bien, en un sentido u otro, nuestra conclusión será incomunicable, por cuanto la compresión misma es incomunicable. Y no refiero a una pedagogía… Lo incomunicable lo es para con uno mismo. De ahí que somos nosotros mismos los que comprendemos nuestra compresión. – Hizo una larga pausa -. La misión del artista es hacernos comprender eso al menos, y creo que Chen lo hace bien. (25)
  • Pero el objetivo no es otro que hacer que el amor reaparezca, con más vigor. ¿Qué otra función tiene el tiempo, si no es devolver lo mismo, pero renovado y multiplicado, más intenso? El largo rodeo que él iniciaba, se dijo, era un “retrato práctico del tiempo”. Le agradó la definición.(56)
  • Era natural, mucho más natural de lo encontraba la señora Kiu, que las murmuraciones pasaran de benévolas a malévolas sin cambiar de naturaleza. Se ponía en evidencia una vez más en este caso el aspecto plástico, eminentemente mudable, del consenso. ¡Qué lección para los políticos aficionados que ahora cubrían el país, sembrando un dogma! (64)
  • Y junto a uno de esos mecanismos, por la ley de proliferación que dominaba la mente, había otro, su sombra, al que había que ajustarse cuando el primero se desvanecía. El amor era un sombra, pero del amor nadie sabía nada, porque nada se sabe de las sombras. Lo que hace no arroja sombras, sino destellos. Pensar no es saber. (137)
  • Sobre la educación, creía que las reformas que se instaba a la gente a pensar y proponer eran inconducentes, y peor todavía, inhibían un pensamiento eficaz sobre el tema. El mero concepto de “reformas” chocaba con el de “pensamiento”. Pensar era un gesto muy radical: podía tener por objeto lo que no existía. En tal caso, quedaba por hacer una sola cosa, a su juicio muy razonable, ya para nada utópica (utópicas eran las tímidas reformas): invertir completamente el currículum, adecuando de modo algo más razonable los datos. (168)

Cesar Aira. (2004). Un novela china. Barcelona: Random House Mondadori.

3. Junot Díaz. Los boys ::: De Junot vengo escuchando desde hace un buen tiempo. Lo primero que supe de él fue en uno de eso blogs literarios que sigo, y donde hablaban de lo bien que le estaba yendo con una novela, que justo en este momento no recuerdo. Fue por eso que compré esta colección de relatos, para ver como es que iba este tal Junot.
Todos los relatos de Los boys están enmarcados en las historias familiares de inmigrantes en los Estados Unidos. De sus sueños, frustraciones y aventuras que se dan en un país al que no se es parte, aún. Historias contadas desde la perspectiva de dos hermanos, o dos jóvenes inmigrantes que están empezando a entender la fuerza de las tradiciones y de las historias familiares, las decepción y el abandono de las relaciones de pareja, y lo que es estar por fuera de todo esto o muy dentro de él: estar en un país que es un país de nadie.

4. Juan Gabriel Vásquez. Los informantes ::: Esta es la segunda novela que leo de Juan Gabriel Vásquez. Cada vez me agrada este escritor. En Los informantes me encontré con una historia sobre los alemanes inmigrantes que llegaron a Colombia durante la segunda guerra mundial y sobre la animadversión que sufrieron, cuando unos fueron perseguidos por sus actividades “pro-nazis”. Son historias que casi nunca tocamos o nunca nos dijeron, pero que se dieron y por eso, no hay que olvidar esos campos de concentración para alemanes que se abrieron en Colombia y de la guerra sucia con que actuaron algunos colombianos cuando los alemanes cayeron en “desgracia”. Vásquez lográ atrapar durante todas las páginas en las que se extiende la historia, y en dónde, el personaje principal recorre para conocer y reconocer a su padre, que había olvidado o no quería saberse relacionado con él, y de lo que quizá es lo más importante: su herencia. Esa herencia, esa biografía que siempre no acompañará: somos lo que nos ha sido legado, lo bueno y lo malo.

  • La vida que he recibido como herencia -esta vida en la que ya no soy el hijo de un orador admirable y un profesor condecorado, ni siquiera del hombre que sufre en silencio y luego revela en público haber sufrido, sino de la criatura más despreciable de todas: alguien capaz de traicionar a un amigo y vender a su familia- comenzó un lunes, un par de semanas después del Año Nuevo, cuando, a eso de las diez de la noche, me preparé una comida de microondas, me senté sobre la cama destendida con las piernas cruzadas, y, justo antes de comenzar un recorrido superficial por el periódico del día que terminaba, recibí la llamada de Sara Guterman. (197)

Juan Gabriel Vásquez. (2009). Los informantes. Bogotá: Punto de Lectura.

5. Laura Restrepo. Delirio ::: Debo reconocerlo: llevaba muchos años no queriendo leer esta novela. Por alguna razón que desconozco o no recuerdo, no quise leerla. Pero, ahora, que he superado este nosequé, me encuentro con una novela que me conmovió con su buena escritura y con su buena historia. De hecho pienso, que llevaba un rato sin leer buenas novelas hasta que apareció (si, apareció) esta. Sólo puedo decir que todas nuestras historias, se encuentran construidas, formadas y reformadas en todo el tiempo que estamos en nuestra familia. Que algunas veces, esas historias nos sobrepasan y que las apariencias, el guardar las apariencias, engañan. Nos engañan como lo es la apariencia misma. Ella en cuanto tal. No sé si es una historia de amor, pero es una buena historia sobre la paciencia y sobre la paciencia que lleva a esperar que las historias que tenemos encuentren su propia historia. Eso. Ahora, una cita sin cita.

  • Cuando Aguilar bajó, Agustina pasó varias veces frente a él sin decirle nada, ni buenos días siguiera, Simulaba no verme, dice Aguilar, sus ojos eludían mi corbata roja como si se hubiera arrepentido de escribir esa nota, o más bien como si tuviera temor de constatar si me la había puesto o no, o como si se estuviera haciendo la loca, Agustina y la tía Sofi dejaban listo el almuerzo con el que daríamos la bienvenida al Bichi después de traerlo del aeropuerto, preparaban un pavo y trajinaban con unas manzanas y unas verduras haciendo caso omiso a mí, así que me serví un café y me senté a desayunar, a hojear el periódico y a observar a mi mujer que pasaba una y otra vez frente a mí como mirando hacia otro lado, como haciéndose la desentendida y al mismo tiempo nerviosa, queriendo y no queriendo chequear con el rabillo del ojo si me había puesto la tal corbata, hasta que me planté frente a ella, la tomé por los hombros, la hice mirarme a los ojos y le pregunté, Señorita Londoño, ¿le parece suficientemente roja esta corbata?.

Laura Restrepo. (2006). Delirio. Bogotá: Punto de Lectura.

6. Ricardo Menéndez Salmón. El corrector ::: Y con esta novela, llego también al final de la llamada triología del mal. El corrector, un corrector de libros, nos cuenta sus percepciones sobre los ataques terroristas que se dieron en Madrid hace unos años. El que sabe de libros, el que mientras cuenta la historia está haciendo la corrección de la traducción de un libro de Los demonios de Fiodor Dostoievski escribe y reflexiona así:

  • Pervertir la realidad a través del lenguaje, lograr que el lenguaje diga lo que la realidad niega, es una de las mayores conquistas del poder. La política se convierte, así, en el arte de disfrazar la mentira.
    Nadie, desde que existen ágoras, ha mentido tanto como los políticos. Cuando entre los griegos un político mentía, se le imponía una vergonzante pena: el ostracismo. Hoy, en el peor de los casos, se le pone un escaño, se le regala una alcaldía o se le adjudica un ministerio. Es el código no escrito de nuestra meritocracia: miente y serás recompensado. (31)
  • Y aunque siempre me han resultado o menos indigestos los libros con mensaje o los libros que pretenden cambiar el mundo (ningún libro cambia el mundo: precisamente porque el mundo no cambia podemos seguir escribiendo libros: precisamente porque existió Auschwitz tiene sentido que los poetas escriban), no puedo menos que pensar en todos los grandísimos hijos de la gran punta que pululan por ahí afuera y, todavía hoy, como se acabaran de contarles un chiste irresistible, se ríen delante de las cámaras de televisión, delante de las grabadoras de los periodistas, delante de las caras de la gente a propósito de ciertas cosas que entonces sucedieron. (36)
  • Como en los textos, también en la vida a menudo nos “saltamos” lo que sucede. Y no sólo, por ejemplo, al volar, cuando “nos saltamos” el paisaje, o al follar, cuando nos “saltamos” las caricias, o al comer, cuando nos “saltamos” los sabores. En cada línea -esto es, en cada minuto del día- se esconde una pequeña errata que aspira a no ser vista. Puede que, desde ese punto de vista, la corrección constituya una excelente metáfora de la existencia.
    Pero entonces, preguntarán ustedes, de qué podemos fiarnos.
    Y yo les respondo gustosamente: no se fien de nada ni de nadie. Sospechen siempre. Incluso de su nombre escrito sobre un papel. (39)
  • … lo que movió a Fedor Dostoievski a escribir Los demonios, una novela extraordinariamente sombría aunque a la vez extraordinariamente luminosa, una obra de arte que aún hoy, tras los miles de matanzas del siglo veinte y los horribles presagios que se dibujan en los albores del siglo veintiuno, sigue conmoviendo a sus lectores-.

Ahora no recuerdo más, pero el libro, sólo reflexiona sobre todo esta asunto del terrorismo en que ahora estamos tan metidos y al que acuden los políticos una y otra vez para redefinir su agenda de prácticas políticas. En la agenda del político puede estar el verdadero terrorismo.

Ricardo Menéndez Salmón. (2009). El corrector. Barcelona: Editorial Seix Barral.

7. Paul Auster. Ciudad de Cristal::: Y este es mi segundo intento por entrar a la literatura del estadounidense Auster. Caí en La triología de Nueva York, y de esa sólo leí la primera novela (intenté con la segunda y el ritmo de lectura y el tono de los investigadores me hicieron desechar la idea). Creo que con Auster hay que andarse con cuidado para poder llegar a él. También puede ser que sea un gusto adquirido (como tantos otros) y que aún me falta afinar ese gusto. (Igual me pasó con Pixies. Cuando tuve el oído construido, pude disfrutar su música. Música que hoy es una de mis favoritas).
Esta vez, me encontré con la historia de una persona que termina investigando un extraño caso que al final, no tiene un clara resolución. Creo que lo más interesante, es que es una historia en donde no es importante dar un respuesta a lo que pasa. El personaje cae libremente y sólo despierta (aparentemente) cuando encuentra una respuesta a su obsesión. Y de toda la historia, lo único que queda es un manuscrito.
Creo que le daré otra oportunidad a Auster. Seguiré con La triología de Nueva York a ver si logró tomarle el gusto.

***

Hasta ahí llegué con las lecturas. Intenté leer el libro de Arturo Alape Conversaciones con la ausencia y otros relatos, pero como la lectura estuvo tan sobresaltada, no logré leerlo con atención para hacer una breve reseña. Por eso, estas lecturas Bucaramanga llegan hasta aquí. Lo otro es que este receso, tendré una semana de tiempo bumangués, que creo que no vaya a leer mucho. Ya veremos.

Como si fuera un llamado

No suelo inmiscuirme públicamente en las diferentes posiciones que se dan en los espacios universitarios. Parte de esta decisión, fue construida durante mi tiempo como estudiante en la Universidad Nacional de Colombia, en donde, durante un lapso de casi más de una década (primero como estudiante y después como asistente de un programa de posgrado), estando presenciando paros, asambleas y demás, descubría que muchas de esos llamados de atención se hacían desde discursos que nunca entendía (o no me interesaban), o porque buscaban apoyos a situaciones sociales que sucedían unos miles y miles de kilómetros por fuera, fuera de las situaciones más cercanas a nosotros. También pienso que esta apatía, estaba dada porque hago parte de una generación que se formó años después del nacimiento de muchos de los conflictos que aun hoy aquejan a un país como Colombia: empezamos a no entender, a estar cansados, a estar alejados, a vivir dentro de las murallas de las ciudades. Y creo que las nuevas generaciones están aun más alejadas.

Esto ha cambiado ahora. Desde el año pasado estoy trabajando en la Universidad del Tolima como profesor asistente, adscrito a la Facultad de Ciencias Humanas y Artes; y esta nueva condición ha construido la posibilidad de estar atento a esos discursos que antes no me interesaban y me han llevado a considerarlos, para ver si, quizás, los puedo entender. Pero no. Así intente entenderlos, siempre hay algo que hace que me aleje de ellos. Creo que la razón es que no hemos aprendido a discutir. No sabemos discutir. A lo sumo, sabemos asentir.

Como profesor, llegue con la idea que el trabajo que quería hacer, era pensar. Pensar para poder construir, reconstruir y volver a pensar lo que ya ha sido pensado, para poder hablar con las personas que estaban cerca a mí, y mediante un ejercicio del pensamiento, tener nuevas, viejas y reconfiguradas ideas que nos ayudasen a aprehender el mundo que nos fue legado y el cual estamos ayudando a sostener. Pero, ante los eventos que rodean por estas semanas a esta Facultad (que apenas estoy empezando a entender) – ese cruce epistolar y de comunicados (manifiestos) por la renuncia intempestiva del primer decano en propiedad y la posterior controversia en relación con la elección del decano encargado – he llegado a considerar que esa idea que quería, no la podré hacer. No la podré hacer, pues para pensar es necesario disentir, conversar, dialogar. Y creo que eso no está pasando ahora. Hemos perdido la voz, volvimos a ser infantes.

Y en este momento, solo puedo hacer un llamado, una llamado que se construye a partir de dos citas:

    “Para saber hay que tomar posición. No es un gesto sencillo. Tomar posición es situarse dos veces, por lo menos, sobre los dos frentes que conlleva toda posición, puesto que toda posición es, fatalmente, relativa. Por ejemplo, se trata de afrontar algo; pero también debemos contar con todo aquello de lo que nos apartamos, el fuera-de-campo que existe detrás de nosotros, que quizás negamos pero que, en gran parte, condiciona nuestro movimiento, por lo tanto nuestra posición. Se trata igualmente de situarse en el tiempo. Tomar posición es desear, es exigir algo, es situarse en el presente y aspirar a un futuro. Pero todo esto no existe más que sobre el fondo de una temporalidad que nos precede, nos engloba, apela a nuestra memoria hasta en nuestras tentativas de olvido, de ruptura, de novedad absoluta. Para saber, hay que saber lo que se quiere pero, también, hay que saber dónde se sitúan nuestro no-saber, nuestros miedos latentes, nuestros deseos inconscientes por lo tanto. Para saber hay que contar con dos resistencias por lo menos, dos significados de la palabra resistencia: la que dicta nuestra voluntad filosófica o política de romper las barreras de opinión (es la resistencia que dice no a esto, a aquello) pero, asimismo, la que dicta nuestra propensión psíquica a erigir otras barreras en el acceso siempre peligroso al sentido pro-fundo de nuestro deseo de saber (es la resistencia que no sabe muy bien lo que consiente ni a lo que quiere renunciar).
    Para saber, hay pues que colocarse en dos espacios y en dos temporalidades a la vez. Hay que implicarse, aceptar entrar, afrontar, ir al meollo, no andar con rodeos, zanjar. También -porque zanjar lo implica- hay que apartarse violentamente en el conflicto o ligeramente, como el pintor que se aparta del lienzo para saber cómo va su trabajo. No sabemos nada en la inmersión pura, en el en-sí, en el mantillo del demasiado-cerca. Tampoco sabremos nada en la abstracción pura, en la trascendencia altiva, en el cielo del demasiado-lejos. Para saber hay que tomar posición, lo cual supone moverse y asumir constantemente la responsabilidad del movimiento. Ese movimiento es acercamiento tanto como separación: acercamiento con reserva, separación con deseo. Supone un contacto, pero lo supone interrumpido, si no es roto, perdido, imposible hasta el final”.
    GEORGES DIDI-HUBERMAN. (2008). Cuando las imágenes toman posición. A Machado Libros: Madrid. Pág. 11-12
    “Yo me he quejado alguna vez de esa dificultad que hay entre nosotros por encontrar el tipo auténtico, o siquiera aproximado, del interlocutor, ese ser legendario ya – hombre o mujer – cordial y preocupado, que ame el encanto de las ideas abstractas emitidas desinteresamente sobre la alfombra de un sofá mientras las horas insentidas y ligeras corren en derredor.
    Y no es que no se hable mucho en todas partes; se habla en los costureros y en las boticas, en los cafés, y en las esquinas concurridas. Pero el hablador no es el interlocutor, el conversador; existe una diferencia especial entre hablar y conversar. Lo que se hace habitualmente es estos sitios es murmurar, entendiendo por murmuraciones todo lo que se refiere exclusivamente a las personas, bueno o malo. El murmurador es el que no alcanza a abstractar las ideas y solo puede concebirlas fundidas a los individuos; el conversador verdadero en el que desarraiga las ideas de los individuos elevándolas a las esfera pura e impersonal. El conversador, que procura siempre generalizar, dirá, por ejemplo: patinar es un ejercicio armonioso y saludable; el murmurador solo acertará a decir: Fulano patina muy bien; porque no logra aprehender las ideas sino personalizadas.
    Murmurar es simplemente recordar; y como siempre es más fácil recordar que pensar, por eso se murmura más que se conversa. Y por eso también la conversación requiere, además, un cierto grado de selección en el ambiente y una viva curiosidad intelectual en los interlocutores; la curiosidad intelectual es ese deseo punzador de saber cosas inútiles, ese interés desinteresado por las ideas y por las teorías de los demás, ese querer escudriñar y discutir todo por el solo placer de hacerlo sin fin determinado y sin objeto práctico ninguno. La necesidad torturante de sastisfacer esa curiosidad viene a constituir al fin un vicio, el vicio de la conversación, que algunas mentes deliciosamente amaneradas prefieren al opio o a la morfina, porque siendo mucho más sutil produce una embriaguez igualmente delicada y fantástica. La conversación para ciertos seres que no sé si llamar desequilibrados o desadaptados, llega a ser un verdadero paraíso artificial”.
    lLUIS TEJADA. Sobre la conversación y el conversador. En: Libro de crónicas. Editorial Norma. Bogotá. 1997. Págs. 105 y 106.
    [Esta cita la encontré en un historieta que compré en Medellín. La historieta se llama “Cuadernos Gran Jefe. Diarios de Truchafrita”. Número nueve: más conversaciones]

Eso. Un llamado.

Citas

Esta es una cita especial, pues es una dedicatoria que escribe Salvoj Žižek en su libro “En defensa de las causas perdidas”. Es quizá, una de las mejores dedicatorias que he leído, descontando tal vez, la que escribe Andres Caicedo en su libro “Que viva la música”. La dedicatoria dice:

“En cierta ocasión, Alain Badiou estaba sentado entre el público de una de mis conferencias, cuando su teléfono móvil (que, para colmo, era el mío: se lo había prestado) de pronto empezó a sonar. En lugar de apagarlo, me interrumpió amablemente y me preguntó si podía bajar la voz, para poder oír mejor a su interlocutor… Si eso no es una demostración de verdadera amistad, no sé que puede serlo. Así, pues, este libro está dedicado a Alain Badiou”.

Lecturas Bucaramanga IV

Y creo que esta entrada va a ser escrita en varias etapas, pues con tanto tiempo que se tiene para aplazar las diversas y diferentes tareas, escribir por etapas es una estrategia para que el resumen de lecturas hechas en Bucaramanga, no tome mas tiempo del que debe tomar. Así, que de a pocos, voy a dar mis ideas sobre los libros que me acompañaron en los días de receso, de sol y demás de la bella villa de Bucaramanga. Empiezo.

1. Evelio Rosero. Mateo solo ::: Siempre empiezo a leer antes del inicio de las vacaciones, y esta vez no fue la excepción. La decisión de leer a Evelio Rosero vino de un comentario de Angélica Blandón en Soho. Después recordé (cuando estaba organizando mis libros para una mudanza) que ya había leído un cuento de Rosero. Mateo solo es la opera prima de Evelio Rosero. Algunas veces, casi siempre, se me da por organizar las cosas en un orden tan estricto, que inicié la lectura de Rosero con esta novela, la primera de una triología llamada Primera vez. Creo que me sorprendió mucho encontrarme con un narración tan sencilla y compleja a la vez, y pensada desde la voz de lo que se puede pensar en la infancia. Mateo solo es un libro breve que se lee en casi una sentada. Eso sí, un poco sorprendente encontrarse con esa situación dura en el entorno de Mateo. Creo que lo tratado por Rosero en este libro, es uno de sus temas (y esto lo pensé cuando recordé el cuento olvidado en mi biblioteca). Con Mateo solo recordé ese mundo de la infancia que nos ha acompañado, que nos ha formado y que, infantilmente, olvidamos tan pronto cuando llegamos a ser adultos adulteros.

2. Evelio Rosero. Juliana los mira ::: Después de terminar la lectura de Mateo solo seguí con este segundo libro de Evelio Rosero y que hace parte de una triología que termina con El incendiado. Disfruté mucho más la lectura de este libro, pues el trabajo que se inicia en la opera prima se desarrolla con maestría en este segundo libro. Recuerdo mucho que me quedaba pensando, siguiendo lo pensando por el personaje de Juliana, en que era lo que yo pensaba y fabulaba cuando andaba de pequeño, y en como era mis diálogos con los otros niños y con los adultos. Creo que Rosero logra con maestría hacernos entrar en esa época trémula, atropellada, en donde uno se da por enterado en como es que va el mundo y como es que eso que, tan misteriosamente hacen y tratan de esconder los adultos, es develado y atravesado por el pensamiento y la astucia infantil. Creo que cuando niños es que se hacen los mayores intentos de hacer teoría, y que se construyen para develar lo que se nos es ocultado. Y es por eso que Juliana los mira.

3. Ricardo Menéndez Salmón. Derrumbe ::: Y esta es la segunda novela de la llamada ‘triología del mal’. (Y me están gustando eso de leer en triologías. Será por eso que también me gusta pensar algunos de mis proyectos y casi la totalidad de mis clases en triadas. No sé si con esto esté buscando una trinidad mágica, mística, como la que hace la Santísima Trinidad). Saltando de narrador, me encuentro con una historia de policías buscando esclarecer una serie de crímenes y de personas que buscan instaurar el mal como elemento creador de pensamientos reflexivos sobre lo que se encuentra en la sociedad. Creo que me atrapa entender, también, ese breve salto que uno puede dar para estar en la raíces del mal, pues creo que en cualquier momento cada uno puede iniciar un recorrido por los límites que dividen la frágil línea de la vida y muerte, del estar y no estar, del ser y el no ser. Son esas breves decisiones que pueden convertirse en malas acciones, que pueden convertirse en una caja de pandora. Recuerdo ahora la película de Terrence Malick ‘El árbol de la vida‘ y cuando el hijo encuentra las palabras de maldad para su padre. Estaré atento para continuar pensando esta idea del mal con la siguiente novela de la triología, El Corrector.

4. John Berger. Aquí nos vemos ::: Había trabajado el libro de Berger ‘Modos de ver’ y me atrajo leer el trabajo de escritor de este artista que ha desarrollado su trabajo sobre la visualidad. A pesar que me encontré con un libro con errores de edición -varias páginas sin imprimir- disfruté mucho este texto, en dónde a partir de relatos que se construyen de lugares (esos lugares que nos dicen: aquí nos vemos) se hace un recorrido por momentos especiales de su historia de vida. (Bueno, también puede ser una ficción de su historia de vida). Donde fabulación y recuerdo se unen para ayudar a organizar y dar un consejo sobre lo que es estar pensando y haciendo parte de este mundo. Mundo que también es nuestro. El consejo que aconseja para seguir un camino, para revisar sobre lo que está hecho nuestro recuerdo. Buscaré pues, más novelas de Berger, para seguir su línea de pensamiento. Pero por lo pronto, unas citas:

  • Sólo podemos dar lo que ya hemos dado. Sólo podemos dar lo que es del otro. (Pág. 68)
  • Compartíamos tácitamente la idea de que, en parte, uno aprende o trata de aprender a vivir en los libros. El aprendizaje empieza mirando el primer abecedario ilustrado y no acaba hasta el día que morimos. (Pág. 84-85)
  • Los números tenían que tener estilo. Había que ganarse al público al menos dos veces cada noche. Y para hacer esto, la imparable secuencia de gags tenía que conducir a algo más misterioso: la propuesta, conspirativa e irreverente, de que la vida misma era un número cómico. (Pág. 86).
  • Siempre he opinado que el estilo es el resultado de una serie de talentos. Un solo talento, por grande que sea, no produce estilo. ¿Me he tomado pastilla? Estoy hablando demasiado. (Pág. 108)
  • La vida depende de encontrar dónde esconderse. Todo se oculta. Lo que ha desaparecido está escondido. Una ausencia -como sucede en el caso de los muertos- se siente siempre como una pérdida, pero no como un abandono. Los muertos están escondidos en otra parte. (Pág. 131)
  • Ella también fuma -el cigarrillo inserto en una larga boquilla- como una forma de ralentizar el proceso de empeoramiento constante de las cosas. Pero al ser mayor que él -y probablemente su madre-, confía en que no vivirá para ver llegar a ver lo peor. (Pág. 136)
  • ¿Por qué el aullido, entoces? El estilo sale de dentro, pero su convicción es prestada; tiene que tomarla de otra época para depositarla en el presente, y a cambio del préstamo dejarle algo en prenda a esa otra época. El apasionado presente es invariablemente demasio corto para el estilo. (Pág. 156)

5. Juan Gabriel Vásquez. El ruido de las cosas al caer ::: Mis primeras referencias a Juan Gabriel Vásquez fue a través de su columna semanal en El Espectador. Desde esa lectura semanal me fue gustado la forma de escribir y la opinión de este escritor, tan contemporáneo a mí. Después fue que apareció esta novela, el premio Alfaguara y la avalancha de comentarios que siguieron. Pero no fue en ese momento que leí la novela. De hecho, esperé un poco más. De la novela, me atraía mucho el nombre. Pensaba que era una buena idea para una teoría, como para una teoría de la imagen. De hecho, el título de la novela, se me hace una idea de lo más poderosa y productora. La decisión de poner la novela en la canasta de lecturas de este receso, fue por los comentarios que, desde diferentes partes me llegaban de la novela. Comprada y puesta en la lista de lecturas, me sorprendí con un libro de gran potencia narrativa, que me fue llevando por una época convulsa de la historia de este convulso país. De ese país en el que la idea del terror era la más importante para hacerse escuchar, en dónde (yo estaba fuera de los centros de atención) estar en una expectativa de defensa era la mejor estrategia para no caer bajo el espiral de rencores, que se pagaban con la destrucción de todo lo que rodeaba a un amenazado. Era una época donde no se debía dejar historia, dónde todo debía ser borrado. Y de ahí, este país convulso se volvió más convulso, y el terror no deja aún de sorprendernos. De esa época recuerdo solo los breves comentarios que hacíamos con mis compañeros de colegio y las llamadas a los familiares en Bogotá cada vez que se sucedía una bomba. Lo otro es pensar como en la novela, que nuestras vidas se cruzan sólo por estar en un mismo espacio y tiempo. Que compartimos un destino por estar bajo unas mismas circunstancias. Y para nosotros, esas circunstancias, de este tiempo que corre presente bajo nosotros, están en una hacienda que tiene (tuvo) como nombre ‘Napoles’.

  • (Y me digo al mismo tiempo que somos pésimos jueces del momento presente, tal vez porque el presente no existe en realidad: todo es recuerdo, esta frase que acabo de escribir ya es recuerdo, es recuerdo esta palabra que usted, lector, acaba de leer). (Pág. 23)
  • Bogotá, como todas las capitales latinoamericanas, es una ciudad móvil y cambiante, un elemento inestable de siete u ocho millones de habitantes: aquí uno cierra los ojos demasiado tiempo y puede muy bien que al abrirlos se encuentre rodeado de otro mundo (la ferretería donde ayer vendían sombreros de fieltro, el chance donde despachaba una zapatero remendón), como si la ciudad entera fuera el plató de uno de esos programas bromistas donde la víctima va al baño del restaurante y regresa no a un restaurante, sino al cuarto de un hotel. (Pág. 70-71)
  • Hablaron de todo menos de ellos mismos. Estaban desnudos, Ricardo dejaba que su mano se paseara por el vientre de Elaine, que sus dedos peinaran sus vellos lacios, y hablaban de intenciones y proyectos, convencidos, como sólo pueden estarlo los amantes nuevos, de que decir lo que uno quiere es lo mismo que decir quién es. (Pág. 153)

6. Haruki Murakami. 1Q84. Libro 3 ::: Y con este tomo termino la saga de lectura que empecé en las vacaciones pasadas. (Si ven: esta historia también se compone de tres libros. Todo es un mundo triádico) Ahora si pude darle orden a todos los vericuetos que se armaban en los otros libros. Y con este libro, volví a recordar el gusto de leer a Murakami. (Bueno, puede ser como dicen por ahí que uno definitivamente tiene que ser un fan de Murakami cuando lee a Murakami). Y con este libro terminé pensando que lo que se debe hacer ahora, es buscar para encontrar el momento en que nos desarticulamos y perdimos eso, que puede decirse como ‘el momento en que ya no somos lo que fuimos’. Pero en esta búsqueda hay que, necesariamente, dejar casi que todo para volver otra vez a encontar, quizá, eso que decidimos que fuera ‘lo que fuimos’. Estas realidades que se funden en lo que nosotros decidimos como real, es lo que fantásticamente, fantasmagoricamente funde Murakami en sus libros. Pienso, como lo hablamos que días con una compañera (un saludo Andrea), que quizá, muchos de estos personajes, ni siquiera sean de esencia humana. Y por qué no, eso que decimos que somos, que nos permite buscar ‘algo’, no es sino la búsqueda de lo que supuestamente somos, que no fuimos y que siempre creemos perdido.

  • Los seres humanos, en su mayoría, eran incapaces de pensar por sí mismos: ésa era una de las ‘verdades más preciadas’ que había aprendido. Y quien no pensaba, no sabía escuchar a los demás. (Pág. 134)
  • Algo más aprendió: que lo subjetivo y lo objetivo no son tan fáciles de discernir como suele pensarse y, dado que los separa una frontera muy sutil, pasar deliberadamente de uno a otro no es una operación tan complicada. (Pág. 177)/li>
  • -Por supuesto, todos los actos de cualquier persona entrañan a fin de cuentas algún significado -aclaró Komatsu-. Pero, en el caso de Fukaeri, es un significado más profundo. Es algo que sólo tiene ella, algo insólito. Por consiguiente, debemos comprender con certeza todo lo que la atañe. (Pág. 211)
  • -Sin pautas no podríamos vivir. Es como el tema que estructura una pieza musical. Pero las pautas también encauzan nuestros pensamientos y conductas, y limitan nuestra libertad. Modifican nuestras prioridades y nuestra lógica. Por ejemplo, tú, pese a la situación en la que te encuentras, me dices que no quieres moverte del sitio en que estás. Te niegas a mudarte a un lugar más seguro, al menos hasta que acabe el año. La razón es que buscas algo. Hasta que no lo encuentres, no te iras. O no querrás irte. (Pág. 235)

7. Jonathan Frazen. Libertad ::: Y esta si fue una maratónica lectura. 667 páginas de su edición en español de Salamandra, que me llevaron a terminar de leer hasta bien entrado el nuevo semestre. Frazen apareció a través de los blogs literarios que sigo. Estos comentarios que leía sobre su trabajo me llevaron a incluirlo en esta secuencia de lecturas. Y vaya que si es una secuencia. Un recorrido por la historia de una familia, de sus pensamientos y motivaciones, de su idea de lo que es ‘ser’ americano. Frustraciones, insatisfacciones. devaneos, emociones. El pasar del tiempo y el cambiar esas líneas que marcan nuestro pensamiento, como el pasar de una facción política a otra, como el determinarse por lo que se ha hecho. Esta lectura me recordó de un miniseriado italiano que vi, en dónde también se pasaba por la historia de una familia: La meglio gioventù. Aunque después termino con el escozor del paso del tiempo sobre mi cuerpo, disfruto estos recorridos sobre ese tiempo (familiar) que siempre está en transformación infinita. Ese tiempo en donde unos nacen, otros mueren. Ese tiempo donde las ideas se forman, se consolidan y se actuan.

Y estas fueron las lecturas del tiempo de receso. Por ahora, estoy armando las lecturas para el próximo tiempo de receso. La lista va por Junot, Calasso, Alape, Molano, Restrepo y otro libro de Juan Gabriel Vásquez y otro libro de Menéndez Salmón.

Eso.

Pensamiento dietario (voluble)

Creo que es el momento de retomar un poco el ejercicio dietario. Y más que eso, retomar el ejercicio de revisar y rescribir todo eso que una vez registré y que ahora olvido porque lo tengo guardado. Sistematizar. Puede ser que busque en todos mis apuntes y trascriba eso que se garabatea por ahí sin afanes cuando uno esta en ese estado, modo, de inspiración. Puede ser, puede ser.